En honor a la verdad

por Rafael L. Bardají, 4 de noviembre de 2019

Un político podría definirse como una persona que para llegar a un puesto público y mantenerse en él nunca dice lo que piensa y nunca hace lo que dice. ¿Significa esto que no hay líderes justos y honestos? Sin duda que los ha habido y los habrá, pero históricamente se colocan en la antipolítica. Es decir, son aquellos que desafían el orden de cosas amañado por el establishment.

 

Los españoles lo sabemos muy bien, sobre todo, en fechas de elecciones: los candidatos no se arredran y le dan al manubrio de las promesas que saben perfectamente que no tienen intención alguna de cumplir. Y quienes les escuchamos con paciencia y resignación, hacemos como si les creemos a pesar de saber que son un atajo de mentirosos. Esa es la verdad. De ahí que los sentimientos y las sensaciones se hayan vuelto tan importantes a la hora de decidir el sentido del voto.

 

De Pedro Sánchez podemos decir que es un mentiroso compulsivo, empezando que sepamos, por el fraude de su tesis doctoral y acabando con sus actuales mítines de esta semana clave. Si se le vota no será por amor a la verdad, sino por todo otro tipo de intereses fraguados en el clientelismo más caciquil de nuestra política. 

 

De los líderes y lideresas de Podemos qué se puede decir que no sepamos ya. Su lema de “El capitalismo mata” lanzado desde un chalet con una extensa parcela, piscina, asistentes para los hijos,  Guardia Civil en lugar de Prosegur y escolta oficial no es más que la ocultación  de lo que en verdad creen: socialismo de pobres para todos nosotros y capitalismo de ricos para ellos. Su cartel recuerda más a una marcha zombie que a unos dirigentes honestos y capaces. Y sin querer insultar a los zombies, que conste.

 

Y llegamos al PP de Pablo Casado, cuya dirigencia se aupó a la séptima planta de Génova bajo la promesa de renovación, de corregir la etapa desideologizada y pusilánime de Mariano Rajoy y la recuperación de las esencias, se supone que aznaristas. Pero resulta que todo eso con lo que Casado se enfrentó y venció a la heredera de Rajoy, Soraya, la dueña del famoso bolso parlamentario, no era la expresión de una nueva visión, sino de un  enfado personal. O al menos eso es lo que ahora quiere que creamos. Desentierra a Rajoy y se proclama campeón del centro central. En honor a la verdad –e independientemente de lo que en realidad crea- todo se reduce a una pura estratagema para salir del derrumbe electoral en el que se ha metido. Cuando pensaba que esos votantes que se fueron a Vox volverían al PP, le hecía guiños al ideario de los de Abascal; ahora que ven en Ciudadanos la pieza que cobrarse, nada con la derecha y todo al centro, como quien apuesta en la ruleta. Pero esta ruleta se parece más a una ruleta rusa que a la de la suerte. Porque lo que transmite es la avidez de quedarse solo en un espacio a la derecha del PSOE y de que nadie le dispute el liderazgo de la oposición. Algo que con 66 escaños no es creíble. Y con menos de 100, tampoco.

 

En honor a la verdad,  el actual PP ni está en posición de quitarle el gobierno a Sánchez, ni tampoco de erigirse en líder de la oposición. Es más, el nuevo giro al centro mariano lleva al PP a convertirse en un  partido de Estado y aceptar que es mejor tener un pésimo gobierno de Sánchez a no tenerlo y por eso, está dispuesto a favorecer la investidura.

 

Por lo tanto, si usted quiere un gobierno con Pedro Sánchez a la cabeza, ya sabe lo que tiene que votar: PSOE o PP, porque ese es el voto útil para desbloquear la situación actual y rendirse ante el socialismo. Si no quiere acabar apoyando al PSOE, entonces no vote al PP.  Máxime si en su interior siente que le están engañando una vez más.