Intervenir o no intervenir, esa es la cuestión

por Amir Taheri, 18 de octubre de 2007

(Publicado en Gulf News, 2 de octubre de 2007)

Es demasiado pronto para saber si las enérgicas medidas actuales en Myanmar (Birmania) tendrán éxito a la hora de calmar la rebelión pro-democracia de los monjes budistas y sus aliados.
 
No obstante, una cosa está clara: los sucesos de las dos últimas semanas en Birmania han reavivado el debate acerca del papel que debería jugar la comunidad internacional en circunstancias así.
 
Por lo general, hay dos opiniones.
 
Una pertenece a una coalición de intervencionistas. Su premisa es: 'tenemos que hacer algo'.
 
La motivación de esa postura es que los sucesos catastróficos en cualquier país están destinados a arrastrar a otros, afectando así a toda la humanidad.
 
Por ejemplo, si la violencia presente en Birmania se extiende, podría dar lugar a cientos de miles de refugiados que podrían entrar en masa en los países vecinos y desestabilizar la región. Por otra parte, si, como algunos temen, la autoridad central en Birmania se viene abajo, las tribus tradicionalmente rebeldes podrían volver a la trifulca, provocando una catarata de guerras civiles paralelas que podría llegar a China, Tailandia y la India.
 
La idea de que la comunidad internacional tiene el deber, por no decir el derecho, a intervenir para proteger a una nación contra sus numerosos enemigos propios es tan antigua como la historia. Todos los imperios clásicos la utilizaron como pretexto para tomar parte en guerras civiles y peleas dinásticas.
 
Fue con esa excusa que los minúsculos reinos de Armenia y Georgia cambiaron de manos entre los imperios persa y romano media docena de veces. Más recientemente, la guerra civil española proporcionó la excusa para la guerra de poder entre la Alemania Nazi y la Rusia estalinista. La intervención norteamericana en Vietnam también fue una guerra de poderes, esta vez contra la URSS y China. La Unión Soviética invadió Afganistán en 1979 a título del régimen comunista y contra la resistencia islamista-nacionalista en una guerra civil. Tras 1983, Estados Unidos también entraba en la guerra civil afgana en apoyo a los guerrilleros de la libertad anti-soviéticos.
 
Los partidarios la doctrina del 'tenemos que hacer algo', sin embargo, nunca han logrado alcanzar un consenso en cuanto a qué hacer. Aquéllos en la izquierda progre sostienen que se tiene que hacer algo solamente contra los regímenes que ella califica de derechistas y reaccionarios.
 
Por ejemplo, que Estados Unidos ayudase a las guerrillas anti-comunistas en Nicaragua y El Salvador estaba mal. Sin embargo, que Cuba enviase tropas a luchar contra regímenes pro-occidentales de derechas en países africanos estaba bien. Intentar derrocar a Sadam Hussein en Irak habría sido noble en los años 80, cuando era un instrumento del imperialismo occidental. Sin embargo, pasó a ser 'un crimen contra la humanidad' cuando Sadam se transformó en el defensor anti-occidental del mítico tercermundismo.
 
Algunos partidarios de la coalición del 'tenemos que hacer algo' insisten en que la intervención está justificada solamente cuando es aprobada expresamente por Naciones Unidas.
 
En la vida real, sin embargo la mayor parte de las intervenciones tienen lugar sin mandato de la ONU, aunque sólo sea porque el consenso no siempre es posible. El ejército de Tanzania entró en Uganda y destruyó el despreciable régimen de Idi Amin sin ningún mandato de la ONU. Sin embargo, casi nadie estaba dispuesto a lamentar la caída del 'Gran Gigante Amistoso'. Sin la entrada del ejército vietnamita en Phnom Penh para expulsar al criminal Jmer Rojo, Camboya habría sufrido muchos más años de salvajismo sangriento. La intervención exterior también fue necesaria para poner fin a la tragedia de 'limpieza étnica' de Bosnia-Herzegovina y para salvar a la mayoría musulmana de Kosovo del exterminio. Sierra Leona y Liberia también se salvaron de la probable extinción como naciones gracias al deus ex machina de las tropas extranjeras. Las tentativas de dar forma a la intervención exterior se remontan a los años 20, y el ascenso de la Liga de Naciones.
La Liga se separó precisamente cuando no supo intervenir para salvar Abisinia de la anexión imperial de la Italia fascista.
 
En 1999, Tony Blair, entonces primer ministro de Gran Bretaña, intentaba definir un marco para la intervención mediante un discurso en Chicago. Más tarde denominada 'la Doctrina de Chicago', el análisis de Blair se basaba en la premisa de que el deber de cuidarse mutuamente que tienen todos los seres humanos como individuos debería extenderse a naciones enteras.
 
La idea de Blair de 'el deber de intervenir' fue enseguida traducida por otros, Bernard Kouchner (el nuevo ministro de asuntos exteriores de Francia) entre ellos, a 'un derecho a intervenir'. Fue en nombre de ese derecho que Kouchner hizo campaña a favor de la guerra contra Ratko Mladic, Slobodan Milosevic, el mulá Mohammed Omar y Saddam Hussain.
 
Como Ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Kouchner ha logrado ya crear una coalición internacional para 'hacer algo' en Darfur en nombre del deber de intervenir. Y hay quienes quieren que Kouchner encabece una campaña para intervenir en Zimbabue, otra nación africana negra corroída por la violencia y el terror.
 
Para el Presidente George W. Bush, el 'deber de intervenir' y 'el derecho a intervenir' son dos caras de la misma moneda. La diferencia es que basa su juicio en los intereses nacionales americanos en lugar de cualquier conjunto de principios internacionales generalistas. La idea de la guerra preventiva es que es más prudente atacar a aquellos que se están preparando para atacarte antes de que lo hagan. La estrategia podría funcionar para una superpotencia con los medios para llevar a cabo ataques preventivos.
Para la mayor parte de las naciones, sin embargo, la única protección podría venir de la comunidad internacional.
 
Esta es la razón de que aún sea necesario un debate serio acerca de tanto del derecho a, como del deber de intervenir.
 
Birmania podría demostrar, una vez más, que la comunidad internacional está indefensa frente a regímenes decididos a conservar su control sobre el poder a cualquier precio. La operación en Darfur también podría venirse abajo, aunque sólo sea porque el nivel de intervención sobre el que se ha alcanzado el consenso está lejos de ser el adecuado. En algunos casos, la intervención inadecuada podría demostrar ser contraproducente. Un ejemplo es Zimbabue, donde buena parte del destructivo comportamiento del Presidente Robert Mugabe podría haber sido incitado por el convencimiento de que la comunidad internacional nunca va a alcanzar un consenso en materia de la intervención eficaz contra su régimen.
 
Podría ser; cuando uno no está preparado para ejercer el derecho a intervenir de una manera eficaz, uno tiene el deber de no hablar de intervención.


 

 
 
Amir Taheri es periodista iraní formado en Teherán. Era el editor jefe del principal diario de Iran, el Kayhán, hasta la llegada de Jomeini en 1979. Después ha trabajado en Jeune Afrique, el London Sunday Times, el Times, el Daily Telegraph, The Guardian, Daily Mail, el International Herald Tribune, The Wall Street Journal, The New York Times, The Los Angeles Times, Newsday y el The Washington Post, entre otros. Actualmente trabaja en el semanario alemán Focus, ha publicado más de una veintena de libros traducidos a 20 idiomas, es miembro de Benador Associates y dirige la revista francesa Politique Internationale.