Golpe de Estado 2.0

por Rafael L. Bardají, 25 de febrero de 2021

Edward Luttwak, ese gran analista de la estrategia, escribió a finales de los años 60 un librito, Golpe de Estado. Un Manual Práctico, quizá lo que haya sido la mejor disección de los cambios de gobierno y régimen por la fuerza. Basándose en los múltiples casos, fracasados y exitosos, de África y América Latina, Luttwak llegaba a proponer la mejor forma práctica de dar un golpe. La última vez que tuve la suerte de visitarle y comer con él en su casa de las afueras de Washington DC, hace ya unos cuantos años, se sorprendía de la todavía buena acogida de su obra, décadas después de ser publicado. Y, sin embargo, reconocía que debería ser revisado de arriba abajo para adaptarse a las nuevas condiciones sociales. Como decía, “no es lo mismo tomar la radio nacional, que controlar todas las emisoras de radio y televisión que ahora existen”. A los pocos meses de verle vio la luz la edición revisada de Golpe de Estado. Mucho de nuevo, cierto, pero necesitaría una nueva actualización ya que apenas tienen entrada las redes sociales, por citar solamente un ejemplo.

 

Cuando hablamos der golpe de estado, se nos viene siempre a la cabeza la imagen de unos militares ocupando un palacio presidencial y declarándose ellos los legítimos valedores de la salvaguarda de la nación. Y en el caso de España, no se nos puede borrar la irrupción de Tejero pegando tiros al techo del hemiciclo del Congreso de Diputados. Más ahora que se cumplen 40 años del aquel episodio. Quiero decir, que al igual que escribía Luttwak hace medio siglo, asociamos un golpe al uso de la fuerza por parte de quienes detentan esa fuerza. Y en un estado moderno, el monopolio de la fuerza lo tienen los ejércitos, la policía y otros cuerpos de seguridad del Estado. A pesar de lo que se critica del importante número de licencias de caza, los españoles no estamos autorizados a portar armas como sí sucede en Estados Unidos. 

 

Aunque ha habido muchos casos de golpe llevados acabo por elementos liberales o modernizadores de entre los militares, normalmente este tipo de actuación se considera típica de fuerzas conservadoras y de extrema derecha. Los cambios de régimen promovidos por la izquierda se asocian inexorablemente a revoluciones, no a golpes. La instrumentalización de las masas, las vanguardias políticas a lo Lenin, y las opuestas justificaciones sostendrían tal distinción. Que para que el golpe fuera de verdad exitoso tuviera que resultar lo menos cruento posible y que para las revoluciones tuvieran éxito tendrían que ser lo más sangrientas posibles, no importa. Contra el pueblo o por el pueblo es todo a lo que llega el universo mediático-mitológico.

 

¿Pero no puede haber otro tipo de golpe de Estado, que no dependa de los cañones de los militares y que aúpe a la izquierda al poder? Me temo que sí. Y que lo estamos viendo. En la Alemania de los años 30, una vez que Hitler alcanzó una representación parlamentaria relevante, ejerció su chantaje y fuerza para poner a los grandes industriales de su lado y que le dejaran pervertir desde dentro el régimen de Weimar con la excusa de frenar el caos que él mismo alimentaba. En Venezuela, enmascarado por el hecho de que Chávez fuera militar, el golpe se produce no sólo al amparo del ejército, sino en buena parte sobre la purga de éste para anularlo como freno del ansia del chavismo y, sobre todo, el vaciamiento de las instituciones políticas democráticas. No en balde con Maduro coexisten dos asambleas parlamentarias, una legítima en manos de la oposición, y otra ilegítima creada desde el poder para cercenar los resultados electorales.

 

En España, los autores y ejecutores del 23-F creyeron poder defender a la nación frente a comunistas y terroristas (y sobre una clase política blanda) yendo contra la democracia. En la actualidad, 40 años más tarde, son los herederos de ETA, los independentistas catalanes y los comunistas quienes, para acabar con la nación arremeten contra los pilares de la democracia (sobre una clase política ensimismada con sus privilegios).

 

Este 23-F 2.0 tiene como fin el cambio de régimen y se va desarrollando capítulo a capítulo, a cámara lenta. Se seduce a los medios de comunicación con accesos privilegiados y, sobre todo, con cuantiosas ayudas económicas que compensen sus pérdidas por publicidad y de todo tipo; pero también se señala a los periodistas que resultan incómodos para el poder revolucionario que esconde este gobierno dividido en poli sonriente, poli abusador. Otra forma de la tradicional política del palo y la zanahoria. En segundo lugar, hay que poner fin a la independencia de poderes. En España la separación entre ejecutivo y legislativo nunca ha estado garantizada, dada la rigidez de los partidos políticos y su reflejo en el reglamento de las Cámaras, de ahí que todos los esfuerzos revolucionarios se centren en doblegar y atar al poder judicial. Que el PP esté dispuesto a ser cómplice de esta parte esencial del golpe con su acuerdo para la renovación política del Consejo del Poder Judicial resulta llamativo de lo que realmente busca este partido. Finalmente, la pieza mayor a cobrarse para que el cambio de régimen triunfe es la Corona. Bajo el manto de luchar contra la corrupción (¿quién se free que un presidente de la república sería menos corrupto teniendo menos tiempo para colmar sus ansias de poder y riqueza?) lo que se está librando es una batalla campal contra la única institución que ahora mismo es el pilar esencial de las dos cosas que quieren destruir: España y la democracia.

 

Violencia en la calle, intimidación a quien no comulga con sus ideas, dependencia de las ayudas públicas, inmigración desbocada, inseguridad jurídica, ataques contra la propiedad privada, todo son acciones tácticas para llegar al fin último: un golpe exitoso que les mantenga en el poder. 

 

Lo único bueno es que no tienen garantizado el éxito. Pero para frenarles y derrotarles hay que tener muy claro qué quieren y cómo quieren alcanzarlo. Por ejemplo, si todo lo que está a la derecha del PSOE de Sánchez se enzarza en que su división hace inviable una alternativa y, por lógica, se dedican a combatirse entre ellos, el golpe está asegurado. Y buena parte de responsabilidad recaerá entonces en el PP de Casado, desde donde se ha hecho de Vox, y no los planes de este gobierno, el enemigo a batir. Sus deseos de revivir el bipartidismo son letales para el futuro de la democracia y España.