El terrorismo internacional y las defensas antimisiles

por GEES, 13 de octubre de 2001

Sumario ejecutivo
 
Tras los ataques terroristas del pasado 11 de septiembre, han sido muchas las voces que han utilizado la evidente vulnerabilidad de la sociedad americana frente a este tipo de agresiones no convencionales para ridiculizar y criticar el proyecto de defensas estratégicas antimisiles, el popularmente llamado “escudo antimisiles”, pilar básico de la política estratégica del Presidente Bush. Al fin y al cabo, se dice, ningún escudo  hubiera podido evitar el secuestro de los aviones y su vuelo suicida.
 
En realidad, como se argumenta en este apunte, la realidad es bien distinta. Las defensas antimisiles siguen siendo necesarias, tal vez con mayor urgencia tras el 11 de septiembre. En primer lugar, porque un ataque de misiles tendría consecuencias mucho más apocalípticas que las vividas con la destrucción de las Torres Gemelas y del Pentágono; en segundo lugar, porque se produce una nada casual coincidencia entre aquellos Estados con programas de misiles balísticos, de armas de destrucción masiva y patrocinadores o colaboradores del terrorismo internacional, lo que aumenta la amenaza futura por este tipo de armas; en tercer lugar, porque en caso de tener que represaliar una agresión terrorista, de tener que hacerse sobre un país con capacidad misilística de largo alcance, el riesgo para los Estados Unidos y sus aliados se incrementaría sustancialmente. De ahí que la lucha contraterrorista, lejos de anular la necesidad de un “escudo antimisiles”, exija el emplazamiento temprano de las defensas estratégicas.
 
I.- Introducción
 
Uno de los elementos centrales de la política estratégica y de defensa del Presidente Bush ha sido el desarrollo y puesta en servicio de un sistema limitado de defensas estratégicas, conocido como “escudo antimisiles”. Su justificación: el temor a un ataque por parte de algún “Estado díscolo” (rogue state) mediante el lanzamiento de uno o unos pocos misiles balísticos de largo alcance portando un arma de destrucción  masiva. La  realidad de la proliferación de estos sistemas y la posibilidad de que la disuasión fallase, dejaba a los Estados Unidos y a sus aliados inermes ante un ataque así.
 
El 11 de septiembre, con unos ataques hasta la fecha impensados, utilizando como instrumentos del terror cuatro aviones comerciales llenos de pasajeros, hizo real una amenaza, aunque avisada por muchos, poco creíble. Desde el 11 de septiembre  el mundo entero sabe que el terrorismo de masas puede golpear sin recurrir a un arma tradicional. De ahí que quienes criticaban el programa antimisiles, no hayan esperado a subrayar que frente a este tipo de amenazas, bien reales, de nada hubieran servido los costosos sistemas antimisiles.
 
Y es cierto, pero deducir de ello que las defensas estratégicas ya no son necesarias no sólo no es lógico, sino que puede resultar una irresponsabilidad estratégica. Ciertamente, las defensas antimisiles poco hubieran hecho contra los aviones secuestrados, porque no era ese su propósito. De nada valieron los misiles nucleares o los carros de combate y nadie piensa por ello que haya que acabar con unos y otros. En realidad lo que pone de relieve el pasado 11 de septiembre es que  la seguridad nacional se compone de muchas capas y elementos complementarios y que el fallo en uno de ellos puede resultar letal. La seguridad nacional exige una aproximación amplia e interdependiente.
 
II.- Sigue sin haber defensa contra los misiles balísticos
 
Los ataques del 11 de septiembre han traído a primer plano las posibles medidas a adoptar para la protección de la seguridad nacional contra el terrorismo de alcance global y otras amenazas no convencionales. Lógicamente, esta renovada atención ha dejado en un segundo plano el tema de las defensas antimisiles. El terrorismo  deberá enfrentarse desde ahora a nuevos aparatos administrativos, como en Estados Unidos, pero también a una mayor y más estrecha cooperación internacional (en la UE, por ejemplo, o mediante la coalición internacional a favor de la operación “Libertad Duradera”).
 
Sin embargo, contra un ataque de misiles balísticos sigue sin haber defensas alguna. Lo cual es mucho más grave y evidente tras las agresiones terroristas de Bin Laden. Si en lugar de dos aviones, hubieran caído dos misiles sobre Manhatan, los daños inmediatos y las implicaciones posteriores hubieran creado un panorama mucho más catastrófico, particularmente si hubieran llevado cabezas de guerra con armamento nuclear o bacteriológico. En lugar de seis mil víctimas, tendríamos que hablar de decenas o centenares de miles, una perspectiva nada halagüeña.
 
III.- El riesgo de un ataque con misiles balísticos no ha disminuido
 
El 11 de septiembre y el terrorismo internacional no ha disminuido el riesgo de sufrir un ataque con misiles balísticos, bien al contrario. El panorama que surge al cruzar aquellos Estados con programas de misiles, con quienes se intentan dotar de sistemas de destrucción masiva, nuclear, química o bacteriológica, y quienes albergan o patrocinan grupos terroristas en su suelo, es tan revelador como preocupante.
 
Así, por ejemplo, el último informe del Departamento de Estado norteamericano, “Pautas del terrorismo 2000”, hecho público en abril de este año, identifica y califica a siete países como patrocinadores del terrorismo internacional. Esos países son: Irán; Irak; Siria; Libia; Cuba; Corea del Norte; y Sudán. Y de entre ellos, claramente destacan Irán, con su apoyo a grupos Hizbollah, Hamas o la Jihad Islámica Palestina;  Sudán, dando cobijo a Al Qaida, la Gama’a Islamiya egipcia, la Jihad Islámica egipcia, y Hamas entre otros grupos; y Siria, con campos de entrenamiento del Frente de Liberación de Palestina-Comando General, la Jihad Islámica Palestina, Fatah de Abu Musa, el Frente popular para la Liberación de Palestina de George Habash y Hamas. Afganistán se contempla, pero al no estar reconocido el gobierno Talibán por Washington, no se cita oficialmente.
 
A su vez, el servicio de inteligencia canadiense, el CSIS, en un informe del 23 de marzo de este mismo año, 2001, identifica a ocho países con programas o proyectos para dotarse de una capacidad misilística de largo alcance: India, Irán, Irak, Israel, Libia, Corea del Norte, Pakistán y Siria, aunque avisa de otros potenciales proliferadores, como Arabia Saudí, por ejemplo.
 
El mismo servicio, en otro informe anterior, de 9 de junio del 2000, señalaba a diez naciones como potenciales proliferadoras de armas bacteriológicas, citando a: Egipto, India, Irán, Irak, Israel, Libia, Corea del Norte, Pakistán, Siria y Taiwán.
 
Las listas, es verdad, experimentan pequeñas variaciones según los documentos y los organismos que los elaboren, pero, en general, hay una coincidencia de base y los nombres de ciertos países se repiten invariablemente.
 
Cuando se cruzan todas las variables, el panorama no deja de ser preocupante: Al menos hay cinco países que claramente se repiten en todas las listas de proliferadores y patrocinadores del terrorismo: Irán, Irak, Libia, Siria y Corea del Norte, tal y como puede comprobarse en la Tabla. La posibilidad de que algún grupo terroristas se hiciera con la capacidad de lanzar un misil, no es desdeñable y lo será aún menos en el futuro.
 

PAIS MISILES BALÍSTICOS ARMAS BACTERIOLÓGICAS PATROCINA TERRORISMO
Corea del Norte
SI
SI
SI
Cuba
NO
NO
SI
Egipto
NO
SI
NO
India
SI
SI
NO
Irán
SI
SI
SI
Irak
SI
SI
SI
Israel
SI
SI
NO
Libia
SI
SI
SI
Pakistán
SI
SI
NO
Siria
SI
SI
SI
Sudán
NO
NO
SI
Taiwán
NO
SI
NO

IV.- Exigencia de asegurarse el máximo de opciones
 
El nuevo terrorismo que se consolida con los atentados del día 11, esto es, un terrorismo de alcance global y de muy difícil disuasión, sólo deja a la defensa la posibilidad de reaccionar con ataques de represalia, tal y como se está viendo en Afganistán. Ahora bien, si Bin Laden se hubiera ocultado en Corea del Norte en lugar de en algún punto del país afgano, o si Afganistán contara con misiles intercontinentales y armamento de destrucción masiva, las opciones militares de Estados Unidos y sus aliados hubieran sido otras muy distintas, pues, en ausencia de defensas estratégicas habrían perdido la impunidad con la que ejecutar sus operaciones.
 
En ese sentido, el despliegue de defensas efectivas, aunque limitadas, cobra una nueva perspectiva, y que es la única alternativa que asegura la necesaria libertad de decisión y de acción al evitar la autodisuasión.
 
V.- Conclusión: acelerar el despliegue de las defensas antimisiles
 
No hay ninguna razón por la que los ataques del pasado día 11 o los retos que presenta el terrorismo internacional de masas deba acabar con el programa de defensas estratégicas antimisiles. Sin embargo, es un riesgo evidente que las nuevas exigencias de la seguridad del territorio americano llevará a una modificación en las prioridades del gasto y de los programas y es ahí donde se corre el riesgo de que el “escudo antimisiles” sufra recortes en los recursos asignados, retrasando su futura entrada en servicio.

A los europeos, y en particular a España, les interesa que esto no suceda. Es más, va en su propio beneficio que las primeras capas del despliegue estuvieran basadas en elementos móviles fácilmente desplazables y desplegables en el teatro europeo. El Pentágono pensaba antes del 11 de septiembre en elementos navales para una primera arquitectura o configuración de defensas. Que lo siga pensando después del 11 dependen en buena medida de lo que se le transmita desde esta orilla del Atlántico.