Brexit, éxito democrático

por GEES, 25 de junio de 2016

Vuestros recién conquistados y descontentos pueblos,

Mitad demonios y mitad niños.

La carga del hombre blanco, de Rudyard Kipling.

 

Lo peor del “Brexit” ha sido la reacción de las élites. Tras saberse el resultado cualquier observador inocente habría pensado que Alemania había invadido Polonia y que el orden democrático liberal había sucumbido a las fuerzas de la barbarie. Lo único que ha sucedido es que una decisión democrática soberana va a obligar a denunciar un tratado. Keep calm and carry on.
 
O dicho de otro modo, tomando prestadas las palabras de la condesa viuda de la afamada serie británica “Downton Abbey”, does it ever get cold on the moral high ground? ¿Hace alguna vez frío en la altiplanicie de la superioridad moral?
 
Un primer ministro democráticamente elegido en un país que respeta tanto la Constitución que no necesita ponerla por escrito –acaso casi sólo aquellos que no ponen la Constitución por escrito están dispuestos a cumplirla– había prometido un referéndum sobre la pertenencia del Reino Unido a la UE. Como era de recibo, lo convocó. Lo perdió. Y como era de recibo, dimitió. What’s not to like? O sea, cuál es el problema.
 
Ahora, antes de que sea necesario enviar ayuda humanitaria a esa pobre gente que ha osado decirle no a la superestructura burocrática comunitaria, se habrán de negociar el acuerdo de salida, lo que durará dos años y creará una miríada de situaciones transitorias para que no nos hagamos daño los unos a los otros. Paralelamente, el país de Adam Smith, con permiso de Escocia, negociará acuerdos comerciales con el 90% de los Estados del mundo entero y otorgará permisos de residencia a quien le de la gana, lo que beneficiará a los trabajadores que reciba y al Reino Unido mismo.
 
Es probablemente cierto que fuerzas antiliberales e incluso racistas han impulsado a algún votante favorable al “Brexit”. Que aquellos cuyos motivos electorales son siempre limpios, evangélicos y angelicales tiren las piedras que quieran contra ellos y cuando se hayan desahogado, se pregunten cuál es la diferencia sustancial entre esto y aquél debate de 1990 –en ese Parlamento, único que resiste el nombre en toda Europa– donde Margaret Thatcher dijo a la Unión programada por Delors “¡No, no, no!”. La diferencia sustancial es que la paciencia misericordiosa que los votantes han tenido con sus elites durante 25 años ha llegado a su fin.
 
El Reino Unido tiene dos divisas, que están en francés, herencia de los normandos. La primera es: Honi soit qui mal y pense. A saber, fuera de aquí el que piense mal –en nuestro contexto, los profetas de la desgracia– y el segundo: Dieu et mon Droit. Dios y mi Derecho. ¿Y les va a dar lecciones la comisión de Juncker? La cosa no llega a chiste.
 
Sin embargo, es cierto que los británicos han asumido una responsabilidad y el que tal hace puede tener éxito o fracasar. Podrían efectivamente convertirse en lepenistas furiosos y transformar el Reino Unido en un sitio inhabitable, más allá de ese detallito del clima. O podrían retornar al Estado de Derecho y a sus viejas costumbres y convertirse en un ejemplo para Europa. Probablemente no se llegue a tanto, porque los defectos que a todos los occidentales nos aquejan también residen en Albión, pero al menos sus errores serán suyos y como serán responsables de ellos tendrán mayores incentivos –y libertad– para corregirlos.
 
Esto debe ser lo que más preocupa a la Unión europea, que alguien descubra que la vida en libertad es vivible y que no lo es la que pronosticó Alexis de Tocqueville en su “Democracia en América”:
 
“Quiero imaginar bajo qué rasgos nuevos el despotismo podría darse a conocer en el mundo; veo una multitud innumerable de hombres iguales y semejantes,… no existe sino en sí mismo y para él sólo, y si bien le queda una familia, puede decirse que no tiene patria.
 
Sobre éstos se eleva un poder inmenso y tutelar que se encarga sólo de asegurar sus goces y vigilar su suerte. Absoluto, minucioso, regular, advertido y benigno, se asemeja al poder paterno, si como él tuviese por objeto preparar a los hombres para la edad viril; pero, al contrario, no trata sino de fijarlos irrevocablemente en la infancia y quiere que los ciudadanos gocen, con tal de que no piensen sino en gozar. Trabaja en su felicidad, mas pretende ser el único agente y el único árbitro de ella, provee a su seguridad y a sus necesidades, facilita sus placeres, conduce sus principales negocios, dirige su industria, arregla sus sucesiones, divide sus herencias y se lamenta de no poder evitarles el trabajo de pensar y la pena de vivir.
 
De este modo, hace cada día menos útil y más raro el uso del libre albedrío, encierra la acción de la libertad en un espacio más estrecho, y quita poco a poco a cada ciudadano hasta el uso de sí mismo. La igualdad prepara a los hombres para todas estas cosas, los dispone a sufrirlas y aun frecuentemente a mirarlas como un beneficio.
 
Después de haber tomado así alternativamente entre sus poderosas manos a cada individuo y de haberlo formado a su antojo, el soberano extiende sus brazos sobre la sociedad entera y cubre su superficie de un enjambre de leyes complicadas, minuciosas y uniformes, a través de las cuales los espíritus más raros y las almas más vigorosas no pueden abrirse paso y adelantarse a la muchedumbre: no destruye las voluntades, pero las ablanda, las somete y dirige; obliga raras veces a obrar, pero se opone incesantemente a que se obre; no destruye, pero impide crear; no tiraniza, pero oprime; mortifica, embrutece, extingue, debilita y reduce, en fin a cada nación a un rebaño de animales tímidos e industriosos, cuyo pastor es el gobernante.”
 
Así que, vamos a ocuparnos de lo nuestro, que no es poco, antes de dar lecciones a los demás. Mientras tanto, que Dios salve a la Reina, de quien se dice que venía preguntando a sus huéspedes si podían darle tres buenas razones para permanecer en la Unión. ¿Alguien puede dar tres razones para que sigamos haciendo las cosas como hasta ahora?