El reto de Vox

por Rafael L. Bardají, 25 de junio de 2019

Para que haya vida y ésta prospere, dos son las condiciones que se deben cumplir: comer y que no te coman. Esto, me temo, también es válido para la vida política. Al menos en la España de hoy. La crisis del bipartidismo dio paso a la España de los bloques y éstos como pilares inmutables de la izquierda y la derecha. Lo único que podía cambiar era el reparto de apoyos a cada uno de los partidos que daban forma a ambos bloques, PSOE y Podemos a la izquierda; PP, C’s y Vox en la derecha. Los separatistas y regionalistas son una categoría aparte.

 

Esto es, la política española se resume, según esta forma de entenderla, en saber cuántos votos se traspasan el día de las elecciones de un partido a otro siempre dentro de un mismo bloque. Que conste que yo no estoy convencido de que esto sea verdad, pero no cabe duda de que es la visión dominante entre analistas y comentaristas. Es más, es lo que pintan todas las encuestas. Hoy mismo se volvía a publicar una que apuntalaba este nuevo bipartidismo: si se convocaran nuevas elecciones generales por la imposibilidad de Sánchez de pasar su investidura, en la izquierda ganaría el PSOE a costa de lo que perdería Podemos, mientras que, en la derecha, el PP subiría beneficiándose de una caída de Vox. 

 

Como digo, no podemos saber si lo que dibuja esta nueva encuesta es verdad o no, ya que no hemos sido llamados a las urnas (todavía), pero si por un momento asumiéramos que es acertado, son algunas las lecciones que todos y cada uno deberían sacar. En la izquierda, y en la medida en que el PSOE de Sánchez se radicalice, la tendencia a comerse un buen pedazo de Podemos parece clara. Es en la derecha donde se da una mayor incertidumbre. Es verdad que en Génova (y en el ABC) se regocijan ante la posibilidad de recuperar cientos de miles -si no millones- de votos que fueron a dar su apoyo a Vox en los últimos meses. Esencialmente porque siguen creyendo que Vox es un fenómeno antinatural, surgido del PP al que está abocado a regresar. Se supone que, si en vez de Rajoy, Aznar hubiese seguido en el gobierno, Vox nunca habría existido. Yo creo que se equivocan.

 

Si Vox pierde apoyos no se deberá al renovado atractivo de un PP que sigue inmerso en una crisis vital, se diga lo que se diga y gobierne quien gobierne en Madrid capital y región. Simplemente, Génova no tiene aún la fuerza necesaria para reconstruir un partido coherente, más bien todo lo contrario. Se ha visto reiteradamente en Galicia y se ve en las Baleares y, sobre todo, en el País Vasco. No, si Vox pierde apoyos será porque sus dirigentes se equivoquen a la hora de plantear sus estrategias y actuaciones. Por una sencilla razón: el votante de Vox es un grito de descontento, pero no necesariamente ante un PP pusilánime, sino ante todo un sistema que castiga al español de a pie frente a los de muy arriba; al nacional frente al inmigrante; al blanco frente al de color; al padre de familia frente a la loca, frikis y demás arrejuntes de todo tipo, naturaleza y condición; al contribuyente frente al subvencionado; a extremeño -por decir un caso- frente al catalán; y al que ama España frente al que quiere acabar con ella.

 

Es decir, Vox ha crecido porque era la única fuerza política que quería recuperar el sentido común, perdido en los otros partidos que se mueven cual veletas al son que más pita en cada momento. 

 

Vivimos en una sociedad donde se demanda que los curas puedan casarse, pero se estigmatiza al matrimonio de toda la vida, entre un hombre y una mujer, un sacramento para quienes poseen el don de la fe y un acuerdo administrativo civil para los laicos; una sociedad que grita en contra de la manifestación religiosa, pero sólo cuando se trata de la fe cristiana, no la islámica; una sociedad que se niega a tener hijos por poder disfrutar de una película o una cena. Tal vez de una hamburguesa en MacDonald; una sociedad que condena la pena de muerte o matar en una guerra, pero que considera un derecho natural la eutanasia; una sociedad que criminaliza a los hombres por el hecho de ser hombres y distintos de las mujeres.

 

Es contra ese estado de cosas que se rebelan los votantes de Vox. Y por eso Vox nunca ha sido un partido tradicional. No sólo porque fuese hasta hace poco extraparlamentario, ni porque fuera un partido castigado por los medios o denigrado por sus oponentes. No. Era porque como muchas veces se ha dicho era la voz de todo un movimiento -cuan amorfo como se quiera- con el que se identificaban millones de españoles.

 

La necesidad de dar voz y canalizar este descontento con una realidad que lleva a España camino de la Venezuela de Maduro y no del Berlín de la Merkel, sigue estando vigente. Ni el PP de Casado puede hacerse con este fenómeno, ni mucho menos Ciudadanos al que le horripila. Sólo Vox puede beneficiarse a la que vez que beneficiar a tantos españoles. Pero tiene que pensar en el largo plazo y actuar con inteligencia. Por ejemplo, con todo el sistema en su contra, la lucha por llegar a un acuerdo justo en el ayuntamiento o la comunidad de Madrid se ha reducido públicamente a una lucha por cuotas de poder y sillones. Cuando no lo es. Igualmente, la obsesión por medirse con un Ciudadanos que le desprecia no parece dejar ver el auténtico bosque, que es el PP, ese gran depredador que acecha y espera tragarse a Vox cuando el momento se lo permita.

 

A Vox, con 24 diputados, tres europarlamentario y cientos de concejales en ayuntamientos, le ha llegado la hora de comer. Largo ha sido la travesía del desierto. Ahora tiene que ser plenamente consciente de que no debe dejarse comer.