España, Irak y Europa

por GEES, 22 de septiembre de 2002

Sumario ejecutivo
 
El Gobierno español ha hecho lo que tenía que hacer -apoyar decididamente a los Estados Unidos- a fin de dar mayor credibilidad a la presión internacional sobre Saddam Hussein. Ahora que parece abrirse un periodo en el que primarán las negociaciones para la reintroducción de los inspectores de Naciones Unidas en Irak, al Gobierno también se la abre la ventana de oportunidad para presentar algunas iniciativas en el marco de la Unión Europea, tendentes a dar una mayor visibilidad y coherencia a Europa en esta crisis. Actuando así, el Gobierno presentaría un perfil más equilibrado sin perder peso o restar eficacia a su apoyo a Washington.
 
1.- El necesario apoyo español a Washington
 
Saddam Hussein es un dirigente que sólo parece entender el lenguaje de la fuerza. No sólo el poder es su instrumento sino que su comportamiento ha sido siempre equiparable al de un matón, particularmente en la política internacional, puesto que su control interno lo ejerce con tanta brutalidad como impunidad.
 
Saddam, además, ha recurrido siempre a la táctica de forzar situaciones, muchas veces a través de puros faroles. En ese sentido, no sólo ejerce de matón sino que está dispuesto a aceptar riesgos fuera de toda lógica. Ya ocurrió en 1991.
 
Frente a una persona de dichas características resulta imprescindible presentar un frente creíble. Desde su derrota en 1991 Saddam ha jugado la baza de dividir progresivamente a los miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, como principal línea para acabar tanto con las inspecciones como, sobre todo, con el régimen de sanciones, incluido el embargo. Saddam sabe, por la experiencia de la última década, que sin una clara unanimidad de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad es prácticamente imposible poner en marcha una acción militar de castigo, a causa de sus reiteradas violaciones de las resoluciones de la ONU. Saddam podría creer también que fomentando la disparidad de criterios lograría aislar a la Administración de George W. Bush y complicar cualquier tentación de ataque unilateral por parte de Estados Unidos.
 
Por eso resultaba imprescindible hacerle ver que en esta ocasión la ONU está convencida y decidida a no dejarle jugar más con la comunidad internacional. Es más, había que dejarle meridianamente patente la resolución, firmeza y decisión de las principales potencias occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, en ir más allá de la ONU, si ésta continuaba paralizada, y forzar una salida para Irak.
 
Al Gobierno español se le ha criticado desde un antiamericanismo ramplón por su apoyo directo y explícito a la política de George W. Bush hacia Saddam. Es más, desde el principal partido de la oposición se ha despreciado la actitud del Presidente Aznar, supuestamente en defensa del respeto a las Naciones Unidas. Esta línea argumental sólo puede explicarse por la necesidad del PSOE de mostrarse como partido que ejerce de oposición, pero ha elegido mal el terreno donde batirse. O no entiende el peligro que supone Saddam o lo supedita a su estrategia electoral.
 
La actitud del Gobierno responde a dos intereses complementarios: por un lado expresa el vínculo con un aliado privilegiado como son los Estados Unidos; por otro refuerza la línea de presión internacional en pro de un sistema que garantice el desarme iraquí. El hecho de que el Presidente Aznar se haya expresado tan abierta como valientemente, superando viejos complejos de la política de seguridad española, es un elemento decisorio a favor de un frente internacional unido, la única posibilidad para situar a la ONU en el centro de la política hacia Irak.
 
2.- La necesidad de recuperar a Europa
 
Manifestando su apoyo expreso a Washington, el Gobierno de Aznar parece haber asumido que España ha superado etapas vergonzantes donde la realidad del apoyo prestado a Estados Unidos se veía acompañada por una retórica antiamericana o por el silencio oficial, como ocurrió durante la guerra del Golfo en 1991 cuando, por poner un ejemplo, la utilización por bombarderos B-52 de la base de Morón salió a la luz pública en una comparecencia parlamentaria de John Major en la Cámara de los Comunes.
 
La necesidad de dar una respuesta firme y clara ante Saddam justifica la posición del Gobierno español. La apertura de un paréntesis temporal que puede durar un par de meses -hasta que los inspectores desarrollen sus trabajos y vuelvan a encontrarse con el obstruccionismo iraquí- permite a su vez desarrollar una estrategia política más sofisticada. La celeridad de la crisis diplomática con Irak ha limitado el papel de foro de consultas de la Alianza Atlántica, donde hasta fecha de hoy ningún Consejo Atlántico ha debatido el futuro de Irak, e impedido la emergencia de una posición común por parte de la Unión Europea. De hecho son sus miembros lo que, de una forma u otra, han expresado sus posicionamientos, pero la UE en tanto que tal ha estado ausente de la escena y del debate político. Es obvio que una de las razones esenciales de dicha ausencia es, precisamente, la disparidad de opiniones existentes entre sus miembros, sobre todo en lo referente a una opción militar sobre  Bagdad. No obstante, un prolongado silencio no hará sino repercutir aún más negativamente en la imagen y la credibilidad de ambas organizaciones, la OTAN y la UE. El Gobierno español podría comenzar a promover un diálogo en el seno de la UE a fin de otorgar cierto protagonismo al proyecto europeo.
 
La UE no es una organización con una cultura de seguridad, ni cuenta aún con capacidades militares colectivas como para plantearse una acción de combate en Irak. Sin embargo disfruta de un gran capital político cara al mundo árabe y, muy especialmente, toda una experiencia y panoplia de recursos destinados a la estabilización de los países que salen de un conflicto. El Presidente Aznar debería poner en marcha una doble propuesta: en primer lugar poner en marcha todo el entramado institucional de la PESC para definir y desarrollar una acción de la UE en el Irak post-Saddam Hussein. Irak va a necesitar una gran ayuda en la reconstrucción de su Estado y en ese terreno la UE puede desarrollar una gran labor. En segundo lugar, y siendo consciente de que esa tarea no debe ser realizada exclusivamente por la UE, el Gobierno español debe promover  una reflexión del Cuarteto (UE, Estados Unidos, Rusia y ONU) sobre Irak sin Saddam.
 
Sólo preparándose para tal eventualidad la UE podrá volver a ser un actor internacional en esta crisis y en su desarrollo futuro.
 
3.- Las ventajas de la dimensión europea
 
La Alianza Atlántica también debería ser dinamizada en el mismo sentido que la UE ante esta crisis. Podría explorarse un ejercicio de lecciones aprendidas de cara a la cumbre de Praga y la posibilidad de sacar adelante un núcleo de intervención rápida para crisis en zonas tradicionalmente consideradas “fuera de área”. En cualquier caso, el frente atlántico es otra cosa en la medida en que serán los Estados Unidos quienes lideren todo avance o transformación de la OTAN. No así en la UE.
 
Es más, favorecer una imagen de mayor densidad para la UE se encontrará con un grado de aceptación pública muy alto, puesto que equilibraría la imagen del Gobierno, percibida públicamente, a tenor de las encuestas y los medios, como excesivamente proamericana.
 
En cualquier caso, no se trata de una mera cuestión de percepción y aceptabilidad pública, sino de realmente luchar por que la UE, al igual que la ONU, de verdad funcione.