La colonización de Europa

por Rafael L. Bardají, 29 de diciembre de 2013

(Publicado en Época, 29 de diciembre de 2013)

 

 A estas alturas de la vida no debiera extrañarme que mi hijo de 13 años sepa casi tanto del Islam como de su propia religión católica. Pero la verdad es que me sigue extrañando y mucho. Máxime cuando es un sacerdote el que le inculca las bondades de una supuesta “religión de paz” pero ni una palabra de la persecución sistemática a la que los cristianos se tienen que enfrentar a diario en tierras del Islam. Y cuento esta pequeña anécdota no porque esté indignado con un sistema educativo que hace tiempo que perdió el norte en lo referente a la transmisión de nuestros valores –que también- sino porque representa la falla más grave de lo que queda de nuestra civilización.

 
Hace unos pocos años, tras los atentados terroristas del 11-S, Beslán, Bali, Madrid y Londres, se produjo un salto notable sobre la preocupación del futuro del mundo occidental frente al auge imparable del fundamentalismo islámico y del jihadismo. Atores como Bat Ye’or, Bruce Waber y otros publicaban libros con títulos como Eurabia o Mientras Europa dormita: Cómo el Islam radical está destruyendo a Occidente desde dentro. Y es que frente al asalto de unos terroristas armados de su versión del Corán y liderados por la Al Qaeda de Bin Laden, la tesis del célebre historiador británico Arnold Toynbee, iba ganando adeptos en Europa: “Las civilizaciones mueren por suicido, no por asesinato”. Esto es, por su debilidad interna y no por la fortaleza de sus adversarios.
 
Hoy la crisis económica que nos corroe centra la atención de nuestra debilidad frente a gigantes emergentes como China. Pero en realidad la mala salud de nuestras economías no es sino la punta de un Iceberg mucho mayor y más grave: el abandono de nuestros valores, esos pilares esenciales sobre los que, durante siglos, se ha construido la civilización judeo-cristiana y que han hecho que seamos lo que somos. Hasta ahora.
 
Déjenme ofrecerles algunos ejemplos de nuestra actual dejadez moral: el último censo del Reino Unido, de 2011, puso en evidencia que la religión que más crecía en su suelo era la fe islámica. Así, mientras que quienes se declaraban cristianos caían en los últimos 10 años algo más de un 11%, la población musulmana crecía en un 80%, pasando a ser la segunda religión en términos de fieles en Gran Bretaña. Nada extraño, pues, que el nombre más común para los varones recién nacidos en ese año fuera Mohamed.
 
La predicción del reputado profesor de la universidad de Princeton y experto del mundo árabe, Bernard Lewis, de que “Europa será islámica hacia finales del Siglo XXI”, suele ser refutada mediante la estadística: Sólo un 5% de la población de la UE es musulmana hoy y su crecimiento puede hacer que esa proporción acabe doblándose, pero no más. Pero los fríos grandes números no dejan ver el verdadero bosque. No es que los musulmanes se distribuyan desigualmente en suelo europeo, es que el fallido experimento multicultural ha potenciado la aparición de auténticos guetos donde los musulmanes pueden aplicar sus propias leyes, la Sharia, y aplicar su propia justicia al margen e independientemente del resto de la población. La policía sueca, por ejemplo, admite que no controla la zona de Rosengäf en la ciudad de Malmäf, la tercera más importante del país y en manos de gangs de musulmanes. Y mientras que nos hemos acostumbrados a las imágenes de vehículos incendiados en las barriadas de París, se nos pasan otros signos más que significativos, como que en 2010 una escuela de la ciudad danesa de Aarhus se convirtiese en la primera de ese país en no contar con ningún estudiante danés, siendo todos musulmanes hijos de emigrantes. Hay más casos de lo mismo en Holanda y Bélgica. Que se estudie el Corán en nuestras escuelas al mismo rango que la Biblia no debería, pues, extrañarme. 
 
Un último caso de la sumisión de nuestras señas de identidad, producto de nuestra propia dejadez y de la ambición de los musulmanes en nuestro suelo, ha tenido lugar en Francia, ese faro histórico del laicismo: hace pocos días un informe encargado por el primer ministro galo a cien expertos (y colgado en la página oficial de Matignon) sobre los principios y pautas que la república debería adoptar cara a la creciente población musulmana recomendaba olvidarse las políticas de asimilación, que no dan resultado alguno ante quienes no quieren ser asimilados, y pasar a las de inclusión. Lo que exigiría un acomodo social y entre otras cosas, permitir el velo en las escuelas, la disminución de los símbolos nacionales y el reconocimiento de la diversidad o el reconocimiento por las autoridades pertinentes de la dimensión “oriental” de Francia. El informe ha sido debidamente retirado de la web, pero me temo que no tanto por estar los líderes socialitas en descuerdo como por el temor a ser barridos en las urnas por la derecha liderada por Marie Le Pen. Los grandes partidos callan, prisioneros de lo políticamente correcto. Y mientras combaten a la nueva derecha, la gran beneficiada es la nueva colonización de Europa. De la mano del Islam.