El futuro del Estado Islámico

por Rafael L. Bardají, 27 de diciembre de 2016

Publicado originalmente en el Anuario de Actualidad Económica, diciembre 2016
 
Es verdad que, militarmente, el Estado Islámico está condenado a perder primero Mosul en Iraq y, luego, Raqqa, su capital en Siria. No hay balance de fuerzas que de otra alternativa. Sin embargo, eso no quiere decir que vaya a suceder mañana. De hecho, la propaganda que nos llega desde la Administración Obama y que en cada telediario nos cuenta cómo se combate en las calles de Mosul, está muy lejos de ser verdad. La ofensiva sobre Mosul ha tardado un año en poder organizarse y, de momento, avanza con suma lentitud.
 
La campaña de bombardeos por parte de la coalición internacional que lideran los Estados Unidos ha conseguido en estos dos años de operaciones objetivos discutibles. Empezó con muy baja intensidad (seis salidas de combate de media al día), y en más de un 50% los caza-bombarderos regresaban sin poder descargar su munición por falta de dianas claras. Con todo, los ataques al transporte de petróleo, redujeron la financiación del Estado islámico y, por tanto, su capacidad de operar. El uso de drones para eliminar a sus dirigentes ha tenido mayor éxito en los últimos meses, donde importantes elementos del EI ha sido abatidos, pero el Estado Islámico ha sido capaz de reemplazarlos sin demasiado trauma de momento. Así, Abu Muhamed al-Adnani, el portavoz y responsable de las células en el exterior, muerto en Aleppo a finales de agosto, fue sustituido por Abu Muhamed Furqan, también eliminado por un dron pocos días después y sustituido a su vez por Abdullah Elmir, un joven australiano que responde al nombre de guerra de Abu Jaled. Intentar acabar con el Estado Islámico por decapitación de su liderazgo no funciona con la velocidad necesaria, por desgracia. 
 
De hecho, la mayoría de expertos militares americanos piensan que es imposible derrotar al Estado Islámico sólo con bombardeos y que es necesario el uso de fuerzas terrestres que combatan y ocupen el territorio. Esto es, que no se limiten a las tareas de entrenamiento, de inteligencia y a algunas operaciones especiales.
Por lo tanto, sólo hay tres opciones para poner fin al Califato declarado por el líder del estado Islámico, Abu Bakr al-Baghdadi, a comienzos de julio de 2014. La primera, que una coalición de países sunníes, de Egipto a Arabia Saudí, pasando por Jordania, organicen una fuerza de ocupación y marchen sobre el actual territorio del Estado Islámico. Esta opción no parece probable por múltiples razones. Unas de debilidad económica (el caso de Egipto); otras de incapacidad de combatir en dos guerras simultáneas (el caso de Arabia Saudí, comprometida en Yemen); otras, por incapacidad operacional (otros países menores del Golfo). Y, sin embargo, ésta sería la mejor de las salidas, puesto que quienes hoy combaten contra los militantes del Estado Islámico en Irak son, por un lado, tropas de composición shií y fuerzas irregulares lideradas por Irán, y, por otro, los peshmergas kurdos. Ni unos ni otros contarán con el apoyo de la población sunní que vive bajo el Estado Islámico. Al contrario, agudizarán su sentimiento de continuar perseguidos y ello alimentará nuevos movimientos de resistencia armada. Podrán acabar con la autoridad del Estado Islámico, pero no podrán imponer una paz duradera.
 
La segunda opción consistiría en un giro de 180 grados por parte de la Administración norteamericana, aprovechando el traspaso de poderes de Obama al nuevo Presidente Donald Trump. Con un aumento de su presencia, los Estados Unidos ya fueron capaces de pacificar Irak a partir de 2008 y podrían volver a hacerlo. Sin embargo, no parece que esa sea la preferencia del presidente-electo, quien ya ha dicho que su opción es intensificar la campaña aérea.
 
La última alternativa es la rusa. Consistiría en que Moscú trasladase el mismo esfuerzo bélico que está haciendo para combatir a los rebeldes que más amenazan la posición y el futuro del régimen de Basher el Assad a las zonas bajo control de Estado Islámico. No cabe duda de que su estrategia de bombardeos, a la “chechena”, esto es, planchando literalmente todo el territorio, sin discriminar entre civiles y combatientes, acabaría con el Estado Islámico. Sería cuestión de tiempo, pero el Estado Islámico perdería cualquier opción de gobernar. Ahora bien, al igual que ya sucedió en Chechenia, el fin del control sobre su territorio no significaría automáticamente el final del Estado Islámico en tanto que grupo capaz de orquestar ataques terroristas. Cierto, no habría Califato, pero habría terrorismo jihadista. 
 
Es verdad que todo apunta a que esta última opción puede imponerse, sobre todo en Siria. Donald Trump cree que Rusia sí puede combatir eficazmente al Estado islámico. Al fin y al cabo, los Kurdos sólo luchan por su territorio y Turquía lo que busca, esencialmente, es impedir que los kurdos se aprovechen del vacío que deje el Estado Islámico tras su derrota.
 
La desaparición del Califato no conlleva una solución a la guerra civil en Siria ni tampoco a una mayor estabilidad en Irak. Hay demasiados grupos en liza y el equilibrio entre rebeldes y Damasco no se inclinaría hacia ningún lado. Es más, Irán lograría imponer su presencia directa y su influencia indirecta tanto en Siria como en Iraq, algo que no podría dejar indiferentes ni a sus vecinos del Golfo ni a Israel, por poner un ejemplo.
 
Pero incluso asumiendo que la situación mejorara en ambos países, convendría ser prudentes tras declarar derrotado al Estado Islámico. No es sólo que la frase de “mission accomplished” quedara gravemente dañada en 2003, sino que sabemos que los jihadistas del Estado Islámico han sido capaces de adaptarse a las circunstancias más sombrías y reconstruirse con éxito una vez tras otra. El General Odierno los declaró muertos en 2010, poco antes de sacar a sus tropas de Irak y Obama los despreció en enero de 2004, tan sólo 5 meses antes de que se hicieran con buena parte de Siria y un 30% de Iraq y declararan el Califato, calificándolos de “jugadores en una liguilla infantil”. Y aquí están hoy. Sufriendo unas 5 mil bajas al mes e incorporando a otros 5 mil nuevos militantes; luchando en Mosul y atentando en Paris, Bruselas, Niza o San Bernardino.
 
En fin, si se ponen los medios y se emplean durante el tiempo que haga falta, la desaparición del Califato y la derrota del Estado Islámico en Iraq y Siria será inevitable. Sin embargo, eso no significa que el Estado Islámico pierda su capacidad de cometer terribles ataques en Oriente Medio y en suelo europeo.  A diferencia de al Qaeda, los dirigentes del Estado Islámico han sabido movilizar a miles de jóvenes bajo la bandera de su lucha contra infieles y apóstatas y en favor de una vida regulada por el más estricto fundamentalismo islámico. El Estado Islámico ha servido para alimentar un resurgir del jihadismo y ser barrido de Mosul y Raqqa no va a disminuir esa influencia a corto y medio plazo. En lugar de defender su territorio, actuará en el nuestro. Su base social está aquí, entre nosotros. No en vano han salido de Europa miles de jóvenes para combatir bajo el califato. Derrotar al Estado Islámico requiere algo más que su eliminación en Siria e Irak, exige vencer la ideología jihadista que ha alimentado. Esto es, vencer al califato militarmente en su suelo es un sine qua non de una batalla global que sólo acabará con una victoria ideológica, cuando se pongan en marcha los mecanismos que frustren e impidan el proceso de radicalización que lleva a que un joven musulmán se sienta atraído por el islam político y que acabe enrolándose en el jihadismo militante. 
 
Desgraciadamente, el combate contra la ideología jihadista va muy por detrás de los bombardeos. De hecho, prisioneros de nuestra corrección política, podría decirse que esa es una batalla que estamos perdiendo. El hecho de que Amazon retirase de su web el disfraz de “burka sexy” pero mantenga el de “monja sexy” tras las protestas de colectivos musulmanes americanos en Halloween, es un ejemplo frívolo de una tendencia más profunda y de mayor calado: sin libertad de prensa y expresión no se combate el islamismo radical, pero el islamismo moderado supone una cortapisa cultural a la libertad.
 
Quien quiera que acabe echando de Raqqa al Estado Islámico no lo expulsará de entre nosotros. Máxime si son tropas shiis o ateos rusos. Sólo estarán alimentado la venganza del islamismo. El Estado Islámico ya está pensando el ella, no nos equivoquemos.