Europa y el futuro de la Jihad

por Rafael L. Bardají, 16 de julio de 2016

(Publicado en Expansión, 16 de julio de 2016)

 

Con cada ataque islamista en Europa se sacuden nuestra atención y nuestras conciencias. Atentados como el de Niza, o antes Bruselas o Paris, nos trae la mala nueva de horror y muerte. No obstante, la buena noticia es que la Jihad, esa particular guerra santa llevada a cabo contra nosotros infieles por los islamistas, se puede ganar. Siempre y cuando apliquemos colectivamente las buenas políticas, claro está. Algo que no ha sucedido hasta ahora.

 

Ahora nos hemos sorprendido por el método utilizado, el atropello (método por lo demás bien conocido por los palestinos que atacan a israelíes), pero la táctica no deja de ser una distracción. Sun Tzu, el gran estrategia chino, decía que la primera condición para salir vencedor del combate es conocer al enemigo. En ese sentido, mal lo estamos haciendo los europeos cuando tras cada atentado saltan las voces de quienes explican las conductas asesinas de los terroristas por todo tipo de factores, desde los psicológicos a los ambientales, excepto el único que en verdad cuenta: el Islam radical.  Nos guste o no el islamismo nos ha declarado la guerra. Las acciones de grupos como Al Qaeda o el estado Islámico, o, incluso, el de los terroristas que se radicalizan por sí mismos, se explican últimamente por una interpretación del Islam que lleva ganando adeptos y posiciones dentro del mundo musulmán en las últimas décadas.

 

El jihadismo no depende de un grupo, ha pasado a ser un movimiento insurgente de alcance global aunque dispar. Su futuro no estará en peligro cuando se elimine por fin al Estado Islámico o cuando se acabe con todos los cabecillas de Al Qaeda. La Jihad persistirá y eso es algo que debemos aprender bien rápido. De hecho si hay una cosa que hemos podido comprobar es la alta capacidad de adaptación, mutación e imaginación de los jihadistas.

 

Niza tiene que ser una llamada de atención para los europeos. Nuestros principios básicos, como el de la libertad frente a la seguridad o el de la libre circulación de las personas, tienen que se repensados forzosamente. De lo contrario ataques como los sufrido hasta ahora se multiplicarán. La política emigratoria, tan ingenuamente tratada desde Berlín y Bruselas, tiene que cambiarse de arriba abajo. Simplemente porque los pequeños círculos jihadistas sólo pueden prosperar y crecer en medio del salafismo, un anillo teológico más amplio, y éste en un medio religioso que es, a su vez, parte del grupo más amplio de musulmanes culturales o sociales. El llamado profiling, esto es, la atención especial a ciertos grupos, el seguimiento intrusivo de los sermones de las mezquitas, el control sobre las enseñanzas del Qoram, por mucho que suenen repulsivos, son condiciones sine qua non para prevalecer en este combate.

 

La jihad implica un proceso de radicalización esencialmente mental aunque acabe en una explosión. Hay que combatirla con todos los medios, desde los militares, hasta la inteligencia. Pero sobre todo hay que exigir de las comunidades musulmanas que no comparten, al menos retóricamente, la violencia jihadista, una mayor colaboración a la hora de detectar , denunciar y atajar comportamientos radicales. Algo que hasta ahora no han querido, sabido o podido hacer.

 

Los terroristas que vuelven de Irak y Siria, han vivido o nacido aquí, en suelo europeo. Y es aquí donde debemos cortar esta fábrica de jihadistas. La acción policial no es suficiente, por desgracia. Hay que secar el cenagal donde surgen los terroristas. Aceptar, por ejemplo, que se pueda usar en espacios públicos el hijab o el niqab, puede parecer anodino, pero no lo es. Pronto el número de mujeres deseosas o forzadas a llevarlo aumenta. Como tiende a crecer exponencialmente el mensaje radical. De ahí al jihadismo sólo hay un pequeño trecho.

 

Vencer a la jihad exige de nosotros una revolución mental. No todas las religiones tienen un buen encaje en nuestras estructuras laicas y liberales. Y si por el bien del multiculturalismo abandonamos la obligación de integrar a cuantos viven entre nosotros a comportarse como nosotros y a aceptar que la ley es sólo una y para todos igual, estaremos abonando el campo del radicalismo y, en última instancia, del jihadismo.

 

Sólo a nosotros nos toca decidir si preferimos enfrentarnos a la verdad o refugiarnos en la creencia que los atentados jihadistas son productos de la naturaleza y que podemos asumir la incertidumbre de saltar cualquier día por los aires a manos de alguien que nos grita Allu Abkar, que no significa, como suele decirse, Alá es grande, sino Alá es el más grande. Y no nos permitirán disentir.