¿A dónde va Putin?
Publicado en La Razón, 21 marzo 2014
La putinología, nueva especialidad de los preteridos kremlinólogos, está en boga y no es para menos. Es el amo del cotarro. Él decide, Occidente parsimoniosamente reacciona. Sus decisiones están preñadas de consecuencias. Opera como un jefe de estado mayor, pero manda como un general en jefe. Putin piensa, Putin pretende, Putin hace es la clave de las más importante crisis internacional desde el 11-S / Afganistán / Irak, qué él se recrea en prolongar y agravar.
Hay elementos útiles para penetrar en su mente. Ha dicho muchas veces lo que piensa, lo hemos visto actuar, conocemos su entorno político. Otra cosa es entenderlo sin dejar que nuestros prejuicios distorsionen la comprensión. Lo que es distinto es siempre difícil de captar y Rusia tiene su propia civilización y está en otra onda. Además, es característico del personaje buscar la sorpresa, utilizar la ocultación, el embaucamiento. Su posición institucional le permite actuar de manera personalista y con gran rapidez, mucho más que los líderes con los que se enfrenta, a los que desconcierta y aturde una vez tras otra.
Los últimos días han sido de mamporro diario. Mientras Estados Unidos y Europa advierten, aconsejan a Rusia por su propio bien, tratan de coordinar unas pocas sancioncitas a unos pocos individuos, Putin es el gran macho que impertérrito nos escupe su indiferencia y anuncia futuras realidades amenazadoras. La doctrina Breznev de otrora, practicada desde antes de su formulación, consistía en la irreversibilidad de la revolución, las irrenunciables conquistas revolucionarias. Si sus beneficiarios no sabían apreciarlas y querían sacudírselas de encima persistiendo en el fascismo, el ejército soviético estaba para sacudirles. Alemania Oriental en el 53, Hungría en el 56, Praga en el 68. La doctrina que Putin se acaba de sacar de la manga dice que allí donde los rusos sean maltratados habrá intervención, que, ya sabemos, se complementa con amputación y anexión. Que nadie se llame a engaño. Estamos avisados, alto y claro.
No lo dice, pero sus reiterados actos redondean la teoría reivindicando su derecho a maltratar a sus compatriotas en el interior del país. Una cosa por la otra. Se trata de malos rusos que se le oponen y enarbolan la democracia, tan codiciosa, tan decadente, tan opuesta a las esencias nacionales. Están vendidos a las conjuras internacionales. El equivalente a la anti-España que Franco sacaba a relucir en similares circunstancias internas. Los buenos rusos están encantados. Se sienten justamente recompensados por las triunfales acciones de su presidente, en cuyas palabras creen y cuyas justificaciones hacen suyas. Lo que Putin hace les restablece a ellos su usurpada grandeza. Antes del referéndum de Crimea andaba por el 71.6% de aceptación. Veremos si ese es su tope o todavía puede subir más. A pesar de los riesgos, las manifestaciones en Moscú la semana pasada contra su desafiante y temeraria política fueron nutridas. Hay rusos que no tragan y quieren otra cosa, aun coincidiendo en que Crimea no debería haber sido ucraniana.
Desde luego no se debe maltratar a rusos ni a nadie, pero el hecho es que no ha habido maltrato. Los nacionalistas ucranianos, si les queda algún futuro, podrían haber sido y deberán ser más delicados con la pluralidad del país y los derechos de los rusófonos. El hecho es también que agentes de Putin de diverso pelaje, locales y venidos del otro lado de la frontera, incluidos, muy probablemente, spetsnaz, tropas especiales adiestradas en la infiltración y sabotaje, están actuando en el Este y Sur de Ucrania, suscitando enfrentamientos que preparan el terreno, como Hitler hizo en el 38 con los alemanes de los Sudetes, preludio del desmembramiento de Checoslovaquia, y con los de Danzig en el 39, lo que le llevó a la invasión de Polonia.
La cuestión es ahora, dónde y cuándo será el siguiente paso. Ninguno de los nuevos países con minorías rusas puede sentirse tranquilo. Tampoco los que no las tengan pero hayan estado en la esfera del Moscú soviético o zarista. Incluso aliados de primera línea en el gran proyecto putinesco de la Unión Euroasiática, como el enorme Kazajstán. No digamos los pequeños bálticos, que además de tener rusoparlantes, estrechan el acceso al mar y aíslan al exclave de Kaliningrado, la vieja Prusia Oriental donde nació y vivió Kant, que por supuesto, a ningún ruso, ni a nadie, se le pasa por la cabeza devolver a Alemania.
Putin no es Hitler, Crimea no son los Sudetes checos, 2014 no es 1938 o 39. Obviamente. La naturaleza no produce en serie pero tampoco crea individualidades que son en sí mismas una especia aparte, y la historia no empieza cada mes o cada media hora. Pero Putin utiliza el mismo manual de instrucciones de Hitler, el cual, por lo demás, contienes reglas que ya había descrito Tucídides y recomendado Maquiavelo. Y sí, lo que Obama y sus colegas europeos vienen haciendo, quizás un poquito menos cada día, es tratar de apaciguar a Putin, como Daladier y Chamberlain hicieron con Hitler en Munich en el 38. Apaciguar una situación tensa es muy bueno. Hecerlo con alguien que inexorablemente lo toma como una acto de debilidad que aguza su apetito agresivo, es letal.