El nuevo patriotismo español y sus enemigos

por Óscar Elía Mañú, 29 de octubre de 2017

Sintomáticamente, no fue ningún medio de comunicación español, sino el New York Times, tan poco sensible a ciertos valores, el primero en descubrir el alcance que durante la primera semana de octubre alcanzó lo que el diario izquierdista llamaba nacionalismo español, pero que es más bien un genuino patriotismo, con genuinas características.

En primer lugar, como a estas alturas ha sido ya admitido, el nuevo patriotismo español se caracteriza por su carácter joven: está protagonizado por jóvenes situados en una horquilla entre los 15 y los 30 años. Esto es especialmente cierto en Cataluña, donde han sido jóvenes estudiantes y trabajadores los que han protagonizado el grueso de las movilizaciones: precisamente contra los sindicatos y asociaciones que entregadas al nacionalismo les dicen representar. Allí, y en el resto de España, la defensa de la unidad nacional ha dejado de estar limitada a un determinado espectro político y social, adulto y conservador, para extenderse a nuevas generaciones que no sólo se sienten naturalmente españolas, sino que no quieren ser otra cosa y se sienten orgullosos de serlo. En parte, los complejos sobre España que la generación de la transición ha arrastrado durante décadas, han sido superados por las generaciones posteriores, a las que por otra parte tanto vilipendiamos.

En segundo lugar, este nuevo patriotismo es un patriotismo abierto: los jóvenes que lo protagonizan pertenecen ya a la generación de la globalización: escuchan música de todo el mundo, ven series americanas, hablan idiomas, tienen la posibilidad de viajar por todo el mundo, lo que de hecho hacen. De manera a priori sorprendente, la primera generación netamente globalizada es la primera que parece haber descubierto el valor de la patria de la que proceden: el conocimiento de culturas y países o el intercambio con jóvenes de todo el mundo ha traído consigo el reconocimiento de su propia nación, la valoración de sus compatriotas y la conciencia de que es un bien a mantener.

En tercer lugar, y aunque no es novedoso del todo en España, lo que ha caracterizado el auge patriótico es su carácter espontáneo: las imágenes de la Guardia Civil y la Policía Nacional –nuestros guardias y nuestros policías- humillados por el nacionalismo catalán, las palabras llenas de sentido común y energía de Felipe VI. Con la clase política desaparecida, escondida o sobrepasada por el órdago nacionalista, fue la sociedad la que salió a la calle sin que nadie, salvo ella misma, la convocase. Sorprendentemente, los mismos medios de comunicación que propagaron la enorme falsedad del carácter espontáneo del 15M han obviado el carácter totalmente desorganizado de los cientos de concentraciones en pequeños pueblos de toda España, en las plazas de las grandes ciudades, delante de cualquier Casa Cuartel.

La espontaneidad del resurgir patriótico nos lleva a una cuarta característica: su carácter cívico. La defensa de la nación española corre pareja a la defensa del constitucionalismo y de las libertades constitucionales. Los miles de españoles que se echaron a la calle no sólo reivindicaban la unidad nacional: reivindicaban la vigencia de la monarquía parlamentaria como régimen de libertades fundamentales. El carácter enormemente festivo de las grandes concentraciones de Convivencia Cívica en Barcelona y de la Fundación DENAES en Madrid, el espíritu constructivo que caracterizó a éstas y a las centenares de pequeñas concentraciones a lo largo y ancho del territorio nacional caracteriza también este resurgir del sentimiento nacional.

En quinto lugar, el patriotismo actual es un patriotismo integrador: se caracteriza precisamente por entender España como una incorporación de mentalidades, sensibilidades y perspectivas distintas con una voluntad común. El sentimiento real y profundo de una Cataluña inseparable de España está en su base. De La Coruña a Valencia, de Zaragoza a Cádiz, los miles que durante unas semanas se lanzaron a la calle lo hacían no contra Cataluña sino con Cataluña: con la Cataluña real, tan íntimamente entrelazada con otras regiones de España que ni aquella ni éstas podrían ser entendidas sin esa ligazón histórica, social y cultural. El lema “No estáis solos” referido al principio a las Fuerzas de Seguridad se extendió pronto al pueblo catalán sometido al despotismo nacionalista. La enorme manifestación del 8 de octubre, con españoles de todas las regiones marchando codo con codo en defensa de la libertad, la constitución y la unidad nacional encarna bien este espíritu integrador.

Patriotismo joven, abierto, cívico, integrador y espontáneo, que sorprendió a unos y otros, y especialmente a sus enemigos. Que son básicamente tres. En primer lugar, el propio independentismo catalán y sus aliados, los podemitas y los nacionalistas vascos. Por su carácter agresivo y violento, estos grupos no podían, y de hecho no han podido por si solos sofocar este nuevo patriotismo.
El segundo enemigo de este patriotismo lo constituyen amplias capas del mundo cultural y mediático español, que ve en el rechazo al patriotismo una muestra de modernidad. Con escasas excepciones, los medios de comunicación han tratado este fenómeno como un elemento más del “conflicto” catalán, en vez de como un elemento nuevo y valioso.

El tercer enemigo ha resultado ser la falta de energía y de liderazgo del Gobierno, trasladada al Partido Popular. Dese el principio, Rajoy desconfíó de un fenómeno que escapaba a su partido, pero del que participaba su base social. Al principio El PP se desmarcó de las movilizaciones, para sumarse a posteriori y por fin, vaciarlas de sentido cuando Rajoy dio otra oportunidad a Puigdemont. La consecuencia fue que tras estar el independentismo vencido la primera quincena de octubre, afronta el final de mes de nuevo crecido en las instituciones y en la calle.


El resultado, a finales de octubre, resulta paradójico. Por un lado, la profundidad y alcance del fenómeno invitan a pensar que el desafío independentista simplemente ha hecho aflorar este patriotismo. Por otro lado, el desdén de los medios, la desconfianza del Gobierno de Rajoy hacia los miles y miles de manifestantes que desde pequeños pueblos extremeños a las grandes capitales del país se lanzaron a la calle, parece haber secado este florecimiento. Esperemos que de manera aparente o momentánea.