Fronteras seguras

por Rafael L. Bardají, 6 de octubre de 2006

(Publicado en ABC, 6 de octubre de 2006)

En contra de su criterio, el presidente Bush se ha visto forzado a aprobar por ley el proyecto de levantar una gigantesca muralla, de unos 1.200 kilómetros, a lo largo de la frontera de su país con México. No es el primer intento de poner barreras físicas al tránsito de personas. Israel lo está haciendo con su muro para impedir el ataque de los terroristas palestinos y España instaló las verjas alrededor de Ceuta y Melilla para intentar dificultar el asalto de los inmigrantes que pretenden entrar en nuestro país ilegalmente.
 
Bush hubiera preferido aprobar una amnistía general para los 12 millones o más de ilegales que están ya en su país y luego construir el muro, pero los congresistas y senadores republicanos han preferido el camino opuesto. Primero asegurar las fronteras, después lidiar con lo residentes ilegales. No han hecho sino continuar con la filosofía de Ronald Reagan, que permea a todo el Partido Republicano en mayor o menor medida: «Un país que no controla sus fronteras, en realidad ha dejado de ser un país».
 
No es casualidad, en ningún caso, que este proyecto recién aprobado, haya sido impulsado por los congresistas de los Estados fronterizos con México, quienes sufren en primera persona las consecuencias negativas del paso de emigrantes ilegales por su suelo y que ya forzó al gobernador de nuevo México a declarar el estado de emergencia hace un año y al de Arizona hace pocos meses.
 
Aproximadamente un millón de personas entran ilegalmente en los Estados Unidos cada año, en términos relativos un 0,3 por ciento sobre el total de la población, más o menos como lo que sucede aquí, en España. Pero es una cifra que por su tendencia a incrementarse, ha dado la voz de alarma en Norteamérica. Hay que entender que en los últimas cuatro décadas, Estados Unidos ha recibido más emigrantes que en sus 350 primeros años de Historia. Es más, que la diversidad racial y cultural ha llevado a que el grueso de la emigración actual sea radicalmente distinta a la procedente de Europa.
 
En Estados Unidos no quieren amnistiar a los ilegales porque eso supondría legalizar el engaño a la Ley. Nosotros ya no podemos seguir ese camino, puesto que el Gobierno ha elegido la senda de la regularización continuada. Pero deberíamos estar atentos al debate sobre cómo preservar la cohesión, integridad e identidad nacional que se está produciendo en América. Aunque la ola emigratoria todavía nos llega de Iberoamérica, el tsunami nos va a venir desde África. Y yo creo que no nos debe dejar impasibles la posibilidad, casi certeza, de que en unos años un número importante de magistrados en nuestro Tribunal Supremo sean musulmanes. La Sharía es ya, desgraciadamente, una cuestión de número.