La estrategia del ninguneo

por GEES, 23 de diciembre de 2004

Es un hecho objetivo que la victoria de Bush el pasado noviembre fue la mayor derrota que Zapatero podría haber sufrido en sus primeros meses de Gobierno. El presidente español, que había llegado al poder cabalgando sobre la oposición más radical a la guerra de Irak, había echado mano del antiamericanismo más visceral para tratar de aniquilar al enemigo político derrotado. Su cálculo era que enfrentarse a la primera potencia mundial para exterminar a cambio a su adversario interno era un riesgo asumible en la medida en que fuera posible reconducir después la relación con una nueva Administración Demócrata.
 
El error de cálculo fue doble. La equivocación más evidente es que la convicción pública de Zapatero de que Kerry ganaría las elecciones presidenciales se transformó en una horrible pesadilla la noche del 2 de noviembre. El segundo error, que nunca podremos evidenciar, es que normalizar las relaciones con la Administración Kerry le hubiera resultado igual de difícil, sino más que con la segunda de Bush. En cualquier caso, el Gobierno socialista empieza a ser consciente del elevado coste de su error, especialmente si se obstina en prolongar su hostilidad respecto a la primera potencia mundial. El discurso triunfal de Moratinos apenas puede camuflar las enormes dificultades de interlocución con la Administración norteamericana. Como ya anunciamos en estas mismas páginas, las cosas irán peor cuando Condy Rice se instale definitivamente en el Departamento de Estado. La estrategia de ninguneo que la nueva Administración Bush piensa aplicar a España resulta igualmente contraproducente para nuestros intereses estratégicos, políticos y económicos que una confrontación abierta, pero mucho más difícil de neutralizar electoralmente para el Gobierno de Zapatero.
 
Recomponer esa relación para situarla al menos en términos de normalidad se ha convertido así en una de las prioridades de la política del Gobierno. Moratinos, Bono y otros ministros parecen abocados a una carrera a ver quien dice el piropo más bonito, quién realiza el gesto más llamativo o quién puede ofrecer el regalo más hermoso a la Casa Blanca. Todo este peloteo tiene algo de patético e incluso de indignidad para un partido de la tradición del PSOE, sobre todo ante la indiferencia y el escepticismo con el que se contempla desde Washington este giro copernicano del Gobierno español.
 
El problema es que el cambio de discurso no servirá para nada, excepto para humillar al PSOE, si no va acompañado de un cambio real de política. Mientras España se siga oponiendo en la OTAN a involucrar de ningún modo a esta organización en Irak, mientras España renuncie a asumir mayor responsabilidad en Afganistán o mientras España siga cultivando sus relaciones con los camaradas Castro y Chávez, es obvio que en Washington no van a dar la más mínima credibilidad a los cantos de sirena vengan del ministerio que vengan. Mucho, muy rápido y con mucha consistencia tendría que cambiar Zapatero para que la Administración Bush abandonara su actual estrategia del ninguneo.
 
El problema es que el margen de Zapatero para un cambio real de política es muy reducido. Primero porque el coste electoral de que un solo soldado español pisara de nuevo Irak, aunque fuera con paraguas OTAN, resulta inasumible.
 
Segundo porque cualquier decisión que suponga aumentar nuestro compromiso en el exterior, por ejemplo en Afganistán, pude generarle serios problemas con sus socios parlamentarios.
 
Tercero porque nuestro sometimiento a Francia y Alemania ha reducido hasta tal punto nuestro margen de maniobra que cualquier gesto con Estados Unidos lo podríamos pagar muy caro en Europa. Y cuarto porque Zapatero carece de la sensatez y la inteligencia necesaria como para entender que es lo que está en juego.
 
En definitiva, tras una primera fase en la que el Gobierno se sirvió del antiamericanismo más rancio para tratar de aniquilar definitivamente la herencia de Aznar, invalidando así al PP como alternativa, nos encontramos en una segunda etapa en la que el Gobierno se ha asustado de las consecuencias de esa política y se arrodilla dialécticamente cada mañana ante el Bush reelegido para implorar su misericordia.
 
Sin embargo, no está lejano el día en que enrabietados por la indiferencia de Bush se rebelen violentamente contra él y den rienda suelta a los instintos más básicos de su electorado, promoviendo una revolución bolivariana a escala planetaria. Mientras, Estados Unidos cuida con esmero sus relaciones con Marruecos por si las cosas se complican realmente con España.