La España Anómica

por Rafael L. Bardají, 1 de septiembre de 2021

Hace años, en medio de una renovación de mi DNI, y a la pregunta de cuál era mi profesión, dije “politólogo”. A lo que el bien intencionado funcionario de turno comentó, “hombre, habla usted muchos idiomas”. Me dio corte corregirle y le dejé que siguiera creyendo que políglota y licenciado en Ciencias Políticas era lo mismo.  Cuento esto porque desde entonces siento la tentación de explicar los conceptos que utilizo al hablar, por miedo de no ser comprendido y con el riesgo de ser percibido por un pedante. Pero tengo que hacerlo: Anomia no es anemia. La anomia es un concepto cuya paternidad se atribuye al sociólogo Emile Durkheim y que describe una situación de disolución de las normas básicas de comportamiento, morales y culturales, de una sociedad en un momento dado.

 

No hay día en que los telediarios no reporten algún incidente violento cuyos perpetradores, aunque intenten ocultarlo, son inmigrantes. Pero al fin y al cabo los valores de esos grupos, procedentes de otras culturas y religiones, poco o nada tienen que ver con los tradicionales del mundo occidental y de los españoles.  Por eso me llama más la atención las otras noticias, la de jóvenes españoles, las más de las veces vascos y catalanes, que eligen enfrentarse a las fuerzas de orden público antes que renunciar a un botellón en plena vía pública. Eligen apedrear a la autoridad, a la que no respetan, por seguir satisfaciendo su apetito.

 

Es verdad que cada generación resulta difícil de entender por la previa, pues cada una se forma en circunstancias distintas y, en momentos de un cambio en constante aceleración como el actual, lleva muchas veces a esa mutua incomprensión intergeneracional. Pero eso no explica el rechazo violento de muchos jóvenes de todo cuanto no contribuya a su satisfacción inmediata. No sé por qué generación vamos ya, si por la Z o la Alpha, para mi lo más preocupante es que, sea la que sea, son generaciones vacías. Encerrados en sus cuartos ante las pantallas de los videojuegos, cual hikomori nipón, alejados de unas iglesias de las que saben más por sus escándalos que de sus enseñanzas, adictos a sus móviles y a todo tipo de apps con las que resolver sus urgencias, de Tinder a Glovo, sin apego por sus congéneres y con sólo el Yo como único criterio por el que guiarse, son unos jóvenes que desconocen y no quieren conocer que la vida es un arduo proyecto, lleno de sacrificios y sinsabores. 

 

Pero que conste que yo no culpo a los jóvenes actuales de estar perdidos, carentes de valores que trasciendan a su persona. Es la mala educación que se les ha transmitido, la dejadez de sus familias, la inoperancia de las escuelas, el mal ejemplo de los políticos y demás líderes sociales y el uso irresponsable de las nuevas tecnologías, lo que está detrás de sus actitudes.  Y de ahí la pregunta obligada: “¿Y si el autoaislamiento y la desesperación, el consumismo y el culto a la celebridad, la tiranía de lo políticamente correcto, el desdén por su país y el retraimiento de sus parientes, la fetichización de los sentimientos y la relativización de la ética, o la indulgencia en la vulgaridad y obscenidad no son cismas generacionales normales sino los síntomas de algo mucho peor, la pestilencia insoportable del alma colectiva?”. Honestamente, yo no hubiera sabido egresarlo mejor. La cita es de un profesor norteamericano, Jeremy Adam, de su recién publicado libro Hollowed out. A warning about America´s next generation (Vaciada. Una advertencia sobre la próxima generación en América). Una obra que recomiendo encarecidamente para entender la profundidad de mal que aqueja a la sociedad occidental, incluida España.

 

El problema es que, históricamente, la única barrera que se interponía entre el individualismo asocial y el comportamiento social era la tradición. Sin respeto a ésta, todo vale. De ahí que el progresismo de la izquierda y de la derecha ciega en lugar de progreso nos condena a una sociedad fragmentada, más violenta, más insatisfecha y, últimamente, suicida. Me gustaría creer que estamos a tiempo de detener esta debacle histórica, peri cuando miro a mi alrededor, lo dudo.