América nos espía
El único país que queda libre del invasivo fisgoneo americano es uno que abriga ciertos secretos que sería importante conocer, Corea del Norte. Lo logra gracias a su eremítica desconexión del resto del mundo. Al parecer esa es la solución modélica, pero nada apetecible.
Antes del 11-S, lo que la NSA controlaba realmente de todo lo que conseguía no llegaba al 4%. Lo demás se almacenaba. Ahora es una cantidad casi infinitesimal. Cuando se produjeron los magnos atentados y el FBI y todo el sistema de inteligencia empezaron a rebuscar en sus archivos y a evaluar todo lo que unos no habían comunicado a otros, resultó que podían haber sabido bastante de la conjura y quizás haberla desbaratado. El problema era y siempre será conectar los puntos. Los puntos numerados que dibujaban el patito en la lámina infantil. Sólo que eran muchos y los números no estaban puestos.
Si se espía a la canciller alemana, y a otros 35 líderes mundiales que por ahora se sepa, se supone que alguien hará el completo seguimiento, pero muchas horas de conversaciones perfectamente irrelevantes, de las que el seguidor querrá trasmitir el máximo por si acaso, necesitarán varias depuraciones para hacerlas digeribles y muchos oídos y ojos implican otro problema: las incontenibles filtraciones. Snowden se llevó 50.000 documentos y aún no se sabe todo lo que contenían y no contenían, pero la alimentación de la interminable saga de la NSA (Agencia Nacional de Seguridad), antes conocida sólo por los iniciados y ahora ya casi más famosa que la legendaria CIA, proviene igualmente de las continuas declaraciones a la prensa por parte de fuentes internas anónimas que revientan por no parecer menos que Snowden. El coloso tiene deleznables pies de barro. Pero, ¡por Dios!, no olvidemos que los americanos no tienen el monopolio. Todos tratamos de hacer lo mismos con amigos y enemigos. La diferencia está sólo en las capacidades.