Estrategia de Seguridad Nacional: obsesión por el consenso

por Óscar Elía Mañú, 9 de diciembre de 2017

Publicado en La Gaceta 7 de diciembre 2017

 

La obsesión del consenso

Una palabra recorre de principio a fin la novísima Estrategia de Seguridad Nacional aprobada por el Gobierno: consenso. La palabra se repite de manera continuada por todo el texto, algo extraño y sorprendente en un documento sobre seguridad y defensa. La obsesión del Gobierno por transmitir que el texto ha sido consensuado (algo que, por otra parte, ha negado el PSOE) constata dos hechos trágico: por un lado no existe en España consenso en esta materia, salvo que éste se quede en principios genéricos, impracticables y por tanto incapaces de generar polémica política; por otro, el Gobierno fía esta cuestión a alcanzar acuerdos con un partido que no está demasiado interesado en alcanzarlos.

El problema español reside precisamente en esto: descuidar la seguridad por buscar el consenso. Se observa fácilmente en la política antiterrorista, en la que una y otra vez el gobierno de Rajoy baja el listón de las medidas para mantener el apoyo de la oposición socialista y fingir unidad: incluso se invita al pacto antiyihadista a un enemigo declarado del pacto, como es Podemos, con tal de evitar las algaradas de Iglesias en sus televisiones. En el caso que nos ocupa, la ESN es fruto de un Gobierno débil en términos ideológicos y parlamentarios: sin una concepción clara de España y de sus intereses y desconfiado y temeroso de la oposición: el resultado son medidas propuestas se quedan en las vaguedades y en la mezcla de corrección política y formalismo jurídico que recorre el texto. Nadie que lea la ESN sabrá exactamente qué busca, qué quiere y cómo quiere garantizar España su seguridad.

En mi opinión, la política de seguridad y defensa española se ve lastrada además por otra característica además de la consensuetis: el estatismo, la burocracia y el formalismo jurídico. Repetir que España pertenece a la OTAN y a la UE, afirmar la importancia de esta pertenencia no constituye ni una política ni una estrategia: éstas implican un cómo y un de qué manera se va a pertenecer, con qué objetivos y a través de qué medios. En términos nacionales, la pertenencia a una organización internacional es un medio para lograr los fines propios, y no un fin en sí mismo. Pero los sucesivos gobiernos españoles han evitado conscientemente definirlos, porque la definición implica la asunción de obligaciones, y éstas, decisiones firmes. Hay una tautología referida a la OTAN: España pertenece a la OTAN que garantiza nuestra seguridad, y la seguridad de España está garantizada porque pertenece a la OTAN . Rafael Bardají ha plasmado recientemente en La Gaceta la inutilidad de este estar para estar español en Europa, que no incluye curso de acción ni compromiso diplomático y militar alguno. Una Estrategia de Seguridad no debe recordar que se pertenece a la OTAN, sino con qué objetivos y de qué manera va a hacerse.

 

Defensa, ciberdefensa, política exterior

La falta de concreción política y estratégica, la repetición de lugares comunes y de expresiones deliberadamente abstractas y formales se repiten en en varios aspectos. El primero es la defensa. El Ministerio de Defensa tiene tendencia a la burocracia y al continuismo. No es un caso aislado: el vicio militar por excelencia en cualquier país es la resistencia al cambio de mentalidad, de estructura, de organización. Los uniformados piden más dinero, más medios, más personal y menos interferencias, menos transformación, menos examen y control. Los ministros del ramo se han encontrado con este problema, que habitualmente conlleva la abducción del responsable político español por el oropel militar. Lo que lleva a un segundo problema: la resistencia del estamento militar a los cambios profundos conduce a su vez a los responsables políticos a centrarse en aspectos menos problemáticos y más visibles y gratificantes: así, el énfasis puesto una y otra vez en las “capacidades industriales y tecnológicas”, asociadas además al empleo y al gasto público, esconde la dificultad para afrontar el problema de fondo. Éste es el de las capacidades militares de las fuerzas armadas, su disposición y aptitud para afrontar operaciones concretas y reales dentro y fuera de España. La política de transformación profunda de las Fuerzas Armadas para luchar en la guerra postmoderna se cambia por la compra y desarrollo de material: la industria sustituye a la estrategia.

En segundo lugar, la ciberdefensa se ha destacado en los últimos años como uno de los grandes temas en materia de seguridad. Se ha traducido en una moda política y estatal. En España han crecido los organismos dedicados a ello, y cada Ministerio se ha ido aferrando celosamente a su propia parcela de trabajo: el Mando de Ciberdefensa, el Centro Criptológico Nacional, la BIT, el Grupo de Delitos Telemáticos, el INCIBE… Sin embargo, tanto esfuerzo en la materia no se traduce en resultados reales. El CNI informa de ataques cuando ya se han producido, pero no parece capaz ni de impedirlos de manera eficaz ni de localizar y a su vez atacar a los responsables. No va más allá de lo que muchas grandes empresas son capaces de hacer.

Además, la ciberdefensa no es más que la mitad de la ciberguerra, que exige también la ciberofensiva, la capacidad de atacar usando esos mismos medios en un determinado espacio, la web. España es también aquí un país tullido, incapaz de proponerse nada semejante: el Mando de Ciberdefensa y el CNI carecen de la capacidad de hacerlo: que tras la supuesta intromisión cibernética rusa en la crisis catalana el resultado fuese que España acudiese histérica a la UE y la OTAN buscando el apoyo de sus socios muestra que nuestro país es incapaz de actuar maduramente en esta materia.

La disuasión y la amenaza, también en internet, constituyen parte de la defensa y la seguridad, pero España parece haber renunciado a ello. La crítica y la reflexión aquí parecen, de nuevo inexistentes.

En un tercer sentido, geográfico, se plasman también estas generalidades. La afirmación, típica entre muchos expertos, de que la política exterior de España se mueve entre América, Europa y el Mediterráneo resulta banal cuando no se acompaña de compromisos y de líneas de actuación. Respecto a Europa, desde 2004 España ha preferido jugar el papel de potencia mediana, subordinando la posición nacional, primero con Zapatero y después con Rajoy, al eje franco-alemán y adaptando los propios

intereses nacionales a los de la Unión Europea. No existe, desde este punto de vista, política exterior española hacia Europa, sino un proceso de acatamiento ya casi inconsciente a las instituciones comunitarias: en casi cualquier cuestión internacional, el interés de España se limita a lo que diga Europa.

Respecto a Iberoamérica, hace siglo y medio que España ha perdido pie. Y del pasado no se vive, máxime cuando éste no es valorado como se merece ni se busca renovarlo. Quedan los lazos culturales, económicos, sociales entre España y las Españas, pero ni éstos dependen de la acción del Estado, ni el Estado tiene una estrategia nacional que fije objetivos y establezca medios para ello. Que el Gobierno trate de defender los negocios particulares de empresarios españoles en Cuba y Venezuela puede ser lógico: pero nada de ello tiene que ver con la Seguridad nacional. Máxime cuando una y otra vez se cede a la verdadera amenaza a la seguridad desde esos países, que son sus gobernantes. Invertir dinero en ayuda al desarrollo, en proyectos culturales carece también de sentido cuando se hace por invertir y decir que se invierte, pero no para qué.

 

Del 11M a los fakenews

Por fin, la Estrategia de Seguridad Nacional presenta como gran paso adelante la lucha contra los fakenews y la desinformación: se acepta así con demasiada ligereza la doctrina según la cual todos los “problemas” occidentales dependen de Rusia y no de los propios países europeos: en España se utiliza a Putin como ohartada para los fallos estatales en la gpcrisis catalana. Pero más allá de eso, identificar el problema de las fakenews con las nuevas tecnologías constituye un error doble: primero, porque éstas son neutras, y son simplemente canales de información y de opinión donde . Y segundo porque las fakenews dependen demasiadas veces de las preferencias de cada cual,

De hecho, el país donde con más y mejor ha funcionado la desinformación en materia de seguridad es precisamente España, pero no lo ha hecho por la actuación de hackers rusos: marzo de 2004 es el gran episodio nacional de fakenews, con un gobierno acosado y acorralado por las mentiras de ciertos medios de comunicación (PRISA con sus “capas de calzoncillos” y los terroristas suicidas), por la oposición izquierdista (“no nos merecemos un gobierno que nos mienta”) y con la movilización callejera radical indentificando irak con el 11M (“que no se vayan de rositas”, “no más sangre por petróleo). Nunca la mentira, la desinformación a gran escapa ha funcionado tan bien en materia de seguridad nacional El resultado de aquel lamentable capitulo fue el cambio de Gobierno y el giro de toda la política exterior española. Sin embargo, los responsables de la presente Estrategia de Seguridad Nacional olvidan ominosamente el episodio, y relacionan las fakenews con adolescentes encerrados en edificios rusos y chinos. De nuevo el consenso evita enfocar bien el problema, que es precisamente el por qué de la obsesión por el consenso.

 

Una Estrategia de Seguridad Nacional real

Lo cierto es que la Estrategia de Seguridad Nacional se ha convertido en un documento a medio camino entre la burocratización o la búsqueda de consenso entre ministerios y departamentos; y la vaguedad política o la búsqueda de consenso entre partidos que, manifiestamente no comparten la visión de la seguridad. Perpetúa problemas, y pese a identificar algunas nuevas amenazas, adolece de una vaguedad que impide realmente afrontarlas.

¿Puede romperse este círculo vicioso de burocracia y consenso? Sin duda. La ESN debe ser un documento de Gobierno, no de Estado: lo que significa un documento político. Éste es el problema de concepción que lastra la seguridad, la defensa y la política exterior española, tratados solemnemente como “política de Estado” cuando no lo son: al hacerlo así se evita la discusión, y con ella la mejora. Debe ser justo al contrario: cada presidente del Gobierno debiera presentar su propio texto tan pronto donde sea posible: prioridades en materia de seguridad, dirección de la política exterior y de defensa, medidas destinadas a lograrlo e instrumentos utilizados para ello. La ESN debe ser el texto que guíe la acción del Gobierno en estas materias, del que se haga responsable y por el que sea juzgado durante los años de gobierno.