Irán. Atrapados en su propia locura

por Marta González Isidoro, 21 de marzo de 2012

El resultado de las novenas elecciones al Parlamento iraní –Majlis– desde el advenimiento de la Revolución, celebradas a principios de este mes de marzo, constata la fractura creciente entre el presidente, Mahmoud Ahmadineyad y el líder espiritual Supremo, Alí Jamenei, y evidencian la lucha de poder entre los dos sectores más ultraconservadores del régimen en un momento de profunda crisis económica y social, agudizada por la grave tensión internacional que la desconfianza sobre el opaco programa nuclear del régimen suscita entre buena parte de la Comunidad Internacional.

En medio de una campaña tibia y sin apenas sobresaltos – más allá de la tradicional censura - debido a las fuertes medidas de Seguridad, control y contención que el régimen puso en marcha, el nuevo parlamento consultivo salido de las urnas apuesta mayoritariamente por las candidaturas agrupadas en torno al sector denominado principalista, afín al líder Supremo, Alí Jamenei, fuertemente enfrentado a los partidarios del presidente Ahmadineyad, considerados por los primeros de desviacionistas, y a los que acusan además de poner en duda la primacía religiosa del régimen. En un escenario donde ha quedado verificada la legitimidad popular del líder Supremo, lo más probable es que Alí Jamenei intente devolver al Parlamento los poderes que éste ha ido perdiendo en los últimos años y proceda a reconducir el régimen hacia un presidencialismo parlamentario dócil a los principios revolucionarios sobre los que fue diseñado. El presidente Ahmadineyad paga el precio por su nacionalismo populista, pero sobre todo, por los desequilibrios sociales que ha provocado su política económica, con medidas tan impopulares como la supresión de las subvenciones a los alimentos de primera necesidad y a los carburantes. El sistema electoral iraní es complejo; las elecciones sirven para sondear los apoyos con los que cuenta las respectivas facciones, así como para verificar de qué lado está el líder Supremo, que es, en definitiva, el que designa al candidato a la presidencia. El poder del estamento teocrático ha ido decreciendo desde 2005, a medida que el régimen optaba por la radicalización política y aumentaba el  papel de los militares y de los Órganos de Seguridad y de inteligencia, surgidos de las unidades militares de los Guardianes de la Revolución, por lo que es fácil deducir que la principal lucha por el poder entre Jamenei y Ahmadineyad estará por encima de tendencias religiosas o ideológicas y utilizará todos los mecanismos a su alcance para mantener sus privilegios y fuentes de financiación. En ausencia de una abierta oposición reformista al régimen – Mirhossein Musavi y Mehdi Karubi están bajo arresto domiciliario desde hace un año –, y a pesar de la purga previa de candidatos críticos con el gobierno, el poco peso obtenido por los leales a Ahmadineyad puede complicar seriamente las labores de gobierno de un presidente que bien podría ser depuesto si prospera sobre él una moción de censura nada descartable. Sin diferencias apreciables entre las fracciones enfrentadas, con un claro consenso en Política Exterior y sin alternativa real que propicie las condiciones óptimas para un cambio de régimen, resultaría irónico descubrir que Mahmoud Ahmadineyad, la pesadilla de Occidente, no es más que un moderado entre la pandilla de iluminatis que rige los designios del país. A pesar del agotamiento ideológico que la Revolución puede provocar en sectores muy minoritarios de la élite intelectual y las clases medias más pro-occidentalizadas, cualquier esperanza hacia una transición democrática en Irán es poco realista. El llamado Movimiento Verde sacó a la luz la fractura radical que enfrenta a la élite político-religiosa del país. Pero sus líderes no han pretendido – ni pretenden – desmantelar el régimen, sino solucionar la crisis de legitimidad que vive el sistema desde dentro, y avanzar hacia un marco de derechos y libertades más amplio bajo el paradigma de la justicia social. Futuro complicado en un país lleno de contradicciones y controlado por la Guardia Revolucionaria que, a su vez, ha logrado el control de las calles gracias a su brazo represivo más popular, las milicias islámicas del basij. Treinta y tres años después de la instauración de un régimen teocrático – democracia religiosa, como ellos lo llaman -, donde ideología y fe confluyen en una concepción particular del chiismo que ve en el martirio el fundamento del orgullo nacional y en la exportación de su revolución islámica una purificación ideológica frente al Mal absoluto – en su imaginario, Estados Unidos, Israel y Occidente -, resulta francamente difícil pensar que, en las actuales circunstancias, el líder Supremo, investido de un poder absoluto emanado directamente por mandato divino – el velayat –e- Faqih – ceda espacio hacia una soberanía popular más acorde con los parámetros que rigen en nuestras sociedades occidentales. Todo lo contrario: su estrategia a corto plazo se basará en intentar, por todos los medios, eliminar la amenaza ideológica, política y personal que supone su ex protegido Mahmoud Ahmadineyad – que se ve a sí mismo como el elegido para acelerar la llegada del Madhi al mundo de los vivos - y su ex aliado y hoy también rival político Hashemi Rafsanjani. Desde hace tres décadas, la misión de la Constitución legada por Jomeini sigue siendo dar formalidad objetiva a los aspectos ideológicos del movimiento revolucionario y crear las bases para el establecimiento de una sociedad donde el Islam – chií – lo abarque todo. Dentro y fuera de sus fronteras. Grandiosa yihad que tiene como misión la salvación de los pueblos oprimidos, sometidos al despotismo liberal en todo el planeta.

Mientras la Comunidad Internacional se distrae con discusiones inocuas, el programa nuclear iraní avanza. Y el militar y balístico, también. Lo han dicho en todos los foros: no van a renunciar a lo que consideran un principio, no sólo de Seguridad, sino, sobre todo, de identidad nacional. Será muy difícil, después, hacer frente a una política de hechos consumados. ¿Cuál será el siguiente paso después?