11S. Acontecimientos que hacen historia

por Enrique Navarro, 8 de septiembre de 2011

 

Stefan Zweig escribió un magnífico librito en el que analiza momentos críticos de la historia de la humanidad: como ésta podría haber cambiado si determinados actos y decisiones se hubieran tomado de forma diferente en dichos momentos, y qué fácil hubiera sido en verdad tomar dichas decisiones.

A menudo hemos oído hablar de la estrategia del terror y la hemos conocido a lo largo de la historia en la Rusia de Stalin o durante el régimen nazi. El terrorismo internacional islamista tomó esta bandera con el fin de alcanzar unos objetivos estratégicos que anclan sus raíces en 1492. Se ha discutido mucho sobre la estrategia de los movimientos terroristas y han sido muchas las voces que inciden que en un cierto nihilismo, matar por el placer de hacerlo. Pero este es un gran error, porque detrás de cada acto de terror se esconde un objetivo político.

 

Los atentados del 11 de septiembre de hace 10 años estaban predeterminados por una clara estrategia; no se planeó destruir el Congreso de los Estados Unidos o el Pentágono simplemente para demostrar capacidad de hacerlo y ponerse después a aguantar el chapuzón. Si volvemos la vista a los años noventa, debemos recordar en primer lugar una primera mala decisión: no haber terminado con el régimen de Sadam Hussein en 1991. Esta muestra de debilidad fue claramente percibida por el mundo radical islámico, que entendió que por primera vez en su historia tenía una opción para devolver a Occidente todos los males que supuestamente habían sufrido por culpa del colonialismo y la ideología occidental que amenazaba los privilegios de muchos líderes políticos y religiosos del mundo árabe.
 

Los numerosos atentados terroristas durante los años noventa y la inadecuada respuesta del gobierno Clinton dio alas para pensar que la debilidad era creciente y que las oportunidades se incrementaban ante un Occidente dedicado a mirarse el ombligo en lugar de combatir un problema que crecía por momentos. Los atentados de 2001 no se planearon en unos pocos meses; corresponden a una acción perfectamente planificada desde años atrás. En el año 2000, todo el mundo daba por seguro ganador al green businessman Al Gore; y bajo el entorno de una presidencia Gore, Al Qaeda definió su ataque final.
 

Las guerras no se comienzan atacando el corazón del enemigo; así se acaban. Al Qaeda planeó su ataque en la seguridad de que Al Gore no iba a enfrascarse en una guerra mundial atacando estados fallidos o buscando terroristas. El golpe, perfectamente calculado, generaría en la clase política estadounidense un sentimiento de aislacionismo y de culpabilidad por lo ocurrido y así el mundo radical hubiera tenido sus manos libres para campar a sus anchas por el mundo musulmán y por la Europa musulmanizada.
 

Pero como consecuencia de unos agujeritos de más en unas papeletas en Florida, -a veces las cosas más insignificantes producen un vuelco histórico- ganó la Casa Blanca George W. Bush. Y ya no era lo mismo. Pero a los ojos de Al Qaeda, a nueve meses de cometer su atentado, lo que sabían de este débil presidente Bush era que su padre no había terminado la guerra de Irak; que había llegado con un cierto discurso aislacionista y con fama de alcohólico y mujeriego en su juventud. Debieron pensar que este presidente tampoco se iba a enfrascar en una guerra y que era terreno conquistado.
 

Sin embargo el denostado pero seguramente uno de los personajes más importantes de comienzos del siglo XXI, el presidente Bush, entendió perfectamente la amenaza. Entendió que Occidente no podía quedarse quieta sin una reacción que demostrara a los enemigos la voluntad de victoria. Hoy, diez años después, el mundo es más seguro. Esto no significa la ausencia de riesgos o de atentados, pero la capacidad terrorista de alterar el equilibrio estratégico se ha derrumbado. Su sucesor, Obama supo terminar la tarea y ha hecho un magnífico trabajo en generar unas sólidas alianzas para acabar con los conflictos. Esto es lo que tienen las grandes naciones, que saben continuar la labor de sus adversarios políticos por el bien de sus ciudadanos y por encima de los intereses políticos; ¡ todo esto nos suena tan lejano¡
 

La combinación de Saddam Hussein y Al Qaeda ante un Occidente moralmente desarmado hubiera sido fatal para el futuro de las democracias; uno tras otro hubieran caído todos los regímenes: Pakistán o los países del Golfo habrían sido los primeros en caer y las consecuencias habrían sido demoledoras. Un grupo de democracias supieron advertir los peligros que acechaban y se unieron en una Coalición contra el Terror; todos fueron conscientes que el atentado del 11 de septiembre era un ataque a Occidente y a lo que representa, y debemos estar orgullosos de la participación de España en esta alianza frente al terror.
 

Madrid, fue escenario tres años después de un ataque despiadado, como lo fue Londres posteriormente; y sin embargo las sociedades occidentales mantuvieron la confianza en una victoria de la libertad frente al terror. Todo esto hubiera sido muy diferente si no hubieran estado en esos momentos líderes que supieron y tuvieron el valor de guiar a los países en esta resistencia activa. Obviamente todos estos líderes son denostados y olvidados, pero este es el precio que han de pagar: como lo pagó Churchill en 1946 después de haber guiado a su país a la victoria frente a los nazis.
 

La caída de Bin Laden ha sido la demostración más palpable de esta inquebrantable voluntad de victoria de Occidente; diez años después de poner precio a su cabeza, el líder estratégico del terrorismo de Al Qaeda era ajusticiado por las tropas americanas.
 

Existen todavía muchas opciones para nuevos atentados y la globalización abre la puerta a golpes sanguinarios con el uso de armas de destrucción masiva o de naturaleza química; continúan existiendo estados fallidos y estados que amparan y adiestran a grupos terroristas; pero la capacidad de articular una guerra contra Occidente que pudiera revertir el curso de los acontecimientos ha quedado en el olvido, y hoy las democracias son más fuertes. Existen además explosiones de libertad en los países árabes, que pueden desembocar en un diálogo más abierto y en una cooperación entre todas las naciones. Existe el riesgo de que deriven en todo lo contrario y este es uno de los principales retos de la política internacional para los próximos años.
 

Nuestro recuerdo debe ir para las victimas de los atentados del 11 de septiembre y para todos los que han dado su vida para que las futuras generaciones puedan continuar disfrutando de los activos que genera la libertad y la democracia. En estos diez años más de 10.000 hombres y mujeres han muerto trabajando en sus oficinas o en el campo de batalla o en los centros de entrenamiento y 50.000 han sido heridos; son nuestros caídos en la Primera Guerra Mundial del siglo XXI; esperemos que sea la última para que ese sacrificio nunca bien agradecido, haya merecido la pena.