La defensa europea en perspectiva

por Rafael L. Bardají, 1 de abril de 2000

(Publicado en Tiempo de Paz, abril de 2000)
 
Después de décadas de negarse a abordar las cuestiones de seguridad y defensa, la Unión Europea parece dispuesta a recuperar el tiempo perdido. De hecho, en el último año y medio, sus miembros han tomado las decisiones necesarias para dotarse de unas capacidades militares creíbles que, en apoyo de la paz internacional, den fuerza y consistencia a la Política Exterior y de Seguridad Común. Es más, dotando a la UE de los mecanismos de decisión en materia de defensa y de las fuerzas para una intervención de apoyo a  la paz, la PESC pasa a convertirse en PESDC.
 
Por qué una defensa europea
 
El por qué de esta evolución tan reciente como acelerada en la perspectiva de la construcción europea puede explicarse por un cúmulo de factores de entre los que cabe destacar, al menos, tres: El primero, la guerra de Kosovo; el segundo, la entrada en funcionamiento del euro; el tercero, el nuevo talante de Tony Blair en lo que respecta a la UE.
 
Kosovo será una campaña de la que los europeos van a extraer diversas lecciones. Para empezar, que su enorme potencial militar, si se considera la agregación de todos los ejércitos nacionales en Europa, lo es menos a la hora de una acción colectiva que se desarrolle fuera de sus propias fronteras y cuya lógica militar no responda a la autodefensa. Las capacidades bélicas para proyectar la fuerza y los sistemas inteligentes para emplearla con precisión y a resguardo, simplemente fueron suministradas por los Estados Unidos, quienes no sólo pusieron más del 70% de los aviones de combate, sino que fueron los únicos con sistemas guiados por GPS, realizaron el 90% de los ataques a tierra y dispararon prácticamente la totalidad de los misiles de crucero empleados. Satélites, comunicaciones y capacidades de mando y control también fueron áreas de clara superioridad norteamericana.[i]
 
Kosovo señaló con contundencia la disparidad militar entre americanos y sus aliados europeos. Mientras que los Estados Unidos mantenían un millón y medio de soldados y se gastaban 270 mil millones de dólares al año en su defensa, los europeos sostenían a casi dos millones y medio de soldados (prácticamente un millón más que los americanos) con 172 mil millones (es decir, un tercio menos que América). Esta disparidad entre fuerzas y recursos  quedó en evidencia ante las palpables lagunas tecnológicas de los ejércitos europeos.
 
La segunda gran lección a extraer de Kosovo será consecuencia directa de la anterior: la estrategia y la conducción de la guerra la hace quien pone más medios o quién suministra los medios imprescindibles para su desarrollo. En ambos casos, los norteamericanos. Es lógico. Seguramente algunos europeos, como el Reino Unido o Francia,  hubiesen deseado otra forma de conducir las operaciones, con un mayor protagonismo de las fuerzas terrestres en la zona, pero sin un volumen de medios capaces de equilibrar el esfuerzo estadounidense, la operación Fuerza Aliada  reflejó el gusto y la visión bélica imperante en Washington: bombardeo estratégico y cero bajas.[ii]
 
Kosovo representó, por tanto, además del esfuerzo del momento, un  doble reto para los europeos: conseguir dotarse de unas capacidades militares suficientes y capaces de realizar una misión de apoyo a la paz, a la vez que poder llegar a contar con unos mecanismos de decisión, distintos de los de la Alianza Atlántica, con los que poder hacer realidad la proyección política de su entidad militar.
 
Tal vez esta cuestión de la diferencia entre el potencial militar americano y el de los europeos no hubiese sido tan dramáticamente vivida en este lado del Atlántico de no ser por su coincidencia con la entrada en vigor del Tratado de Amsterdam y el funcionamiento del euro. En 1992, la UE celebraba su nacimiento como tal de la mano del Tratado de Maastricht al mismo tiempo que se enfangaba con su estrategia hacia Croacia y Bosnia-Herzegovina. La euforia del momento acabó trastocándose en frustración, pues Europa no estuvo a la altura de las circunstancias y así hubo que reconocerlo. En 1999 todo el mundo estaba dispuesto a no volver a pasar por ese calvario. De ahí que lejos de la tradicional reacción de sumisión y pasividad no fuera esta vez aceptable, desencadenándose ahora una nueva reflexión sobre los límites y las misiones de la UE. En ese sentido Kosovo se revelará, de hecho, como el elemento catártico y catalizador para el futuro de Europa.[iii]
 
 
De una unión económica se había pasado a una monetaria y a una incipiente unión política, con sus aspectos de justicia, interior y de acción exterior. Habría llegado la hora de dar el último salto y otorgarle a la UE la dimensión de seguridad y defensa para hacerla así una institución con plenas competencias, a imagen y semejanza de los estados nacionales. No hacerlo sería dejar a Europa incompleta. La moneda única se mostraba como una auténtica fuerza gravitacional que daba impulso a la europa política y de la defensa.[iv]
 
En realidad la idea de una defensa europea por los europeos no es un tema ni mucho menos nuevo, pero sí ha sido un proyecto lleno de dudas y de frustraciones, como prueba el fracaso de la CED en la primera mitad de los 50, la atonía de la UEO y el carácter vertebrador de la OTAN, auténtico pilar de la seguridad en el continente. A pesar de todo, también es cierto que la antorcha en pro de un sistema de seguridad colectivo de los europeos nunca llegó a apagarse del todo y países, como Francia, se han encargado de alimentarlo año tras año. En realidad si no se logró avanzar en este terreno fue debido a dos circunstancias: la primera, el sentimiento de amenaza que inspiraba la Unión Soviética durante la guerra fría y el convencimiento entre los aliados europeos de que sin el potencial militar americano la URSS no podía ser contenida; la segunda, la división política de los mismos europeos, muchos de los cuales preferían la supeditación militar a los Estados Unidos a un mayor gasto en defensa. Además, el Reino Unido, excluido durante mucho tiempo de los avatares de la construcción europea, se mostrará muy reacio a dotar a Europa de un componente de defensa.
 
Sin embargo, esta fractura entre el mundo anglosajón y el continental, liderado por Alemania y Francia, va a verse en vías de superación tras la llegada al poder del partido laborista y, más en concreto, de Tony Blair. Es justo  reconocer que es Tony Blair el líder que inspira la actual dinámica de la UE en materia de seguridad y defensa. Hay quien le achaca un cierto oportunismo porque considera que así Londres, fuera de la Unión Monetaria, podría seguir jugando un papel relevante en la agenda comunitaria, cuestión que fue inmcluso manejada por alguno de sus asesores. Pero la realidad es que sin el Reino Unido la defensa europea no es posible y que sólo con Blair al frente de Whitehall comienza ésta a ser una realidad incipiente.[v]
 
Sea como fuere, lo cierto es que Tony Blair  considerará inadmisible las dificultades institucionales y materiales para ofrecer la ayuda humanitaria al Kosovo sometido a las autoridades serbias durante la crisis del verano del 98, y que esta experiencia marcará todo su razonamiento en este tema. Así lo transmitiría a sus homólogos en Portschach, Austria, en octubre de ese año y se esforzaría por encontrar un punto de encuentro con Francia sobre el que comenzar a construir los mecanismos de decisión y las capacidades que permitieran a los europeos dar respuestas a este tipo de crisis. Surgiría así la declaración de Saint-Malo, en diciembre de 1998, con motivo de la cumbre bilateral entre París y Londres.
 
En Saint-Malo, donde se marcará el rumbo de la UE en los meses posteriores, ambos gobiernos hicieron pública su compromiso para dotar a la UE de capacidades de actuación en materia de seguridad. Ambos  signatarios llaman a desarrollar la PESC y más en concreto, a hacer realidad desarrollo progresivo de una política de defensa común. Sobre la base de funcionamiento y acuerdo intergubernamental, “la Unión debe contar con una capacidad autónoma de actuación, apoyada sobre fuerzas militares creíbles que puedan ser utilizadas para dar respuesta a las crisis internacionales”. A tal fin, continuaba la declaración, “la Unión Europea deberá dotarse de las estructuras apropiadas”.
 
La declaración ponía de relieve varias cosas: En primer lugar, el cambio de actitud sorprendente por parte del Reino Unido, clave para cualquier desarrollo de la defensa europea, pues sin Londres no puede haber tal; en segundo lugar, el relativo cambio de énfasis francés, pues en París siempre se había hablado de instituciones y poco de capacidades; en tercer lugar, que el nuevo tándem europeísta, por sorprendente que parezca, ya no pasa por el eje París Bonn, sino que va a ser París-Londres; por último, pero no menos importante,  que en el tema de la defensa europea sigue existiendo una tensión de base entre quienes buscan construir capacidades y quienes priman las instituciones, entre los cuales se ha conseguido un equilibrio delicado y frágil, aunque equilibrio de momento.[vi]
 
En cualquier caso, Londres dará pruebas de su compromiso con la creación de una defensa europea a lo largo de todo 1999. Se vió en Colonia y se repitió en el camino hasta Helsinki con la preparación de importantes documentos, como el Headline goal o el tool box. Ambos clave para la definición de la fuerza de reacción rápida europea aprobada en Helsinki en diciembre del 99.
 
Por tanto, será la frustración política y militar de Kosovo en todas sus fases y la fuerza gravitatoria que representa el euro, junto a un cambio de actitudes de los principales actores, sobre todo en el Reino Unido, lo que explique el por qué de una defensa europea en estos momentos, tras décadas de no querer asumir ningún compromiso al respecto.
 
Para qué  la defensa europea
 
Hay dos concepciones sobre la razón de ser y el papel de una defensa europea: Por una parte, contar con una fuerza europea supone dar credibilidad a la política exterior de la Unión. Algo así como darle músculo al hueso. Se trata de una manera de concebir la política de defensa común  como el último eslabón de una cadena progresiva hacia una unión completa, cabeza política, moneda en el bolsillo, y espada en su vaina, por si hiciera falta.
 
En cualquier caso, hay que tener presente que la actual discusión sobre la UE y la defensa se ciñe exclusivamente a unas capacidades para actuar en misiones de paz o, como se conoce en la jerga de la UEO, en misiones Petersberg, es decir, de gestión de crisis, ayuda humanitaria y de apoyo a la paz en sentido amplio. Es decir, nadie espera o pretende que del proceso en curso en la UE salga un ejército europeo encargado de la defensa territorial y colectiva de sus miembros.
 
Así y todo cabe reconocer dos cosas: La primera, que la fuerza que se puso como objetivo para el 2003 el Consejo Europeo de Helsinki, compuesta por unos 50-60 mil soldados, rodeados de sus elementos aéreos y navales, deplegables rápidamente y sostenible durante, al menos, un año, es un objetivo muy ambicioso. Dicha fuerza, en total, podría legar a suponer la movilización de unos 90-100 mil hombres lo que, dado el sistema de rotación, significaría tener asignados en cualquier momento un total de unos 300 mil soldados, ya que un tercio estaría disponible, otro tercio estaría preparándose para el relevo, y otro tanto se encontraría de descanso o reconstituyéndose. 300 mil soldados equivalen al 10% del total de fuerzas en Europa.[vii]
 
En segundo lugar, se trata de un objetivo nada despreciable porque aunque formalmente se limite a misiones de paz, en la realidad es que en este concepto caben situaciones tan dispares como la guerra de Corea de los años 50, la guerra del Golfo de 1991 o la guerra de Kosovo de 1999. Es decir, las misiones de paz ya no se limitan necesariamente a ayuda humanitaria, a servir de interposición o de garante de un alto el fuego, sino que pueden conllevar que las tropas entren en combate como en cualquier guerra.[viii]
 
Pero en cualquier caso, lo relevante ahora de esta escuela de pensamiento es la idea de que la defensa viene a complementar y a servir a los objetivos de la acción exterior de la Unión. Tiene su importancia porque cualquier desarrollo de la política de defensa europea queda así supeditado a los posibles avances en la política exterior común.
 
Por el contrario, la segunda forma de entender la construcción de una  defensa europea considera que es posible que se llegue a ésta aún sin contar la UE con un criterio único en materia de política exterior. Es evidente que nadie piensa en intervenir en los Balcanes o cualquier  otra zona en nombre de la Unión sin un acuerdo previo de sus órganos más altos, pero eso no impide que no se puedan poner en común los mecanismos necesarios para tener lista una fuerza de intervención si llega el caso.
 
Es más, para esta escuela de pensamiento, una política de defensa europea sería deseable incluso aún sin política exterior. Por una razón muy simple, los ejércitos de los miembros de la UE se han estructurado y dotado durante décadas para hacer frente al peligro soviético y, hoy por hoy, en ausencia de unas directrices compartidas, su adaptación a las nuevas circunstancias está dando lugar a los mismos ejércitos del pasado solo que más reducidos, lo que significa una pérdida real de capacidades. Las Fuerzas armadas del Siglo XXI no pueden seguir siendo las del XX sólo que más pequeñas, se necesitan otras unidades y distintos elementos para poder estar presentes y activos en zonas alejadas de nuestro suelo.
 
De esa forma, una política de defensa común no sólo serviría para tener listo el instrumento adecuado ante una crisis, sino para reestructurar global y racionalmente las fuerzas armadas de los europeos. De nada valen ejércitos muy numerosos si no se mantienen o entrenan más que parcialmente, y de poco puede servir a la colectividad que todos tengan los mismos valores e idénticas carencias. La UE se ve en este caso como una institución disciplinaria, militarmente hablando, de sus propios miembros.[ix]
 
Por último, hay quien ve en la defensa europea una buena herramienta para reordenar y consolidar el sector industrial de la defensa. Si se produce una convergencia de objetivos y recursos, tarde o temprano se dará una armonización de las políticas de adquisiciones, superando la fragmentación en la que se han movido las industrias del sector. Argumentos a favor existen desde hace mucho tiempo, y se ven ahora reforzados por el encarecimiento de los sistemas de armas modernos y por el tirón tecnológico que exige la revolución de los asuntos militares que estamos viviendo. Así y todo, hay que reconocer que el tema industrial tiene más que ver con cargas de trabajo y el mantenimiento de una base tecnológica y de conocimiento más que con las fuerzas armadas directamente. Si no hay avión europeo, siempre habrá avión americano, por muy inaceptable políticamente que resulte. Esto es, si no se da la consolidación del sector será industria la que sufra, no las fuerzas armadas. Es más, hay voces que opinan que es mejor no crear monopolios europeos en ningún sector, sino avanzar hacia conglomerados transatlánticos como la fórmula ideal para mantener sistemas y precios verdaderamente competitivos.
 
Sea como fuere, misiones de paz en apoyo a la acción exterior, reestructuración de los ejércitos, o consolidación de la industria de defensa, todas parecen razones y argumentos más que suficientes  que justifican el para qué de una defensa europea.
 
El cómo de la defensa europea
 
La construcción de una defensa europea despierta dispares emociones en el seno de la UE. Las situaciones de los miembros, sus percepciones y actitudes son bien distintas a pesar de los elementos comunes y es lógico pensar que cada cual aborda esta cuestión con desigual interés. Por eso se ha ido constituyendo de facto un grupo motor, que da sentido e impulso a las medidas necesarias para que la UE cuente con sus capacidades militares propias. Este grupo lo forman, hoy por hoy,  cinco países (Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y España) y su consenso básico ha permitido los espectaculares avances de los últimos meses.
 
En cualquier caso, el desarrollo de la defensa europea exige pasos en distintas direcciones. Primeramente en el seno de la propia UE. Es esta institución quien debe dotarse de los mecanismos de decisión imprescindibles para garantizar su papel activo ante cualquier crisis y reto a la estabilidad internacional. El Presidente Chirac propuso en julio del 99 un esquema de órganos de decisión, refinado después por británicos y por la propia presidencia Finlandesa, y que acabó adoptándose oficialmente por todos en el Consejo Europeo de Helsinki.[x]
 
El esquema institucional es bien conocido por lo que baste aquí recordar que consta de un Comité Político y de Seguridad, integrado por representantes permanentes de los miembros con rango de embajador; un Comité militar formado por los Jefes de los Estados Mayores de la defensa; y un Estado Mayor, de apoyo y asesoramiento. Tampoco se puede olvidar que el máximo responsable en este área será el Consejo de Asuntos Generales que podrá reunirse de manera ampliada a Ministros de Asuntos Exteriores y de Defensa; y que la UE cuenta ya con su Alto Representante, o Mr. PESC, puesto ocupado por Javier Solana.
 
Estos órganos se encuentran en la actualidad, y desde el 1 de marzo, en una fase de interinidad hasta que el Consejo de Diciembre de este año 2000 revise su funcionamiento, el esquema general y decida concederles el estatuto de definitivos.
 
Paralelamente, la UE ha dibujado su objetivo militar de aquí al 2003, con la creación de una fuerza de acción rápida, de entidad cuerpo de ejército. Esta fuerza está en preparación en todos su frentes: sus planes de contingencia los tomará de la UEO; el ciclo de planeamiento de la Alianza Atlántica; y sus fuerzas de los ejércitos nacionales. En el CAG de marzo la UE decidió convocar una conferencia en otoño para la generación de fuerzas y evaluar en ese momento qué aportará cada país a dicha entidad.
 
Este aspecto no es baladí si se tiene en cuenta que el resultado debe ser una fuerza coherente y dotada de todos sus elementos. No basta con decir “yo aporto el 10% de la fuerza”, sino que cada país deberá poner a disposición de la UE no sólo un número de soldados o unidades sino los soldados y unidades que dicha fuerza requiera. Si todos los países aportaran lo mismo, la entidad sería militarmente un desastre.
 
En este reparto de la carga entra de lleno el debate sobre la convergencia militar de los europeos. ¿Debe dejarse que cada cual asigne lo que estima oportuno o debe guiarse la contribución por unos criterios de proporcionalidad? Y de ser así, ¿deben aportar más quienes hoy gastan más o quienes cuentan con mayores fuerzas?  El problema estriba en encontrar algunos criterios de comparación de los esfuerzos nacionales de defensa que tengan sentido y que sean aceptables por todos. Por ejemplo, la ratio gasto defensa/PIB, utilizada tradicionalmente por la OTAN, no recoge los aspectos cualitativos o la eficacia de dicho gasto, por lo que difícilmente puede servir de base; la proporción de militares por miles de población dice mucho sobre el volumen de fuerzas, pero nada sobre su entrenamiento, disponibilidad y cualidades; la proporción entre gastos de personal y gastos de material del presupuesto de defensa resulta más significativa, pero habida cuenta de las diferencias contables de un país a otro, hoy es imposible dar una imagen exacta al respecto.[xi]
 
Todo esto no quiere sino subrayar el hecho de que es un ejercicio complejo y delicado intentar sentar unos criterios de convergencia en materia de defensa, aunque no es imposible. Podría hablarse, al igual que se hizo con las monedas, de un compromiso de “no devaluación”, es decir, de sostenimiento y estabilización del gasto en defensa, al menos en los niveles actuales; también podría hablarse de una reducción entre los extremos de quienes más gastan y los que menos en relación al PIB; y lo mismo en gasto por militar, entre otros parámetros.
 
Siendo esta política de convergencia una necesidad a largo plazo, el reto al que se enfrenta ahora la UE, en cualquier caso,  es menos académico, y es, como se ha dicho, garantizar que las aportaciones que hagan los miembros den como resultado una entidad coherente, bien dotada y capaz de ser apoyada y sostenida a lo largo de una operación.
 
Los europeos cuentan con  fuerzas de sobra para llegar a ese punto si se ponen de acuerdo sobre cómo hacerlo. Por el momento, la alternativa de constituir mandos conjuntos bajo el liderazgo de una nación, como es la propuesta alemana sobre un posible mando de transporte aéreo, o la holandesa de un mando anfibio, prima una cierta especialización que no resulta del agrado de todos, pero ésta podrá reducirse si se desea con un sistema de rotaciones equilibrado.
 
En cualquier caso, estas son decisiones que deberán tomar y asumir los ministros de defensa en su conjunto. El problema estriba en que todavía la UE no se plantea seriamente darles a sus ministros de defensa un órgano propio de deliberación, sino que se les agrega, como hemos visto, al Consejo de Asuntos Generales cuando sean necesarios. Lo cual es lógico si se considera la política de defensa común el apoyo de las decisiones y acciones exteriores de la Unión, pero si se toma el aspecto de política militar y la necesaria reestructuración del sector defensa internamente, surge ineludiblemente la necesidad de un consejo de ministros de defensa. Y esa es todavía una asignatura pendiente.
 
En fin, al margen de los acontecimientos que ocurran en el seno de la UE, la defensa europea también requiere algunas medidas de cara al exterior: las posibles reticencias de los miembros neutrales parecen haberse superado, dado el consenso existente. Tal vez el mejor ejemplo sea el desarrollo de la Presidencia Finlandesa; queda, no obstante, el impacto que la ampliación de la UE pueda tener en la defensa común y cómo se articulará la participación de los nuevos miembros en el naciente esquema de seguridad. Nada hace pensar que no se encuentre una vía práctica para solventar estos asuntos.
 
Más complicado es el tema de las futuras relaciones UE-OTAN y más concretamente de la defensa europea con los Estados Unidos. Las cuestiones prácticas, como el nivel adecuado de interlocución entre ambas instituciones, el intercambio de información y transparencia mutua, son detalles que acabarán por resolverse de una forma u otra. Sin embargo las relaciones con los Estados Unidos refleja un problema político de fondo de tratamiento más delicado.
 
Los Estado Unidos han presionado durante años para que sus aliados europeos hiciesen más en defensa. Su esfuerzo en el seno de la OTAN y como garantes del mundo occidental les parecía desproporcionado. Ahora bien, el incremento por parte europea nunca se consideró posible fuera del marco de la Alianza Atlántica, puesto de lo que se trataba era de reequilibrar la carga en el seno de esta institución.  Es más, podría decirse que los Estados Unidos nunca creyeron en la unión monetaria ni en la unión política del Viejo Continente. Y mucho menos en que se dotara de capacidades de defensa que le otorgaran una capacidad autónoma de actuación llegado el caso, tal y como se decía en Saint-Malo y en Colonia.
 
Tras Saint-Malo, Washington expresará su preferencia porque todo esfuerzo europeo se haga como pilar europeo de la OTAN bajo la denominación de Identidad Europea de Seguridad y Defensa (o ESDI), concepto que se encargarán de reforzar con motivo de la Cumbre del 50 aniversario de la Alianza.[xii] La ESDI viene a significar que los europeos tendrán acceso a instrumentos OTAN cuando los norteamericanos no consideren necesaria o deseable su participación en una operación, lo cual es un gran paso adelante en la estructura aliada, pero no supera el hecho de que dicha utilización queda supeditada al consenso que se logre entre todos en el Consejo Atlántico, donde cada uno representa un veto potencial. Por lo tanto, la ESDI no basta con la neutralidad de los americanos, requiere su expresa voluntad política de hacerla realidad y, como algún  analista ha señalado, viene a representar, en última instancia, una supeditación europea a la OTAN y a Washington.[xiii]
 
En la medida en que la dinámica en la UE se acelera con relación a la ESDI, el Departamento de Estado norteamericano elaborará  la doctrina de “las tres D”, que venía a decir que cuanto hiciesen los europeos por su defensa nunca debería representar una Duplicación de esfuerzos respecto a la que ya se estaba haciendo en el seno de la OTAN;  que no podría Discriminarse en Europa entre miembros y no miembros de la Unión; y que la UE no debería hacer nada que Distanciara o Desenganchara a europeos de americanos. Desde Colonia a Helsinki, a veces sin mucho tacto diplomático, diversos altos cargos de la administración americana recalarán en Europa para remachar su mensaje.[xiv]
 
En un alarde de ingenio, el Pentágono transformó las “tres D” en “tres I”, con un carácter más positivo: Impulso de las capacidades, Inclusividad de todos los aliados, e Indivisibilidad de las estructuras de seguridad. Aún así, la actitud sigue siendo de extrema vigilancia de cuanto hacen o diseñan los europeos. Como queda claramente reflejado en sus textos. Un artículo reciente de Madelaine Albright y William Cohen se tituló “Dótense de la Identidad de Seguridad y defensa Europea correcta”.[xv]
 
Para los Estado Unidos la prioridad sigue siendo que los aliados europeos gasten más y mejor en los nuevos sistemas de las fuerzas armadas del Siglo XXI, no que construyan sus elementos al margen de la OTAN. Sin embargo, no es imaginable poder avanzar en la seguridad y defensa europea común sin duplicar algunos sistemas. Y más que de armas estamos hablando de sistemas de mando y control, comunicaciones e inteligencia. No es pensable una defensa europea creíble sin un cuartel general propio.
 
En cualquier caso, lo que sí sería una duplicación innecesaria es avanzar simultáneamente en la ESDI dentro de la OTAN y en la defensa de la UE. La coherencia política apunta hoy por hoy a consolidar esta última.
 
No obstante, el problema es más subjetivo que real y el esfuerzo de todos debe ir en la dirección de dejar claro que ningún aliado europeo pretende distanciamiento alguno de Washington y que el vínculo transatlántico se sigue considerando vital. Simplemente Europa está madurando. Pero esto no debe ser visto como un riesgo, al contrario, los europeos estarán mejor preparados política y militarmente para contribuir de una manera más eficaz a resolver los problemas de la seguridad colectiva y de la estabilidad internacional. Lo verdaderamente peligroso sería que una Europa auténtico gigante político y económico se desentendiera o fuera incapaz de contribuir a la paz mundial, dejando solos a los Estados Unidos en esta tarea.
 
Concebir los pasos que se están dando en la UE de otra forma es querer perpetuar una miopía política cuyos resultados no pueden ser más que negativos. De todas formas, conocedores de las dudas americanas, es más necesario que nunca que los europeos hablen con una sola voz y que ésta sirva de reaseguro del compromiso mutuo que debe existir entre ambas orillas del Atlántico.
 
Por eso es necesario que cuanto antes se fijen las estructuras político-militares de la UE, que comiencen sus relaciones con los países candidatos y que se establezcan los cauces formales de comunicación con la OTAN.
 
Una apuesta ilusionante
 
En 1992 se dijo que había llegado la hora de Europa y no fue del todo exacto, porque su política exterior y de seguridad se topó con un dramático fracaso en los Balcanes. Ahora parece haber llegado la hora de esa política de seguridad y defensa común, toda vez que los objetivos anteriores de la UE se van viendo progresivamente cumplidos.
 
De Europa no sólo los europeos esperan muchas cosas, sino que hay una presión constante de terceros países para que asuma sus responsabilidades como potencia global, pues ese es, al final, el reto que tenemos por delante. En esta ocasión, todo parece apuntar a que las circunstancias son favorables, hay voluntad política y consenso sobre los pasos a adoptar.  La nace está en marcha, ahora sólo hay que lograr que llegue a buen puerto.
 

[i] Una evaluación de la efectividad militar puede encontrarse en Cordesman, Anthony: The lessons and non-lessons of the Airand missile campaign in Kosovo, julio de 1999 revisado el 29 de septiembre de 1999, en www.CSIS.org
[ii]  sobre las disparidades de concepción estratégica pueden consultarse los informes de los ministerios de defensa francés Les enseignements du Kosovo, Paris noviembre de 1999, y americano Operation Allied Force. After action report, Washington 31 de enero de 2000
[iii] Ver, por ejemplo, Pond, Elizabeth: “Kosovo, Catalyst for Europe” en The Washington Quarterly  vol. 22, nº 4, otoño de 1999.
[iv] Sobre la importancia estratégica del euro pue consultarse, entre otros, Weidenfeld, Werner: “The Euro & the new face of the European Union” en The Washington Quarterly vol.22 nº 1, invierno de 1999; y Calleo, David: “The strategic implications of the Euro” en Survival vol. 4 nº 1, primavera de 1999.
[v] Ver Grant, Charles: Can Britain lead Europe?. Londres, Center for European Reform 1998.
1[vi] Para un tratamiento más extenso consúltese Mathiopouplos, M. Y Gyarmati, I.: “Saint-Malo & beyond. Towards european defense” en The Washington Quarterly vol 22, nº 4, otoño de 1999.
[vii] Sobre las capacidades militares europeas puede verse el informe El Consejo Europeo de Helsinki: Implicaciones para España, del Grupo de Estudios Estratégicos, diciembre de 1999, en www.gees.org
[viii] Sobre los límites de las misiones de paz, ver la presentación de Heisbourg, François en la asmable anual del Instituto de la UEO, París 25 de febrero de 2000
[ix] Ver a este respecto Schake, K.; Bloch-Laré, A. Y Grant, Charles: “Building a eurpean defence capability” en Survival vol. 4 nº 1, primavera de 1999; y la presentación de François Heisbourg, François en FAES en el semninario El futuro de la defensa Europea, noviembre de 1999.
[x] Los diversos textos e informes del Consejo Europeo pueden consultarse en la página web de la UE
[xi] La discusión sobre unosmposibles criterios de convergencia en defensa  ha dado pié a numerosos artículos, de los que cabe destacar Heisbourg, François: “L’Europe de la defense dans L’Aloiance Atlantique” en Politique Extrangère, verano de 1999; Missiroli, Antonio: “The case for setting convergence criteria”, UEO junio de 1999; Garden, Tim: “New security structures for Europe”, presentación en la Conferencia Pugwash en Castellón, 2-4 de julio de 1999.
[xii] Ver por ejemplo la intervención del secretario de defensa en la Conferencia Anual del IISS de Londres, celebrada en San Diego  del 8 al 11 de septiembre de 1999.
[xiii] Ver Gordon, Philip (ed): NATO’s transformation. Londres, Powman and Littlefield 1997.
[xiv] Verv la conferencia pronunciada por Strobe Talbott en el RIIA de Londres el 7 de octubre de 1999, por ejemplo.
[xv] Albright, M. Y Cohen, W.: “Get ESDI Right” en The Wall Street Journal, 24 de marzo de 2000