Cuando nunca pasa nada
Yo, que he dedicado toda mi vida profesional a los asuntos estratégicos, esto es de defensa o militares, había llegado a creer que el fin de eso que se ha llamado toda la vida, “una victoria decisiva” había dejado de existir para las guerras modernas. Veo con decepción que también se aplica a la vida política. No es que en España estemos pasando por un periodo de transitoriedad y “en funciones” que se empieza a parecer ya a la parálisis, sino que llevamos un largo ciclo ensimismados en una serie de problemas que no sabemos o no queremos resolver y que nos están llevando, como nación –país para las almas del centro a la izquierda- a la cuneta de la Historia. El mundo, enterémonos, sigue girando y no espera a que resolvamos “la cuestión” catalana –esto es, la respuesta frente al separatismo-, el giro o no del gobierno a la izquierda más radical, o lo que sea que nos reconcome en estos momentos, como que se repitan las elecciones generales una vez más.
Que la economía aguante en estas circunstancias se podría achacar a un milagro, aunque hay quien, con toda probabilidad, lo explicará por la parálisis pública, la inercia y la iniciativa privada. A todos los ácratas del mundo, a los de verdad no a la caterva que tenemos entre nosotros, les dará gran satisfacción poder comprobar que cuando el Estado está en interinidad es cuando obtenemos los mejores indicadores económicos y sociales. A mí, como conservador, me congratula que cuando el gobierno está limitado legalmente en su capacidad de despilfarrar, esto es, cuando está sujeto y sus instintos, siempre expansivos, limitados, es cuando mejor nos va. Pero esa es otra historia.
Ahora lo que nos toca es dilucidar si Pedro Sánchez está jugando con todos los españoles y sus acuerdos y desencuentros con el líder de Podemos, Pablo Iglesias, responden a un plan teatral bien orquestado o, si por el contrario, responden a situaciones reales. Lo que está en juego es la capacidad de Sánchez de conformar una mayoría parlamentaria que le eleve a nuevo presidente a través de su investidura, ahora o en septiembre. O eso, o la repetición de las elecciones generales.
La mayoría de opinantes parece preferir en estos momentos una investidura como sea a repetir comicios, lo que tachan de irresponsabilidad. Yo no lo tengo tan claro. Para mi, hay una primera gran irresponsabilidad para con España, un gobierno frankestein que aglutine, aunque fuera temporalmente, los intereses de socialistas, comunistas, separatistas y filoetarras, que se dice pronto. Pero también habría una segunda irresponsabilidad si el llamado bloque constitucionalista, de C’s a Vox, permitiera mediante su abstención que Sánchez pasase la investidura. Por una sencilla razón, ese apoyo no se vería recompensado con una moderación por parte de Sánchez y sólo serviría para legitimar unas políticas que llevaría adelante bajo la tutela y la aquiescencia de Podemos, su socio preferente, y la complicidad de los separatistas, de quienes dependería para poder sacar cualquier iniciativa, o los presupuestos, adelante. No confío en que Sánchez se volviese hacia C’s y PP para gobernar, sinceramente. No está en sus genes, punto.
También hay quien cree que unas nuevas elecciones apenas modificarían la presente correlación de fuerzas políticas y que, por tanto, cualquier repetición electoral sería irrelevante. O sea, sería una pérdida de energías, tiempo y dinero. Aún peor, podrían llevar a un mayor desencanto de los ciudadanos con los procesos de la democracia. Desgraciadamente, en una democracia joven y superficial como la nuestra, sólo las elecciones nos sirven para llevarnos a un punto u a otro. La sociedad civil y otro tipo de instituciones que no sean las del estado apenas cuentan, por no hablar de una cultura política absolutamente contaminada por una visión guerracivilista donde unos tienen que ser los vencedores y otros los vencidos.
A mi, sinceramente, me parece mucho mejor que el estado se gaste –o invierta- unos millones en darme voz a que se lo gaste en inútiles planes E, que cada vez que hay elecciones me dejan el pueblo sembrado de rotundas absurdas. Es más, el coste de organizar unas elecciones es marginal en el contexto del déficit y la deuda nacional que arrastramos por política esencialmente clientelares. Pero unas elecciones nos darían una nueva foto de dónde está cada cual. Habría quien subiera y habría quien bajara, lo normal. Pero como ya he dicho en anteriores ocasiones, el destino electoral se lo busca cada partido político con un ejercicio de seriedad, coherencia, ilusión y seducción. Quien le tenga miedo a unos comicios porque puede perder no debería andar jugando en política, creo yo.