Afganistán

por GEES, 10 de enero de 2013

 Fue a mediados de su mandato cuando Barack Obama decidió que Afganistán dejaría de ser una de sus prioridades políticas. Desde entonces mucho se ha dicho sobre los planes de retirada; sobre los indicadores positivos y –sobre todo– negativos después de tantos años de compromiso internacional; sobre la necesidad de no dejar abandonado el país después del 2014. El caso es que a día de hoy no hay ningún plan claro y preciso sobre lo que va a pasar. Y es fundamental que Estados Unidos y su nueva Administración aclaren de una vez por todas cuál va a ser su compromiso con Afganistán, de manera que sus aliados –España incluida– puedan saber a qué atenerse y tomar decisiones sobre su futuro allí.

Aunque la Casa Blanca no ofrece detalle alguno, parece que se está planeando un recorte masivo de ayuda militar y civil. Mientras, los medios de comunicación y los think-tanks de EEUU debaten sobre cuál debería de ser el número ideal de efectivos norteamericanos que deberían permanecer en el país en los próximos años. Pero el problema no es tanto la cantidad de hombres como la financiación y el equipamiento y saber por qué deberían permanecer desplegados en tan remoto ligar, y sobre todo determinar qué papel y misiones tendrían que asumir.
 
Importa no sólo la fuerza militar, también el tamaño del esfuerzo civil. A día de hoy no existe un solo documento o informe en el que ambos aspectos aparezcan analizados de forma conjunta. Como tampoco existe un plan fijo de la Unama (United Nations Assistance Mission in Afghanistan), que supuestamente coordina los esfuerzos de la ayuda civil internacional pero que nunca ha logrado producir un documento sobre la labor que lleva a cabo. Igual de perdida con respecto a su futuro está la NTM-A (NATO Training Mission-Afghanistan), el programa bajo el que se forma a las fuerzas afganas que deberán asumir la seguridad del país en 2014.
Habrá menos personal militar y civil norteamericano, y también menos instalaciones norteamericanas: se rumorea que pasarán de las 90 que había a finales de 2011 a 5 en 2014. Eso implica un cambio en términos de seguridad para el personal y repercute en la habilidad de éstos para acometer las misiones que se les designen. Además, ha de tenerse en cuenta que algunos aliados y muchas organizaciones no gubernamentales ya se hayan ido del país. Y no se debe olvidar que en 2014 habrá un nuevo presidente –no será Karzai– encargado de hacer funcionar Afganistán. El problema es que, a día de hoy, no existe ningún líder.
 
Se trata, en resumidas cuentas, de tener un plan general que dé claridad a la situación y que obligue a una obtención de resultados. Deseamos que Obama, Hagel y Kerry estén trabajando en ello.