La amenaza de la inmigración ilegal

por Rafael L. Bardají, 28 de enero de 2019

Tenía que pasar tarde o temprano y ha pasado: La policía española detuvo la semana pasada a dos jihadistas del Estado Islámico, hermanos, Ousama y Yassine Chaaria, combatientes ambos en Siria y que el pasado mes de agosto entraron de manera ilegal en España. Mientras que de Yassine no se sabe con certeza su ruta de entrada (aunque se sospecha que llegó en patera a Denia), de Ousama si se tiene constancia de que vino en patera y que fue atendido por los servicios de Cruz Roja y sociales en el Puerto de Santa María, facilitando una identidad falsa. En septiembre, las autoridades marroquíes alertaron a las españolas de que los hermanos habían desaparecido de su control y de que podían haber cruzado a España. La policía española los localiza indirectamente, a través de las redes que les dieron apoyo y sostuvieron en Madrid y en Mallorca, musulmanes conocidos por su radicalismo y sus contactos con el mundo de la droga y la criminalidad.

 

Traigo a colación esta historia para subrayar varios hechos. El primero -y tal vez más grave- lo que hemos venido denunciando desde hace años y que ha sido sistemáticamente ridiculizado por los buenistas de todos los partidos: que los terroristas islámicos se pueden colar en nuestro país explotando las redes de tráfico de personas y las rutas de las pateras de los miles de inmigrantes ilegales que llegan a nuestras playas. No es un delirio, es ya una triste realidad. Como dijo Donald Rumsfeld en su día: “hay cosas que sabemos que sabemos; cosas que sabemos que no sabemos; y cosas que no sabemos que no sabemos”. Pues bien, lo que no sabemos que no sabemos puede ser tan o más peligroso que lo que ya sabemos. Y no sabemos si, como estos dos hermanos, bien conocidos desde que se marcharon a Siria en 2013 junto con toda su familia, hay más casos que no hayan sido detectados. Pero parece prudente pensar que sí.

 

El segundo, la incapacidad de nuestras fuerzas de seguridad de identificar a los inmigrantes de una manera apropiada y poder detectar, así, a los elementos más peligrosos que vengan entre ellos. Y no es culpa de la policía, que conste. Es culpa de un sistema de recepción y acogida que se basa en culparnos a nosotros y hacer del inmigrante que está cometiendo una ilegalidad -y por tanto un delito- la víctima con la que hay que volcarse. Como se ha podido ver durante las negociaciones entre Vox y el Partido Popular en Andalucía, la Junta bajo los socialistas se negaba a cumplir con su deber y no facilitaba las identidades de 52 mil ilegales a la policía a fin de identificarlos apropiadamente. Es de esperar que la nueva Junta del PP y Ciudadanos acabe con esa práctica. La facilidad que se les concede a los inmigrantes para ocultar y mentir sobre su origen verdadero y su persona es una auténtica irresponsabilidad de la que hay que culpar directamente a nuestros responsables políticos, del PSOE al PP, quienes han tenido en su mano acabar con un sistema que prima la falsedad y que, como se acaba de ver, incrementa el riesgo y la amenaza para todos los españoles.

 

En tercer lugar, hay que expresar la satisfacción de que, al menos, en materia antijihadista, la cooperación con Marruecos parece funcionar. Pero, dicho lo cual, nuestros cuerpos de seguridad del Estado, incluyendo aquí al servicio de inteligencia también, no puede ni depender de Marruecos ni confiar en que los niveles de colaboración actuales se van a mantener siempre así. Marruecos es un vecino incómodo para España que defiende sus intereses y que cooperará en función de éstos, no de nuestros peligros.

 

Cuarto, quienes siempre devalúan la amenaza jihadista por la mezcolanza de los terroristas con el pequeño crimen, deberían ya darse cuenta de que hoy existe una clara simbiosis entre las redes de la droga, el tráfico de personas y el pequeño crimen y el terrorismo islamista, quien se vale de la implantación de éstas para sus propósitos: libertad de movimientos, sostenimientos, comunicación y reclutamiento. Da igual si el peón que se hace reventar en un vagón de tren ha sido siempre ultrareligiosos o no, si sus mandamases sí responden a la llamada de Allah. El Estado Islámico en Irak y Siria no preguntaba por sus orígenes a los miles de musulmanes europeos que iban allí a engrosar sus filas, mientras estuvieran dispuestos a luchar y morir por su causa. Que los autores materiales del 11M estuvieran metidos en el mundo del hachís no les hizo menos terroristas, al contrario. Y esa es una lección estratégica que debiéramos haber sacado ya: ninguna complacencia con este tipo de criminalidad porque encierra una amenaza mucho mayor que la droga.

 

La inmigración ilegal no es un fenómeno inocuo. Al contrario, puede representar una amenaza terrorista encubierta, además de todos los riesgos sociales que conlleva. Aunque sólo fuera por el peligro del jihadismo que puede conllevar, los dirigentes políticos españoles ya deberían otorgarle otra atención y poner en práctica todos los controles necesarios para garantizar la seguridad. Desgraciadamente no es así. El sistema está montado para todo lo contrario. Es una pena que sólo una fuerza política, Vox, tenga una clara política para detener el flujo de ilegales que llega a España, atraídos por la generosidad de nuestros gobiernos, sean del color que sean. Vox es el único partido que entiende, ve y denuncia, el riesgo para nuestra civilización de la renuncia de nuestros gobernantes a hacer vales las fronteras de España. Este caso de los hermanos Chaaria, nos tendría que llevar a pensar sobre ello, sobre quién nos pone gratuitamente en peligro y quién está dispuesto de verdad a defender a los españoles. Porque si hay algo que necesitamos urgentemente, es alguien que ponga a los españoles primero.