El populismo en positivo

por Rafael L. Bardají, 22 de octubre de 2018

Izquierdas y derechas tradicionales -y sus voceros mediáticos- se han llevado las manos a la cabeza ante la irrupción de Vox en le escenario político. Todos por igual han reaccionado de la misma manera: con el insulto y la descalificación. Y es que le tienen miedo al nuevo populismo creativo que representa la formación liderada por Santiago Abascal y de la que me siento orgulloso de ser parte.

Los partidos tradicionales y sus defensores acérrimos tienen un grave problema: no entienden que a la gente normal no les preocupa lo que les divide, sino lo que les une. El problema de España no es la posible desavenencia entre PSOE y PP, sino todo lo que comparten. Los españoles están simplemente hartos del cacareado consenso sobre el que se ha basado el bipartidismo y todo el entramado que se supone nació en 1978. PSOE y PP han construido una historia que justifica la actual situación en la que nos encontramos, como si no hubiera habido otra alternativa, escondiendo que han sido sus decisiones lo que nos ha llevado al estado de emergencia nacional en el que estamos.

Lo que temen del populismo no es el teórico carácter retrógrado de sus propuestas. Lo que de verdad temen y no dicen es la naturaleza creativa de organizaciones como Vox. Así, mientras que Sánchez y Casado defienden el Estado de las autonomías, Vox propone recentralizar la administración española, acabar con las instituciones autonómicas y volver a un Estado central, dueño de todas las competencias propias. Y lo defiende porque, con la experiencia de estos 40 años, se puede decir alto y claro que las autonomías sólo han servido para debilitar a España, aumentar el despilfarro, extender la corrupción, dividir a la sociedad y apalancar los privilegios de los dos partidos mayoritarios y de los nacionalistas minoritarios. Para los partidos tradicionales, perder las estructuras autonómicas es un drama, en términos de colocación de sus afiliados y de pérdida de ayudas financieras. No puede ser casualidad que en el congreso extraordinario del PP votasen unos 60 mil afiliados, el mismo número de puestos públicos que ocupa. Pero para la mayoría de las personas, las autonomías son un invento creado para rebajar las aspiraciones separatistas de vascos y catalanes que han acabado en todo lo contrario, convertidas en auténticas autopistas de sus ambiciones anti españolas.  Y donde no existió nunca sentimiento alguno autonomista, en un paraguas para el compadreo y corrupción. Eso es lo que no entienden PSOE y PP pero que sí ha sabido interpretar un partido como Vox, que no sólo está contra el separatismo, como Cs, sino contra todo el régimen de la autonomías.

Los partidos tradicionales han creído que introduciendo un sistema interno de primarias para elegir a sus candidatos bastaría para que se les viera como organizaciones verdaderamente democráticas. Pero más allá del chascarrillo y del interés de los medios por cubrir tiempo de emisión o páginas, a poca gente le importa de verdad lo que pase en el seno del PSOE y del PP. Por muy democráticos internamente que se quieran volver, siguen siendo profundamente antidemocráticos en el control de las instituciones públicas, del nombramiento de la cúpula del poder judicial, a las subvenciones que reciben del erario público en función de los votos obtenidos. En 1978 se vendió la idea de que los partidos eran instituciones frágiles tras décadas en la clandestinidad y de ahí que es incrustaran en la constitución y la ley que los rige fueran tan generosa para con ellos. 40 años más tarde ya es hora de que dejen de meter la mano en el dinero de todos y pasen a depender de sus afiliados y de aquellos que quieran donar su dinero por simpatía. Ese es un sentimiento generalizado entre los españoles pero que no pueden compartir quienes se han instalado en una vida cómoda, pagada por todos. Y sin embargo, fuerzas como Vox, es lo que defienden, no en venganza por tener que haber caminado por el desierto sin un euro público, sino por convicción. España sufre de partitocracia y de excesos de subvenciones. Y todo ese dinero que se destina a pagar a comunistas, conservadores, socialdemócratas, socialistas, separatistas, sindicatos, fundaciones y patronales debería quedarse donde pertenece: en el bolsillo de los trabajadores españoles. Fácil, mediante una rebaja de impuestos. Todo lo contrario de lo que está haciendo en el gobierno el doctor Sánchez y de lo que hizo el PP en el poder hasta  hace unos pocos meses.

PSOE y PP son, además, los responsables, de la inmigración que nos llega a España. Ninguno de los dos se ha planteado jamás medida alguna para disuadir a los inmigrantes de llegar a nuestro suelo. Y, sin embargo, cada vez que se hace una encuesta, se demuestra que los españoles están firmemente convencidos de que hay demasiados inmigrantes en España, que el trato de igualdad que se otorga a los ilegales frente a legales y ciudadanos españoles, no sólo es un sinsentido, sino que es una discriminación negativa para quienes cumplen con las obligaciones para con el estado español y las normas locales, y, últimamente, un peligro para nuestro sistema de bienestar, por reducido que se juzgue. Los voceros de los partidos de izquierda y derecha habituales se ríen de la propuesta de Vox de levantar un muro infranqueable en torno a Ceuta y Melilla. Pero lo hacen porque no escuchan ni a la población española de ambas ciudades ni a los miles de españoles en la península que se sienten abandonados y en desigualdad de condiciones frente a cualquier inmigrante ilegal. Desde las concesiones de viviendas sociales a los pequeños comerciantes y los manteros, o las grandes firmas y los falsificadores.

PP y PSOE han confiado siempre en Europa para resolver los problemas de España, pero en lugar de encontrar una solución han diluido a nuestro país, nuestras fronteras y nuestra soberanía hasta el punto de que ni siquiera saben cómo sacar provecho del Brexit para recuperar Gibraltar. Al igual que la globalización que defienden ciegamente y que tanto bien ha hecho por el tercer mundo y tanto mal para millones de trabajadores de nuestros países, Europa ha servido para enriquecer a unos pocos a la vez que desindustrializarnos. Sí, José María Aznar supo sacar el máximo provecho de los fondos de cohesión y gracias a eso hoy tenemos una red de autovías que ni los alemanes se permiten, pero no hemos escapado a la visión que Merkel tiene de España, una nación de playas y camareros. Ahora que por primera vez hay una oportunidad de oro de acabar con las ensoñaciones federalistas y con el poder de los tecnócratas de Bruselas, nuestros líderes de siempre, vuelven a entregarse a la UE, unos para que les pasen los presupuestos, otros para que los rechacen. Pero lo españoles saben que la política española no la van a resolver los socios europeos o los funcionarios de la UE, sino nosotros mismo, como buenamente podamos. Y quieren otra política que no acabe donde siempre: mintiendo e imponiendo más impuestos. Y Vox lo sabe. Porque la obligación de cualquier partido es escuchar a los españoles.

Vox quiere dar voz a los españoles de a pie, quiere expresar el sentido común del español. No se es homófobo, como se grita sin pensar, por el hecho de estar contra la ley de género que tanta vulnerabilidad jurídica introduce con el hombre; ni por decir que una cosa es tratar con la dignidad que se merecen a los homosexuales y otra muy distinta querer imponer como práctica normal lo que realiza una minoría de la población.

Décadas de alternancia entre PSOE y PP han generado una cultura común, llamada pomposamente del consenso, aunque más bien habría que denominarla de lo políticamente correcto, que ha laminado cualquier atisbo de tradición, respeto, patriotismo y civilidad. Y lo han hecho, consciente e inconscientemente para preservar su papel central en nuestras vidas. El populismo viene a poner fin a todo eso y a devolver a los españoles lo que nunca deberíamos haber dejado en manos de nuestra élite dirigente, nuestra dignidad como españoles. Si no hubiera sido por Vox, no se hubieran colgados tantas miles de banderas rojigualdas en nuestros balcones. Si no hubiera sido por Vox, no habría políticos golpistas en las cárceles; si no fuera por Vox, en las elecciones andaluzas no se hablaría más que quién se iba a hacer con el control de la junta, no sobre todo lo que tiene que cambiar en esa región.

El populismo se critica como algo intrínsecamente negativo. Y lo es para PSOE y PP, partidos comunistas y fuerzas separatistas. Pero para el español de a pie, hastiado de la farsa que el llamado régimen de la transición ha creado, el populismo creativo de Vox es la única esperanza.No hay que tener miedo a las palabras. ¿Qué es la democracia sino el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo?