2021: Vaya añito

por Rafael L. Bardají, 29 de diciembre de 2021

El 2021 no empezó como todos los años, tras las uvas, el 1 de enero. Esta vez comenzó el 27 de diciembre, día en que Araceli Hidalgo, entonces con 96 años, se convirtiera en la primera española que recibía una dosis de la vacuna contra el virus chino. Para nuestra desgracia, el año acabará el 31 de diciembre, con el ya tradicional mal gusto de la Pedroche quien, como buena feminista, sólo sabe destacar por explotar su anatomía. Entre medias, grandes, buenas y malas cosas nos han sucedido.

 

Recordemos, por ejemplo, que en este gran año de la Cumbre contra el calentamiento global (que arrancó en Glasgow a finales de octubre), muchos españoles quedábamos sepultados por la nieve que nos trajo la tormenta Filomena. Madrid quedó paralizada durante días a partir del 8 de enero, lo que le sirvió al País para atizarle al alcalde Almeida por desoír a los expertos de le EMET que se habían aventurado a predecir una gran nevada para el 31 de diciembre. El artículo “Filomena, cronología de un desastre a cámara lenta” sirvió de inspiración para la aclamada, aunque más que mediocre, “No mires arriba”, donde un DiCaprio, metido a astrofísico comilón, es incapaz de convencer a los políticos de turno de la inminente extinción de la raza humana a manos de un meteorito asesino. La muerte le pilla en su última cena. Pero más que a un meteorólogo, lo que los españoles necesitan urgentemente es un recibo de la luz que sea menos socialista y, by definition, más barato. 

 

No se sabe a ciencia cierta si debido a los cientos de jets y limusinas con los que los participantes en la Conferencia de Glasgow, el Cops 26, llegaron al auditorio, la madre naturaleza siguió haciendo de las suyas y el 20 de septiembre abría las tierras de la isla de la Palma para que la Cumbre Vieja se convirtiera en el volcán activo más longevo de toda la historia de la isla volcánica (la historia reciente, se supone, habida cuenta de que no hay registros de cuando se formó el archipiélago canario).  Los palmeros no sólo han sufrido la lava, las cenizas y los gases durante meses, sino que han tenido que aguantar a Pedro Sánchez siete veces.  Nadie recuerda tamaña muestra de solidaridad ni con otros afectados por volcanes (Islandia) ni con otros territorios de España azotados por inundaciones o incendios. No sólo disfruta del Falcon, sino que, al parecer, le gusta también el buen clima.  

 

Un terremoto político sacudiría a España en mayo. Tras un fallido juego de tronos por parte de Inés Arrimadas e Iván Redondo en Murcia, Isabel Díaz Ayuso convocaría y ganaría aplastantemente las elecciones regionales de Madrid. En esta ocasión menos regionales y, posiblemente, más nacionales.  Su victoria fue rotunda contra el tándem Sánchez/Iglesias, pero también sonora sobre el débil liderazgo de Pablo Casado, mandamás en una despechada sede de la calle Génova, pero sin autoritas más allá de su balcón. Los celos del núcleo del presidente del PP desencadenarían una guerra intestina -y, por lo tanto, sucia- que parece haberse cuajado en Australia, porque les rebotó cual boomerang, sin hacer mella en la popularidad de la presidenta madrileña, y desgastando la base electoral del PP a nivel nacional, que no deja de pasarse a Vox según todas y cada una de las encuestas.

 

Por cambiar algo de tercio, en el mundo mundial, que siempre va algo retrasado respecto al inestimable ingenio de nuestro gran líder y presidente del desgobierno, Pedro Sánchez, el 2021 empezó con la sonora salida de Donald Trump. El presidente que posiblemente más haya hecho por los Estados Unidos (y, por ende, por nosotros), incluso habiendo perdido las elecciones, le ganó en presencia mediática al nuevo dirigente americano, Joe Biden. Si acaso, el único que le hizo algo de sombra -y solo temporalmente, fue Jake Angeli, a quien todos recordamos por su atuendo de bisonte en medio del Capitolio, su teórica sede. Bueno, no tan suya a tenor de los cargos interpuestos por el FBI posteriormente, cuando el supuesto fraude electoral fue sepultado con el también supuesto intento de golpe de estado a manos de una muchedumbre en la que la mayoría eran agentes encubiertos y activistas de izquierdas. Siempre la élite bolchevique dispuesta a manipular y arengar a las masas.

 

En las semanas y meses posteriores, el presidente Biden, entre siestecita y siestecita, mantuvo importantes conversaciones telefónicas tanto con Putin como con Xi, donde quedó de manifiesto que, a estos dos, les importaba bastante poco lo que el abuelo de la Casa Blanca les dijera. De hecho, 2021 acabará con una Rusia dispuesta a comerse a Ucrania cuando su estómago se lo pida y a un Xi Jinping, encumbrado eternamente tras la celebración del 100 aniversario del PCC, afirmando que el declive americano es un hecho incontestable. La retirada de Afganistán más que bochornosa, fue un acto de máxima irresponsabilidad por cómo fue ejecutada. Y eso si no tenemos en cuenta el infierno al que se dejó abandonados al pueblo afgano, especialmente a niñas y mujeres. El regocijo de los seguidores de los Black Live Matters, Antifas y demás americanos anti-americanos por la clarividencia del dirigente chino sólo es comparable a la envidia de ciertos elementos de la derecha-derecha europea ante la figura del inquilino del Kremlin en quien ven la reserva espiritual de Occidente.

 

El único lugar del mundo donde la historia nunca llegó a pasar de Tucídides, el Oriente Medio, también ha visto grandes cambios. El odio a Benjamin Netanyahu, Bibi para los amigos y enemigos, logró formar una coalición de gobierno en Israel en la que el menos votado se convertía en primer ministro, el hasta entonces líder de la oposición pasaba a ministro de asuntos exteriores y, dentro de dos años, a primer ministro, en una rotación nunca experimentada antes y el líder de los hermanos musulmanes en Israel se integraba en el nuevo gobierno. Mientras, los ayatolas iraníes seguían vomitando su odio a Israel y al Gran Satán. Habrá que ver cuál de los odios acaba imponiéndose, si el odio hacia Bibi o el de un Irán nuclear contra Israel, las monarquías del Golfo y, finalmente, contra nosotros. La debilidad de Washington y los posicionamientos de los países del Golfo deberían alarmarnos más que tranquilizarnos.

 

En Europa, la decisión de Angela Merkel de abandonar la primera línea política y concentrarse en beber cerveza en la tranquilidad de su hogar, junto con la derrota de su partido en las elecciones de septiembre, nos ha dejado claramente huérfanos de caras conocidas. Cierto, está el aniñado Macron, pero no tiene el empaque de la líder germana. Es más, aunque Boris Johnson ya no esté en la UE, sus pelos alocados al viento siempre le hacen más llamativo que el gesto permanentemente rígido del galo. En todo caso, una nueva figura acaba de entrar en escena, la de Eric Zemmour, ese polemista mediático a lo Trump -dicen- quien, tras pensárselo con la parsimonia de Rajoy (hoy, dicho sea de paso, metido a vendedor de sus memorias políticas para adultos), ha decidido presentarse a la presidenciales del 22, rompiendo así el bloque de derechas eternamente encabezado por Marie Le Pen. Eso sí, la burocracia de Bruselas sigue a lo suyo, en perfecto ejemplo de autismo, y tras no haber jugado papel alguno en la lucha contra la pandemia, se erige en el juez supremo sobre lo que debe durar el pasaporte Covid, ese papelito con QR al que están obligados muchísimos hosteleros a chequearnos antes de poder dejarnos entrar a sus establecimientos.  De políticas contra la crisis, silencio total.

 

Y mientras en Bruselas le daban vueltas y vueltas a qué medidas y restricciones serían “aconsejables”, eso sí, sin dejar de amenazar a Hungría y Polonia por querer defendernos de los emigrantes usados por Putin y Lukashenko  para romper nuestras fronteras, tal vez la batalla más justa y épica que se ha dado por Occidente desde Lepanto, Elon Musk ya no lanzaba coches al espacio y continuaba sus misiones tripuladas al espacio exterior, para envidia de los funcionarios de la NASA y, se supone, el español INTA. Y como la envidia nunca es sana, los archimillonarios y activistas políticos Richard Branson y Jeff Bezos se embarcaban en sendos vuelos suborbitales para dar viva muestra de lo que será el turismo de lujo en unos años. Polvo de estrellas. Para ser justos, hay que reconocer que la agencia espacial europea, la ESA, puso en órbita hace unos días el gigantesco telescopio James Webb. No sólo el más grande de todos los tiempos, sino el más caro, con un presupuesto acumulado que roza el 300% de lo originalmente estimado.

 

El verano nos trajo dos acontecimientos. Bueno, un acontecimiento y una efímera noticia. La noticia: la crisis del gobierno de Sánchez. Salían supuestos pesos pesados (Abalos y la Calvo) y entraban otros pesos, pesados o plumas aún por descubrir. Dos puestos claves: el de la vicepresidenta Yolanda Díaz, que va de cara humana de IU, estilo flowerpower al hablar y ambición de acabar con Podemos y, ¿quién sabe?, de suceder a Pedro Sánchez; e Iceta, el bailarín sin pudor, como ministro de Deportes. No hay mucho más que explicar: Pedro sigue siendo Pedro y su gobierno, su gobierno. Y sus socios, sus socios. La malhumorada salida del supuesto Rasputín, Iván Redondo, quedó en el olvido y su supuesto genio en entredicho desde que se dedicó a reivindicar su nombre por las televisiones.

 

El acontecimiento de verdad fue la extensión letal de la variante Delta del virus chino, inicialmente llamada variante india antes de ser pasada por el filtro de la corrección política, la política de inclusividad y, cómo no, la perspectiva de género. El miedo a lo que pudiera pasar llevó a que los vacunados actuaran mayoritariamente como si no lo estuvieran y que los no vacunados se comportaran como si lo estuvieran. La notable ausencia de Fernando Simón obró esta vez milagro y la nueva ola, la 5ª, en España fue mucho más llevadera que en otros vecinos, como Alemania o Francia. Pero cuando ya nos regocijábamos, la variante sudafricana, Omicron, vino, como decía el anuncio, a casa por Navidad. Y, como bien sabemos, esta variante ha terminado afectando gravemente al cerebro de nuestros líderes políticos pero muy levemente al sistema respiratorio del resto de los ciudadanos. De nuevo todos los países corrieron a protegerse con el afán de  que la nueva cepa afectara sólo a los demás. Sánchez, pensando en sus vacaciones en la recién acondicionada Doñana, ha hecho mutis por el foro y deja que las autonomías se comporten como las atunosuyas, dejando libres a los madrileños una vez más, y en toque de queda a los paisos catalans. Que por algo tienen que distinguirse. Tal vez la solución pasara por subirnos todos a un avión y volar sin parar durante días dado que parece ser el medio confinado más seguro del mundo. Tonterías más grandes las escuchamos todos los días desde los gobiernos, cada vez más autoritarios y liberticidas.

 

Y hablando de liberticidas, la desaparición de la escena política del otrora todopoderoso y guillotinero Pablo Iglesias, no sólo ha sido un alivio, sino que ha vuelto a poner de relieve la insignificancia del ser que se creía el centro del universo, el machirulo que se presentó para azotar electoralmente a Díaz Ayuso y acabó con el rabo entre las piernas. No sabemos en qué conspiraciones andará metido, pero ya se cuidarán los suyos de ponerle la pierna encima. Aunque no sea de mujer.

 

Mucho más relevante ha sido la muerte de ese otro personaje, epítome del hombre-hombre, legionario del bien contra el mal, aventurero infatigable, James Bond. Su desaparición augura la extinción de toda una era. Y no por el impacto de un meteorito, sino a manos del blando, acomplejado, anti-occidental, iliberal y totalitario pensamiento “woke”, la esencia de los ofendiditos y el caballo de Troya de todos los enemigos de la libertad, de los comunistas a los islamistas. Un mundo donde 007 será “la” 007, de color y, con toda probabilidad, lesbiana.

 

En fin, 2021 se nos fue, gracias a Dios, que mucho ha durado. Pero en ausencia de unas elecciones generales que permitan a los españoles expresar su valoración tanto sobre el gobierno como sobre la actual oposición, y dado el panorama de crisis permanente, política, económica y social, lo único que puedo pedir a los Reyes Magos, es que el 2022 acabe lo antes posible.