Inteligencia y estupidez

por Rafael L. Bardají, 2 de noviembre de 2013

(Publicado en La Gaceta, 2 de noviembre de 2013)

 Ha dicho el ministro de Defensa que los servicios secretos deben ser eso, secretos. Y tiene razón. Pero hubiera estado más acertado si hubiera afirmado que lo esencial de la inteligencia es no provocar escándalos públicos. Algo, dicho sea de paso, a lo que los españoles debiéramos estar ya curados de espanto. Y si no, echen un vistazo a la hemeroteca: las sombras sobre la actuación de diversos cargos del CESID en el episodio del 23-F; el juicio por las escuchas ilegales, incluido el Rey, en la etapa de Manglano; las filtraciones de Perote y la guerra sucia del GAL contra ETA; el ridículo enfrentamiento con la Guardia Civil sobre las escuchas a HB en la etapa Calderón; y ahora el affaire NSA y las interceptaciones masivas de las comunicaciones. 

Yo no se quién está asesorando la línea oficial sobre este escándalo, pero no es muy bueno. Dos son los argumentos que, tras la indignación inicial, ahora se esgrimen: el primero, que esas supuestas escuchas no se refieren a interceptaciones de ciudadanos españoles, sino que se enmarcan en operaciones en el exterior. Ridículo. Nadie que conozca el Sahel o Afganistán puede defender sin morirse de vergüenza que se recogen millones de metadatos electrónicos al día que afecten a España en esos parajes; segundo, que no hay constancia de que dichas interceptaciones hayan tenido lugar. Aún más penoso habida cuenta de que hasta los líderes norteamericanos están ya hablando de cambiar sus pautas de actuación. Merkel está convencida de haber sido espiada. ¿Somos nosotros más ingenuos?
El problema de los servicios de inteligencia es que han generado voluntariamente una imagen pública que ahora se les vuelve en contra de su propio quehacer. Valga un ejemplo: el M16 británico no existió oficialmente hasta comienzos de los años 90, cuando en aras a la moda de la transparencia y el buenismo, se dotó de un estatuto legal, de un presupuesto abierto al escrutinio e inauguró con toda fanfarria una nueva sede en la que se han rodado escenas de varias películas. Pero la imagen de santidad está reñida con lo que cualquier servicio secreto tiene que hacer. La mentalidad funcionarial, como la desarrollada en España, tampoco encaja bien con sus tareas. Al CNI le va a pasar lo que a las fuerzas armadas, que de tanto vender que sólo realizan tareas humanitarias, ningún español apoya que vayan al combate o que tengan los medios para el mismo.
La mejor forma de proteger la inteligencia española no es con su director haciéndose presente en sucesivos eventos sociales. Es con un buen sistema de control y, en última instancia, haciendo lo que todo el mundo hace: tener dos servicios, uno interior y otro exterior. Por algo será.