La desmemoria española

por Rafael L. Bardají, 3 de junio de 2021

Decía la inigualable Audrey Hepburn que “la felicidad consiste en tener buena salud y mala memoria”. Desgraciadamente, los españoles tenemos mala salud y una pésima memoria. La derecha española quiso deshacerse del pasado del que venía y por quitarse a Franco de encima, abandonó toda nuestra Historia, cayendo en una amnesia generalizada; la izquierda, sin embargo, sufre voluntariamente de una desmemoria para el corto plazo y unos recuerdos vivísimos del pasado, una especie de Alzheimer delirante porque lo que recuerda claramente nunca lo ha vivido. El resultado es que los españoles desconocemos qué ha hecho a España y nos hemos instalado en la guerra civil 80 años después de que terminara.

 

No es de extrañar que nuestros políticos de izquierda desprecien la educación basada en la memoria, porque, en realidad, somos lo que recordamos. Estos días se ha puesto de moda traer a las redes sociales los exabruptos de Irene Montero contra un sistema de tarifas eléctricas basadas en franjas horarias, obviamente de antes de llegar a ser ministra. Y los adjetivos ácidos que le dedicaba Pedro Sánchez a Rajoy por permitir que el recibo de la luz subiera un 4%, 10 veces menos de lo que él ahora ha autorizado.  Son buenos recordatorios para un pueblo que tiende a ser fácilmente olvidadizo. Aunque nos enfrentan a algo que ya sabemos: que nuestros políticos, sobre todo, mienten si con sus mentiras creen sacar una ligera ventaja o provecho.

 

Que los españoles tenemos mala salud es indiscutible en 2021: más de cien mil fallecidos por el Covid-19 y un sistema sanitario que ha mostrado todas sus carencias a pesar de creernos lo que se decía, que era el mejor del mundo.  Muertos de manera infame, sanitarios contagiados, millón y medio de cirugías pospuestas, y médicos y enfermeras quejándose de las secuelas psicológicas por lo que han vivido. El horror lo conocemos. Pero ya se nos ha olvidado que hace justo un año, el gobierno, flanqueado por militares y guardia civil en sus ruedas de prensa, impedía hacer preguntas en directo y filtraba aquellas que más le convenían. ¿Cuál era la necesidad de tamaña censura? Simple y llanamente, proteger del escándalo de la improvisación y el desconocimiento al gobierno que llegó al poder con la bandera de ser el más transparente de la historia. 

 

También se nos ha olvidado cómo, gracias a la nacionalización forzosa de la producción de alcohol por parte de este gobierno, los españoles nos quedamos sin gel hidroalcohólico e íbamos, cual estraperlistas, a buscar botecitos de gel y de alcohol debajo de los mostradores. Y a un precio a la venezolana. Por no mencionar la absurda norma de que ni siquiera los convivientes podía desplazarse juntos en el coche familiar. Podías dormir con tu marido o esposa o pareja, pero nada de coger el coche juntos. 

 

Podría seguir con mentiras y disparates, pero tendría que extender esta columna hasta dimensiones comparables a la Enciclopedia Británica, me temo. Es cierto que el olvido te permite ser generoso con quien te ha herido o con uno mismo, dejando atrás más de un error. Pero el olvido selectivo, que es lo que quiere imponer la izquierda y este gobierno, esto es, que dejemos encerrados para siempre en el baúl de los recuerdos sus fallos, sus continuas y deliberadas mentiras, sus contradicciones y sus constantes cambios de criterio, es una herramienta para consolidar su poder. Sin recuerdos de lo mal que lo han hecho no hay crítica, sólo alabanzas; sin crítica no hay disidencia y, por tanto, no hay oposición política real.

 

El cacareado régimen del 78 no hizo de la policía española un espectáculo, como muchos dicen. Pero sí hizo de ella una ficción. La ocultación de la realidad mediante una densa red de mentiras. Con la media más alta de políticos per cápita del mundo, el más de medio millón de cargos públicos instalados, en el mejor de los casos, en un discurso de medias verdades y, en el peor, en la justificación de su disfrute del poder, la buena voluntad de unos cuantos queda eclipsada por las cocaínas, visitas a prostíbulos, colocación de familiares, negocios para amiguetes y tantos otros abusos que bien conocemos. Conocemos y olvidamos.

 

El papel que los medios de comunicación juegan en este complot de desmemoria colectiva alguien deberá juzgarlo en el futuro, pero más al descubierto no ha podido quedar en estos meses de la pandemia, rendidos voluntariamente a las mentiras oficiales. 

 

Que sus majestades los Reyes vayan a visitar la réplica del zulo donde ETA tuvo encerrado -y pretendía dejar morir de hambre- a Ortega Lara me parece de justicia con las víctimas y con la memoria de la Historia reciente de España, sangrienta por culpa de la banda terrorista. Que Pedro Sánchez se haga una foto allí mismo, me revuelve las tripas. Porque es repugnante que quien se sienta con Bildu, acerca al País Vasco a quien ordenó el secuestro de Ortega Lara, quien blanquea a los cachorros de ETA, explote el dolor y sufrimiento condensados en la imagen del zulo del horror. Se atreve a hacerlo porque sabe que lo olvidaremos. Pero si de verdad lo olvidamos, será porque nos hemos resignado a que todo nos importe un pimiento, hayamos perdido el coraje de defender lo correcto y nos imaginemos estar a gusto en pleno infierno. Cuando uno olvida se somete a lo peor.