Elecciones y desesperación

por Rafael L. Bardají, 14 de marzo de 2019

Nunca antes había visto tanta desesperación frente a unas elecciones. Sobre todo, en quienes gustan de definirse como “moderados”. En los últimos días he visto titulares que, en otras circunstancias, habrían hecho sonrojar hasta a sus autores. Y todo, para la teoría del voto útil que tan inútil se ha venido demostrando. Por un lado, Miguel Angel Quintanilla, en El Mundo, se arrancaba con una página entera bajo el título de “Vox como Marianismo”, en el que venía a decir, si lo entendí bien, que votar a Vox era la culminación del proyecto vaciador de ideología de Rajoy, en la medida en que el PP se iba a quedar sin conservadores. De ahí su pirueta mental para llamar a quien se estuviera pensando votar a Vox, que cambiase de rumbo y votase al PP; por otro, el columnista de ABC, Ramón Pérez Maura, titulaba su artículo directamente “Votar a Vox es votar a Sánchez”. Su tesis, que los votos de Vox nunca le otorgarían una posición de fuerza y que restaría el apoyo a Casado. 

 

Quede por descontado que estos insignes comentaristas deben saber ya de antemano los resultados electorales para estar tan seguros de lo que no va a conseguir Pablo Casado y de lo poco que ayudaría la formación de Abascal. Pero me da que sólo ellos deben saberlo, habida cuenta de que las encuestas no han dejado de sorprendernos por sus errores y que la única experiencia reciente electoral, en Andalucía, desmiente sus tesis.

 

Pero si de lo que de verdad tratase un proceso electoral fuese consolidar la potencia de un partido, su lógica nos llevaría a aceptar que lo realmente bueno sería que todos votáramos a Sánchez para darle una mayoría absoluta y que, así, no necesitase de separatistas y otras formaciones radicales, para gobernar. En su lógica, además, eso sería la mejor forma para moderar y centrar al socialismo español. Pero, ay, me dirían, “no nos fiamos de un Pedro Sánchez que ya ha vendido su alma a los enemigos de España”. Me los veo venir. Sólo se fían del PP. Por eso mi inocente pregunta: Quienes no nos fiamos del PP, ni con Pablo Casado al frente, ¿por qué tendríamos que votarle y abandonar, así, nuestra opción política preferida?

 

A mi no me extraña nada que militantes del PP pidan que se apoye a su partido. Faltaría más. Pero de ahí a afirmar que su opción es la única realista, sensata y verdadera para sacar a España de sus problemas, ya es otra cosa. Por algo muy sencillo: el gobierno de Sánchez es el hijo del PP. Rajoy tuvo todas las cartas en su mano para evitarlo y no lo consintió y prefirió dejar a España en manos de un sátrapa a pasar por el mal trago de asumir sus propios errores. Pero hay más, olvidándonos momentáneamente de ese triste episodio de una tarde noche de ausencia y copas, conviene traer a colación que el PP, en sus años de gobierno del 2011 al 2018 hizo poco más que prolongar el zapaterismo más dañino. Quien esté siguiendo el juicio de la Audiencia Nacional y haya visto las comparecencias de Rajoy, Sáenz de Santamaría y, sobre todo, de Montoro, sólo puede concluir que el PP si no fue cómplice del separatismo, hizo una dejación de responsabilidades rallando en la traición. Porque no supo o porque no quiso. Eso ya da igual. La realidad es que fue el PP del que casado era parte activa y dirigente, quien alimentó el monstruo del separatismo catalán en lugar de reducirlo.

 

Pero hay más. Por más que a la mitad del PP le guste el discurso que ahora emana de Génova, la verdad es que todo lo que se propone se podría poner desde ya en práctica allí donde el PP gobierna. Que no lo haga y que dirigentes de Galicia o Baleares expresen sus distancias o que en Andalucía se pongan trabas a las medidas más necesarias, resulta altamente preocupante. Preguntarse cuál es la verdadera cara del Partido Popular, es legítimo y necesario.

 

Para un votante del PP el objetivo primordial es echar a Sánchez de la Moncloa. Pero también convertirse de nuevo en el referente hegemónico del centro-derecha, algo que se ha ido perdiendo elección tras elección. Pero los ideólogos del actual PP tienen que comprender que, para muchos otros españoles, el PP es parte del problema. Y que si no se ve como solución, apostemos por otra fuerza política en la que sí creemos. Es España y no el PP lo que está en juego. Al menos, la España que queremos no la venos defendida por el PP, de hoy, de ayer y de siempre. Casado ha estado acertado sacando a su partido del aquelarre izquierdista travestido de morado durante el 8M, escudándose en una politización del mensaje que era bien conocida y después de que varias vicepresidentas suyas afirmaran con orgullo que ellas sí iban a participar.

 

Puede que el PP sea un partido liberal que sueña con bajar impuestos y mejorar el mercado laboral. Pero la economía no es el todo. Tal vez ni siquiera el centro del debate en la España de hoy. Su problema es que, en otros asuntos de interés, como la inmigración ilegal y descontrolada, ni el pasado ni el presente le ayuda. Los españoles padecemos una aguda amnesia, pero no tan aguda como para no recordar la política de brazos abiertos del partido popular. O la negación permanente de que las autonomías son la mejor forma para el estado español. Por cierto, que a tal respecto lo mejor que he oído es que las autonomías contribuyen al equilibrio de poder político. Se supone que entre la derecha y la izquierda. Una pena que estos voceros del voto al PP olviden que ni en Catalaluña ni en el País Vasco eso es o podría ser así. Porque lo que su partido ha hecho es dejar que las fuerzas anti-España se apoderen de su espacio.

 

En fin, ya sabemos que el sueño de la razón produce monstruos. Y no hay mayor monstruo antidemocrático que aspirar a acallar a buena parte de españoles porque su voto no ayuda al PP. A lo mejor es que de verdad no quieren ayudarlo porque en su experiencia está lo inútil de haberlo intentado todos estos años. Esta vez ni el miedo ni la tesis del voto útil obligarán a que nos olvidemos de votar en conciencia y en quienes creamos.