De la pandemia a la endemia

por Rafael L. Bardají, 8 de julio de 2021

Ya está. No hemos vencido al virus (en contra de lo que anunció ufano Pedro Sánchez hace un año), pero nos hemos inmunizado. No todos, pero sí muchos. Los suficientes como para reducir la Covid-19 a niveles de una gripe aguda. Cierto, las televisiones que tanto han ganado con la pandemia siguen machacando programa tras programa, que las infecciones andan desbocadas, sobre todo entre los más jóvenes. Pero callan interesadamente que las hospitalizaciones y los ingresos en las UCIs no aumentan, sino que disminuyen lenta, pero constantemente.

 

En Madrid, una comunidad a la que siempre se acusa de irresponsable por parte del gobierno social-comunista de Pedro Sánchez, durante el pasado mes de junio hubo un total de 149 fallecimientos por Covid-19.  De ellos, 87 eran mayores de 70 años, esto es, un 58% del total; si incluimos la franja de edad de los 60 a los 69, la cifra de muertes sube a 125, el 83’89% del total. Sólo se notificó un único fallecido entre los 30 y 39 años y 7 entre los de 40 y 49. Esto es, que las muertes por debajo de los 50 años representan el 5’2% del total.  Las medidas que intenta imponer ahora mismo Sanidad, nuevos cierres al ocio y vuelta a los toques de queda, no parecen destinadas a disminuir la franja de edad en la que más muertes se producen (la de 70 a 79 años), sino a imposibilitar las actividades sociales de quienes menos sufren la gravedad de la enfermedad. No es la salud lo que motiva a las autoridades. ¿Qué será?

 

El objetivo que anunció Sánchez en su aló Presidente hace más de un año, fue el famoso “doblegar la curva”, no erradicar el coronavirus Sars-Cov-2. Y, sin embargo, ese es el fin que ahora quiere perseguirse. Pero no porque estemos en una situación peor o más mortífera, no. Simple y llanamente porque el gobierno de las minorías ha descubierto que a través del miedo gobierna a sus anchas; que los españoles valoran más sus vidas que la democracia; y que el gobierno puede imponer su agenda sin apenas oposición gracias a medidas de excepción, originariamente pensadas para crisis nacionales que poco tienen que ver con la situación que vivimos. El más reciente intento es el de instituir medidas que atentan contra los derechos fundamentales de las personas en una nueva Ley de Seguridad Nacional que le otorga un poder omnímodo al gobierno para decidir qué es una crisis, cuñando se da y cuánto dura. Y mientras tanto, más poderes excepcionales.

 

El coronavirus será una endemia que no se irá nunca pero su virulencia estará amortiguada. Lo que no parece que tenga solución son las otras endemias españolas: por un lado, el creciente totalitarismo de la izquierda, rabiosa y descontenta con todo incluso en el poder; y la dejadez de un Partido Popular que se siente cómodo instalado en el convencimiento de que este gobierno no va a durar eternamente y que ellos estarán ahí, si no meten más la pata, para recoger la fruta madura. Y para no meter la pata, nada mejor que no hacer nada y encomendarse al tiempo, esa variable que todo lo arregla. Vox también cuenta con el factor tiempo para seguir creciendo orgánicamente, esto es, lento pero seguro. Y lo hará, no me cabe la menor duda. Pero -y ese es mi gran pero- si hay algo de lo que carece España es de tiempo. La izquierda está haciendo avanzar su agenda de cambio social a velocidades vertiginosas, haciendo de lo marginal central y de lo normal lo marginal; desde el gobierno se está trastocando el juego de las instituciones, para vaciarlas de contenido o volverlas irrelevantes en sus funciones; y los medios y las grandes corporaciones, al servicio del poder para defender sus propios intereses, nos bombardean con los eslóganes que el poder político les vende. Por eso, para la España del sentido común, la que madruga y quiere trabajar para prosperar, la que no entiende por qué tienen que recortar las pensiones pero mantener a todo trapo las subvenciones a la inmigración ilegal, la que sufre que todos los impuestos con los que el gobierno grava la vida de las empresas los acaben pagando los consumidores, la  España de los padres que quieren poder educar a sus hijos cómo y donde quieran no que se los robe el estado para adoctrinarlos, la España orgullosa de sí misma y no sólo por ser gay, se está haciendo muy tarde. Demasiado tarde.