El embrujo del nobelizado Obama

por Óscar Elía Mañú, 22 de diciembre de 2009

 

(Publicado en Época, 20 de diciembre de 2009)
 
Durante los primeros meses de su presidencia, la política exterior de Obama fue una ocultada incógnita. Algunos advertían que sus tendencias izquierdistas radicales cederían ante las necesidades del cargo, que son las de los intereses americanos. Otros veían en él un peligro para la defensa del mundo libre y de sus intereses y valores, que el tiempo no solucionaría. Hubo que esperar hasta su discurso de junio en la Universidad de Al Azhar para comenzar a tener algunas respuestas.
 
En El Cairo, Obama ya adelantó lo esencial de su política respecto a Oriente Medio: desentendimiento de la democratización y de los demócratas musulmanes, aceptación del dogma islamista-progresista de la culpabilidad occidental, comprensión hacia el fundamentalismo, mano tendida a Irán y sospecha hacia Israel. Discurso típico izquierdista, sólo que envuelto en un tono solemne, grandilocuente y pseudofilosófico más propio de un predicador que del Comandante en Jefe del ejército más poderoso del mundo. Obama rompió, no sólo con la administración Bush, sino con el tradicional compromiso norteamericano con las libertades en el mundo: buena noticia para iraníes e islamistas varios, y jarro de agua fría para gobiernos y disidentes demócratas musulmanes, abandonados a su suerte. Sin embargo, el embrujo que rodea a Obama hizo que su intervención se celebrase como un canto a la paz y la libertad.
 
Una Europa decadente no dejó pasar la oportunidad de premiar a quien prometía más decadencia y le dio el Premio Nobel de la Paz. Los ilustrados y descreídos europeos elevaban a Mesías al mortal inquilino de la Casa Blanca. Santificación envenenada para el propio Obama, que aún debía responder a la guerra en Afganistán, su "guerra buena". Ganar allí es destruir las milicias talibanes y acabar con la presencia alqaedista, así cono asentar un gobierno medianamente digno. Lo que exigía dos cosas: militarmente más hombres -50.000 llegó a pedir el general McChrystal para tener garantías de triunfo-; y políticamente voluntad y apoyo inequívoco desde la Casa Blanca. Es decir, la estrategia de Bush y Petreus para Irak, que funcionó más o menos bien a partir de 2007.
 
Demasiado para Obama, ¿Cómo conciliar la responsabilidad del sillón con sus votantes más izquierdistas y su propia conciencia? Tirando por la calle de en medio, que más bien era la del abandono y la retirada: 30.000 hombres y en julio de 2011 todos a casa, dijo en diciembre en West Point. Si en El Cairo pontificó sobre la paz, aquí recuperó los galones de Comandante en Jefe. Ante los militares, dio a su discurso un tono épico y heroico de compromiso con Afganistán y contra el terrorismo?que envolvía la decisión de retirada y de abandono de los afganos en año y medio. El embrujo volvió a funcionar: Obama logró inflamar los ánimos de los incondicionales, y los mismos que alababan su canto por la paz en El Cairo, ahora alababan su determinación guerrera en West Point.  
 
Quedaba, no obstante, la síntesis retórica final, la apoteosis definitiva del discurseo obamita. En Oslo, utilizó sus dos mejores activos: su magia verbal y un público dispuesto a concederle cualquier cosa. Con su pirotecnia verbal habitual buscó una síntesis presentable entre dos actitudes antagónicas. Recuperó la retórica sobre la paz y la democracia en Afganistán, hablando de la necesidad de la guerra en nombre de la libertad, que es lo que él mismo había criticado de Bush en el pasado. La "guerra justa" de Obama era la misma "guerra justa" de Bush, pero con una diferencia: Bush había advertido que la guerra contra el terrorismo sería larga, la lucha difícil y el camino lleno de problemas. Ni quería ni podía engañar a nadie respecto a la situación creada tras el 11S. Pero Obama llegó a la Casa Blanca prometiendo lo contrario: no más luchas, no más dificultades y no más problemas con el mundo. Para superar las contradicciones, acumuló en Oslo uno tras otro tópicos sobre Estados Unidos, la libertad, la democracia, el terrorismo y la paz. Ejercicio de malabarismo dialéctico que era más una brillante justificación de sí mismo que otra cosa. El premio Nobel 2009 justificó una guerra en la que lucha, en la que no cree y de la que piensa retirarse en año y medio abandonando a los afganos. Eso sí, lo hizo de manera solemne y vehemente.
 
Lo consiguió sólo a medias. El discurseo tiene un límite, más allá del cual incluso los entregados comienzan a dudar. La popularidad del Presidente sigue cayendo lentamente, y ya se ha consolidado por debajo del 50%. En política exterior, los iraníes han unido al desafío la soberbia; pese a sus cesiones, el islamismo en Oriente Medio lo desprecia; Hamás se radicaliza, y los talibanes recrudecen su ofensiva. Demasiado como para decir una cosa y la contraria al mismo tiempo, decir algo y hacer lo otro. Difícilmente ocultable incluso para el ilusionista Obama. ¿Se acaba ya su embrujo?