En el país de las maravillas

por Rafael L. Bardají, 14 de enero de 2021

Creo que todos conocemos la increíble historia de Alicia en el País de las Maravillas. Las disparatadas aventuras de la niña que se cuela por un agujero sin fondo para caer en un universo de continuos sinsentidos y personajes grotescos. De lo que muchos no se han dado cuenta todavía es que los españoles llevaban unos cuantos años cayendo descontroladamente y que, desde hace ahora un año, hemos topado con el esperpento del gobierno de Sánchez/Iglesias y que estamos en el país de las maravillas. No en su sentido de admiración por lo extraordinario, sino en de asombro ante lo increíble.

 

Veamos. Hace un año el recién formado gobierno declaraba la “emergencia climática nacional”. Doce meses más tarde, el mismo gobierno se ha quedado congelado y paralizado para paliar una emergencia climática real, la producida por la tormenta de invierno Filomena. Puede que el frío extremo no entrara en sus planes, obsesiona dos como están por traernos el infierno a la Tierra.

 

Donde el gobierno no parece querer cambiar es en su imprevisión sanitaria. Del aquel de Simón “en España sólo habrá uno o dos casos (de covid-19) como mucho”, el afamado “experto” sigue diciendo ahora que “de tener algún impacto en España, la cepa británica será marginal”. Justo cuando los números empiezan a dispararse en consonancia con la transmisibilidad de esta mutación del virus y justo cuando los países que siguen la evolución genética del coronavirus advierten de más mutaciones locales, de Sudáfrica a Estados Unidos.

 

Se suele decir que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen. Incluso cuando los sufren.  De ser así, cabe preguntarse qué somos los españoles.  Por lo que hemos visto en el último año, bastante crédulos, la verdad. Por ejemplo, nos habíamos creído el discurso de que contábamos con la mejor sanidad del mundo. Pero nos hemos dado de bruces con una realidad antipática: no sólo el coronavirus desbordó todas las capacidad normales y extraordinarias, sino que la atención a los enfermos de Covid-19 ha mermado las prestaciones que debían darse al resto de enfermos, graves o menos graves. Es más, con un gasto sanitario que representa algo más del 6% del PIB, esto es, más de seis veces el presupuesto de defensa, por ejemplo, el gobierno fue incapaz de garantizar un stock mínimo de equipos con los que proteger al personal sanitario. La consecuencia: España abandera el ránking mundial de sanitarios contagiados por covid y, aún peor, el peor en transparencia para saber a dónde han ido a parar cientos de millones de euros en compras más que dudosa y por canales desconocidos.

 

También nos creímos aquello de que a finales de año todo estaría resuelto porque la vacuna todo lo cambiaría a mejor. Pero ahora sabemos que acceder a la vacunación es más difícil que hacerse ingeniero aeroespacial y que, de no acelerarse exponencialmente el ritmo de vacunación, seguiremos instalados en la anormalidad unos cuantos años más.

 

A una buena cantidad de españoles les gusta el Estado. Y les sigue, sorprendentemente, gustando a pesar de que nos ha fallado una y otra vez. Picos y palas se han agotado en las tiendas porque frente a la inutilidad de las autoridades para sacarnos de la nieve, nos hemos puesto a limpiar nuestras calles para poder movernos. Y encima no nos desgravan el IVA de unos instrumentos que están aliviando las responsabilidades del Estado. Al contrario, el gobierno se muestra cada día más voraz e irresponsable. Ya lo dijo Ronald Reagan con su socarronería habitual: “El estado es como un gran bebé: con un canal alimenticio insaciable en un extremo y totalmente descontrolado en el otro”.

 

Si Lewis Carrol volviera a nacer y se planteara de nuevo escribir las aventuras de Alicia, no tendría que recurrir ni al gato invisible, la reina de Corazones o el conejo loco para armar su delirante historia. Le bastaría con fijarse un poquito en esta nuestra España actual. Desgraciadamente lo que está pasando aquí no tiene ninguna gracia. No nos lo creemos porque somos unos crédulos de todo lo que dice el poder, pero ya lo adelanto yo: bajo toda la retórica antifascista, modernizadora y progresista, lo que se está produciendo -que no gestando- es un golpe de Estado a cámara relativamente lenta. Paso a paso, pero claramente.  Que no lo veamos, como el truco de los magos, no significa que no sea real. De momento, bienvenidos a Siberia.