La guerra posible

por Florentino Portero, 22 de abril de 1999

(Publicado en ABC, 22 de abril de 1999)
 
Son muchas las críticas sobre el diseño de las operaciones militares atlánticas en Kosovo. Desde muy distintos lugares, ambientes profesionales y posiciones políticas se vierten duros comentarios sobre el momento elegido, el tipo de operaciones, el fracaso en la contención del proceso de “limpieza étnica”, el reforzamiento de la posición de Milósevic y sobre la necesidad de recurrir lo antes posible a fuerzas de tierra para poner fin a la presente situación.
 
Muchas de estas críticas, que podemos leer o escuchar en distintos medios de comunicación a ambos lados del Atlántico, tienen fundamento. En particular, el autor de estas líneas asume buena parte de ellas. Sin embargo, para ser justos con los responsables de esta operación, con los diecinueve gobiernos que tuvieron que asumir la decisión de iniciar las hostilidades, conviene no olvidar algunas cosas.
 
El actual conflicto de Kosovo no enfrenta a dos estados, sino a una organización internacional, la Alianza Atlántica, y a una debilitada federación. La primera requiere de la unanimidad, lo que lleva a la búsqueda de un acuerdo de mínimos.
 
En la Alianza hay estados abiertamente simpatizantes de la causa serbia junto con otros muy reacios a la intervención. Cuando los esfuerzos diplomáticos fracasaron y la misma credibilidad de la Alianza se puso en juego, aquellos estados entendieron que no había más opción que la fuerza y cedieron. Pero la cesión estaba claramente vinculada a unas condiciones, entre las que podemos destacar la sola utilización de la Fuerza Aérea.
 
Ese acuerdo también hacía referencia al problema de las fronteras. La Alianza no considera la independencia de Kosovo, aunque para el ciudadano normal resulte difícil creer que la convivencia en aquella región pueda ser recuperada.
 
A estas limitaciones inherentes a la OTAN debemos añadir otras propias de la experiencia histórica. Desde la Guerra de Vietnam hasta la fecha, el conjunto de conflictos habidos han puesto de manifiesto el relevante papel de los medios de comunicación y de la opinión pública en la dirección de la guerra. En las democracias modernas la victoria definitiva exige ganar primero en el campo de la comunicación interior. O, dicho en otras palabras, la estrategia a seguir estará en todo momento condicionada por el comportamiento de la opinión pública.
 
La suma de las limitaciones inherentes a la Alianza con aquellas otras propias de las democracias contemporáneas dan como resultado un escaso margen de maniobra para los responsables de la planificación aliada. Ellos serán responsables de sus errores, pero no de una operación que les ha sido impuesta.
 
Si las hostilidades comenzaron tarde y limitadas a la Fuerza Aérea fue porque la Alianza carecía de un respaldo gubernamental y ciudadano suficiente. No se engañó sobre los riesgos que corría y nada de lo sucedido posteriormente le ha podido sorprender, aunque sus expectativas no incluían ni la masiva expulsión de los albano-kosovares ni la resistencia de Milósevic a ceder. Hizo lo que creía viable en un momento determinado.
 
Pero la democracia, la comunicación entre gobernantes y gobernados, el propio papel de los medios de comunicación, dan a nuestras sociedades un carácter dinámico. La opinión evoluciona según va recibiendo información y argumentos. Poco a poco se va decantando claramente en favor de la intervención e, incluso, de la presencia de tropas terrestres. La Alianza gana así sus primeras batallas y se refuerza para otras de mayor calado que le esperan en breve.
 
Las limitaciones bien entendidas y mejor utilizadas pueden convertirse en el aguijón que hace saltar a publicistas, analistas y políticos denunciando carencias y advirtiendo de riesgos en el caso de que no se tomen nuevas medidas. Con su presión la opinión se moviliza dando a los gobiernos la confianza necesaria para asumir nuevos riesgos. Así, gradualmente, pasamos de la negativa rotunda a enviar fuerzas terrestres a reconocer la existencia de planes de contingencia en los estados mayores, a dejar abierta la posibilidad si fracasaran las operaciones aéreas en la casi imposible misión de hacer ceder a Milósevic, a ...
 
No nos engañemos ni rechacemos nuestra parte de responsabilidad. Si desde un primer momento se hubiera planteado una operación más ambiciosa no se habría logrado un acuerdo en el Consejo Atlántico, la opinión pública lo habría rechazado y muchas de las voces que hoy claman contra la “improvisación” de la Alianza habrían denunciado, por distintas razones, la opción propuesta.
 
La democracia tiene sus reglas. Unas reglas que chocan con la racionalidad de la estrategia militar, pero que dan a nuestros actos legitimidad y consistencia. Si la ciudadanía se convence de la necesidad de intervenir en Kosovo, será tarde para evitar la expulsión de un pueblo de su tierra pero se logrará su vuelta.