De la guerra (nuclear)

por Rafael L. Bardají, 13 de abril de 2022

“Al filo del segundo día del conflicto, Centroeuropa estaba prácticamente devastadas: Moscú había autorizado el uso de 800 bombas atómicas, tácticas y de medio alcance. Bombarderos norteamericanos soltaron cerca de 1.500 cargas nucleares. Mientras, las tropas de tierra mantenían encontronazos entre las ruinas. En el tercer día, cuatro misiles intercontinentales cayeron desde Rusia en suelo americano, destruyendo grandes núcleos urbanos de la costa Este y en las cercanías del mando estratégico. Washington autorizó un ataque masivo contra el territorio de Rusia, vitrificando sus núcleos urbanos, incluido Moscú. En la noche del quinto día, lo que quedaba del liderazgo de la URSS presentaba su rendición.”

 

Lo que acaba de leer no es una invención mía.  Es parte de la transcripción del Ejercicio “Puesto de Mando número 5” que la OTAN realizó en mayo de 1955. La conclusión que se extrajo fue la aplastante superioridad atómica americana y la necesidad de un pronto uso de las armas atómicas. La parte negativa, a la que se prestó menos atención en el informe final, es que Europa y una parte significativa de Estados Unidos quedaba devastada. Ni una sola de las ciudades importantes que conocemos quedaba en pie.

 

A partir de ese momento surgieron dos líneas de pensamiento en la parte occidental: quienes pensaban que una guerra nuclear era posible y que había que dotarse de todos los instrumentos para garantizarse una victoria (armas con cabezas menos destructivas; misiles con mayor precisión; y una estrategia destinada a destruir las fuerzas estratégicas enemigas en un primer ataque); y quienes llegaron a la conclusión  de que las armas atómicas sólo existían para la disuasión  mutua, pero no para ser usadas. La estrategia americana y, en consecuencia, de la OTAN evolucionó manteniendo viva la tensión entre una y otra forma de entender los sistemas nucleares. 

 

En cualquier caso, unos y otros cayeron en el mismo error: pensar que los rusos pensaban de la misma forma que nosotros. Sin embargo, como supimos en los 90, los estrategas soviéticos nunca rechazaron el uso de la fuerza atómica. De alguna forma supieron inyectar el proceso de escalada atómica en su pensamiento estratégico. Pero no sólo llegados a un punto de alta incertidumbre en el terreno convencional, sino que Moscú había integrado en todos los niveles de la guerra el posible uso de armas nucleares, desde las tácticas a las intercontinentales.

 

Una vez desaparecida la URSS en 1991, las armas nucleares pasaron al subconsciente colectivo occidental: superada la Guerra Fría, ¿quién podría beneficiarse de un intercambio atómico? Y aunque durante un tiempo se habló del terrorismo nuclear, el riesgo de una guerra atómica apocalíptica desapareció por completo del imaginario colectivo.

 

¿A qué viene todo este rollo arqueológico estratégico?  Pues al hecho de que un líder frío y racional como Vladimir Putin blanda la amenaza de su arsenal nuclear en el contexto de su invasión de Ucrania y que tanto quienes desde la OTAN y la UE apuestan por seguir escalando el enfrentamiento con Rusia, como quienes se mueren de miedo ante la posibilidad del uso atómico y defienden una acomodación con Moscú, dan credibilidad a la posibilidad de uso de armas atómicas por parte del ejército ruso. Bien tácticas para vencer en Ucrania, bien como un acto de desesperación global frente a una derrota de la que Rusia no podría recuperarse.

 

La reacción occidental seguro que ha sido bien analizada en otras partes del mundo, como Irán, porque la lección a sacar es clara:  quien posee armas atómicas y está dispuesto a utilizarlas cuenta con una ventaja estratégica indudable.

 

Es más, en la lógica atómica, el típico balance de fuerzas que realizan los analistas militares (cuantos tanques, aviones y barcos tiene cada bando; qué sistemas tienen a su disposición; qué estrategias, tácticas y entrenamientos; qué moral de combate dispone cada bando, etc.) es irrelevante y lo que importa es el balance o comparación de debilidades.  Sobre todo, quién tiene más miedo al uso nuclear y sus horribles consecuencias.

 

¿Es imaginable la detonación de un arma atómica rusa en Ucrania? Yo creo que, de momento, no es necesario. Las operaciones militares proceden a su ritmo y, salvo un milagro estratégico, las fuerzas de Zelenski sólo pueden afectar al factor tiempo, pero no cambiar el curso de la guerra. Las consideraciones que nuestros generales hacen en las televisiones, de que Putin no puede ganar porque no tiene las cabezas y los corazones de los ucranianos, entre otras cosas, no son más que proyecciones de nuestros fantasmas que no tiene peso alguno en la planificación rusa.

 

Pero no es menos cierto que el pensamiento militar ruso integra el arma atómica en todos los escalones operacionales. Si la OTAN aumenta su participación en la guerra, con el envío de material pesado o aviones, por ejemplo, Rusia podría escalar a su vez, generándose una cadena de acción reacción de difícil control. Recordemos que la I Guerra Mundial estalló por un asesinato.  En la película “Juegos de Guerra”, el ordenador central del mando estratégico americano nos llevaba al Apocalipsis al interpretar un juego de guerra de un hacker como un ataque real por parte de la URSS y estar programado para una represalia directa y de un nivel superior al ataque enemigo. Todo se va fuera de control.

 

50 días de guerra y todavía no sabemos qué quiere Putin en Ucrania. Pero es que tampoco sabemos qué quiere Estados Unidos, los aliados de las OTAN y los socios de las UE.  Para un conflicto que puede escalar y llevarnos al día del juicio final sin n darnos cuenta, poca reflexión veo en nuestros dirigentes.

 

En 1947, un grupo de científicos nucleares involucrados en la fabricación de las primeras bombas atómicas, crearon un simbólico reloj del apocalipsis, en el cual la aguja del minutero se acercaba más o menos a la medianoche según de cerca estuviéramos de una guerra nuclear. Ni en los peores momentos de la Guerra Fría bajó de 3 minutos (con una media de 6). En marzo movieron la aguja para dejarla a 100 segundos de la media noche, del día del juicio final. Seamos plenamente conscientes de a dónde nos llevan nuestras pasiones, hashtags y acciones.