El retorno de la Jihad

por Rafael L. Bardají, 19 de agosto de 2017

(Publicado en El Mundo, 19 de agosto de 2017)

Desde el 11-M, España no había sufrido en su suelo ningún otro ataque del terrorismo islámico. Hasta ayer, cuando , se puede suponer, un terrorista convirtió una furgoneta en su arma y embistió a una multitud de viandantes que paseaban plácidamente por las Ramblas de Barcelona. Aunque oficialmente nada se ha dicho sobre el atacante (todavía a la fuga en el momento de redactar este artículo), no parece disparatado pensar que se trata de un nuevo atentado islamista. El modus operandi nos es, desgraciadamente, familiar. No se todavía si la versión oficial hablará de un perturbado que actuó violentamente sin razón aparente alguna, pero me extrañaría mucho que el agresor no se llame Mohamed y sea oriundo de Marruecos. Ese suele ser el perfil más habitual del jihadista en España, aunque en el caso de Cataluña hay que abrirse a otras posibilidades habida cuenta de la importante población pakistaní en su suelo y su frontera con Francia, permeable para terroristas procedentes de algún país Schengen. Recordemos que el pasado 17 de enero la Guardia Civil detenía en Figueras un jihadista de nacionalidad holandesa, vinculado al Estado Islámico y retornado de Siria, y con intención de organizar un atentado en Al Andalus, esto es, nosotros.

 

En realidad la jihad no ha retornado a España porque nunca se ha ido. Lo que ocurre es que hemos preferido cerrar los ojos ante su realidad. Para muchos, el 11-M fue un castigo y en la medida en que nuestros gobiernos no nos metieran en líos, quedaríamos a salvo del terrorismo islamista. Craso error. Pensar que España está al margen de la guerra civilizacional que plantea el jihadismo es un espejismo suicida que corta de raíz la capacidad social de enfrentarse al terror y vencerlo. Es verdad que no ha habido muertes hasta ahora en suelo español y que en el macabro ranking de víctimas, son otros quienes se llevan la desagraciada palma. Pero muertos e intensidad de la amenaza son dos cosas bien distintas.

 

De hecho, para entender el nivel de la amenaza jihadista contra España (incluida Cataluña) basten dos indicadores: el primero, el número de veces que desde grupos islamistas se llama a atacar a los españoles o se hace mención de reconquistar la tierra perdida, Al Andalus. Las referencias a nuestra tierra son antiguas, pero en los últimos años se han convertido en una constante y en un elemento de incitación y reclutamiento. Por ejemplo, el mapa oficial del Estado islámico pintaba de negro toda la península Ibérica; el  último número de la revista de Al Qaeda, Inspire, utiliza en su portada el ferrocarril español Alvia a Santiago para enseñar a fabricar instrumentos con los que descarrilar trenes. El Segundo indicador es también muy gráfico: el nivel de operaciones por parte de los Cuerpos de Seguridad del Estado contra elementos jihadistas en España no ha dejado de crecer. De hecho, si bien en 2012 se produjeron 5 operaciones con 8 detenidos, en 2013 fueron 8 operaciones con 20 detenidos, en 2014 13 operaciones con 69 detenidos, en 2015, 36 operaciones con 75 detenidos y en 2016, 36 operaciones con 69 detenidos. En lo que va de 2017, ya se han realizado 27 operaciones con 37 detenidos. Esto es, más de 120 operaciones en tan sólo los últimos 5 años.

 

Ahora bien, ¿por qué Cataluña ahora? En realidad podría haber sucedido en cualquier otro punto, pero no podemos olvidar un dato muy relevante: de todas las detenciones en España por jihadismo en los últimos años, un 40% se han producido en Cataluña y de éstas, el 95% en Barcelona. Los mal llamados lobos solitarios, casi nunca lo son, se apoyan en amigos y familiares; los autoradicalizados a través de Internet son una minoría, los jihadistas se hacen a través de redes y contactos personales. Por eso donde hay barrios enteros dominados por musulmanes, como en Molenbek, los jihadistas surgen y se mueven como peces en el agua. Y allí donde hay una población musulmana significativa, el jihadismo tiende a crecer. Barcelona tiene un grave problema de islamismo, una pena que sólo se quiera expulsar a los turistas de bien.