Arreglar Malí
por GEES, 29 de diciembre de 2012
El pasado día 20 el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó por unanimidad una nueva resolución sobre Malí, la 2085. Cabe preguntarse si supone algún avance con respecto a la resolución anterior, la 2071, aprobada el 12 de octubre.
Con el nuevo texto comprobamos la complejidad del problema, o mejor los problemas, y la dificultad para encontrar respuestas. Lo ha impulsado Francia, que sigue siendo el Estado más interesado en la situación en la zona y en atajar el asentamiento del radicalismo y delterrorismo, algo también preocupante para España.
El Gobierno de Bamako, al que se va a apoyar para que recupere su territorio, es ilegítimo, surgió de un reciente golpe de estado, lo que abre importantes incógnitas que no se pueden obviar. Tan importante como el anterior es que el hegemón regional, Argelia, es el adalid de la oposición a la injerencia extranjera en los asuntos internos de los Estados (Malí) y las regiones (Sahel). A ello se le añaden las dificultades inherentes a la conformación de una fuerza de intervención –africana, pues en ella no debe haber occidentales– que pueda asumir la tarea –aunque reciba asistencia occidental, en forma de entrenamiento, inteligencia y apoyo logístico–.
Por otro lado, intervenir en un escenario de más de 800.000 kilómetros cuadrados (el norte de Malí) donde actores terroristas yihadistas salafistas (los más motivados) y elementos tuareg (divididos entre sí y tradicionales adversarios de las autoridades de Bamako) controlan la situación es difícil en términos de planificación. Si el mandato no es claro; si la preparación y coordinación de las fuerzas de intervención (malienses y extranjeras) es insuficiente; si las reglas de enfrentamiento no incluyen la cuestión crucial del uso de la fuerza (ir para eliminar a los terroristas y no para ahuyentarlos) y si no hay un plan político para Bamako, la operación será un fiasco. Un fiasco que además tardaría en producirse, pues se habla nada menos que de la segunda mitad de 2013 como fecha aproximada.
Si damos tanto tiempo a los terroristas para echar raíces, luego tendremos enormes dificultades para combatirlos. Los terroristas, entre tanto, aprovechan el tiempo muerto: siguen secuestrando occidentales (el último, otro francés, nada menos que en el norte de Nigeria, el pasado día 19), siguen aplicando sus reglas medievales (amputaciones de manos en Gao el día 21) y siguen amenazando a Francia con asesinar a sus rehenes (vídeo de Al Qaeda del Magreb Islámico del día 25). Y la radicalización se extiende por toda la zona (asesinato de seis cristianos en plena misa de Navidad en el norte de Nigeria, cierre del sur de Libia por parte de las autoridades del país, operaciones antiterroristas en la frontera entre Argelia y Túnez...).
Pero, más allá de la determinación francesa para intervenir, sigue sin haber un plan coherente para la región, que aúne intereses occidentales y principios democráticos. He aquí, por cierto, la clave del fracaso de la primavera árabe.