La política exterior española y el Mundo Árabe

por Florentino Portero, 31 de agosto de 2006

(Conferencia impartida dentro del programa del curso de verano “España ante el Islam. Confrontación e integración de civilizaciones”. Universidad de Navarra, 30 de agosto de 2006.)
 
 
 
El legado de Franco
 
España perdió la II Guerra Mundial. El papel jugado por las potencias del Eje durante la Guerra Civil, apoyando la consolidación y triunfo del bando nacional, y la colaboración prestada a Alemania e Italia durante el conflicto mundial, con el consiguiente abandono del estatuto de neutralidad, situaron al régimen de Franco en una difícil posición internacional. El 12 de diciembre de 1946 la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó una resolución por la que se reiteraba la exclusión de España de esta organización, se solicitaba a los estados miembros la retirada de sus embajadores y se amenazaba con sanciones económicas. España quedaba en situación de relativo aislamiento diplomático, lo que tenía indudables efectos en la inversión extranjera en nuestro país. La frustración era evidente tanto en los dirigentes del régimen, que se veían deslegitimados por el nuevo orden internacional, como en la población, cansada de años de guerra y penuria[i].
 
La diplomacia española tuvo que enfrentarse a un reto de dimensiones desconocidas para ella. Tras décadas de “retraimiento” y después de las purgas políticas realizadas durante y después de la Guerra Civil[ii], nuestro servicio exterior carecía de los medios y de la experiencia para tamaña campaña. El núcleo de la argumentación se basó en la denuncia de la violación del principio de “no injerencia en los asuntos internos de un estado soberano”, violado, en su opinión, en la citada resolución. Las características del régimen político español no era cosa que debiera importar a la Organización, por ser ámbito exclusivo de los españoles. A este argumento de orden jurídico se añadía otro marcadamente ideológico. El carácter anticomunista del régimen, la victoria sobre esas fuerzas en la Guerra Civil, estaban detrás de la persecución. Aquellos comprometidos con la civilización cristiana y contrarios a la expansión del comunismo debían ayudar a España[iii].
 
La diplomacia española encontró eco a su posición en dos regiones donde su presencia era grande, aunque de manera muy desigual: América Latina y el Mundo Árabe. En el primero de los casos resultaba evidente la extrema sensibilidad, entonces y ahora, al efecto de la influencia norteamericana. En el segundo, el proceso de descolonización estaba todavía en marcha, el rechazo al ejercicio del colonialismo era grande y, sobre todo, la llaga por la creación del estado de Israel estaba aún recién abierta. Poco a poco fue tomando forma un bloque pro-español en Naciones Unidas, que sería determinante para el fin del aislamiento y el ingreso de España en la Organización.
 
El futuro de las relaciones de España con el Mundo Árabe quedó seriamente afectado por la intervención del embajador de Israel en Naciones Unidas, Mr. Abba Eban, condenando al régimen por su papel durante la II Guerra Mundial[iv]. Una crítica considerada injusta por las autoridades españolas, al no valorar la ayuda concedida a las comunidades sefarditas y a grupos ashkenazis para poder huir de la persecución nazi.
 
El establecimiento de un acuerdo diplomático entre España y el bloque árabe se fundamentaba en el mutuo interés. España les ofrecía una oportunidad para reivindicar conjuntamente, y con estados de otras regiones del planeta, el principio de no injerencia, clave jurídica de su rechazo a futuras intervenciones exteriores en sus propios asuntos; la defensa de la causa palestina y el compromiso a no establecer relaciones diplomáticas con Israel; y, por último, el actuar como embajador ante otras naciones amigas, en concreto América Latina, para influir en su comportamiento en beneficio de los intereses árabes. España, por su parte, esperaba lograr con su apoyo el fin del aislamiento internacional; recuperar el Peñón de Gibraltar, uno de los temas recurrentes de la diplomacia española de la época además de instrumento para fomentar el espíritu nacionalista y cohesionar a la sociedad en torno a Franco y en contra de un exponente de la Europa democrática; y, por último, disponer de un margen de negociación internacional que permitiera a España poder jugar un papel más sobresaliente en un mundo naciente que le había recibido mal[v].
 
El Régimen sintió necesidad de transformar en valor social aquél acuerdo de mutuo interés y así nació el mito de la “tradicional amistad hispano-árabe”. Resulta evidente que si había algo tradicional era la enemistad y persecución, desde la Conquista y Reconquista hasta las hazañas del propio Franco en Marruecos, pero casi todo valía para demostrar a los españoles que España no se encontraba sola. Sin embargo, esos mismos ciudadanos pudieron comprobar que la amistad en cuestión tenía sus aristas. Un acuerdo de interés para objetivos concretos al generalizarse y travestirse de “amistad”, que entre estados tiene la connotación de “alianza”, adopta un perfil esperpéntico.
 
El Régimen había apoyado a los independentistas marroquíes contra Francia, en prueba de su amistad y en la confianza de que no se levantarían contra España. Sin embargo, en cuanto Francia consideró que había llegado el momento de devolver el poder a las autoridades marroquíes tradicionales, Franco se vio sorprendido y sin más alternativa que la cesión. Poco después llegaría también la cesión de Ifni, territorio demandado por Marruecos, que organizó un ejército irregular dotado en parte con las armas que los servicios de inteligencia españoles estaban enviando a la resistencia argelina. El ejército español combatió, pero el Régimen cedió. Ya en el final de su vida política, Franco se encontró ante la demanda marroquí del Sáhara Occidental, cuya administración se cedió de forma irregular a Marruecos mientras el propio Franco agonizaba. En los tres casos, de naturaleza muy distinta, el Régimen de Franco reconoció su debilidad y cedió. Resultaba más importante mantener el vínculo con Marruecos y con el Mundo Árabe que tratar infructuosamente de resistir.
 
La “tradicional amistad” durante la Transición a la Democracia
 
D. Juan Carlos capitalizó y potenció el legado de Franco aprovechando su condición del monarca, que le permitía una cómoda aproximación a sus iguales árabes, y la mayor legitimidad y prestigio del nuevo régimen político. En los difíciles años setenta, en plena crisis del petróleo, consiguió de la monarquía saudita la garantía de aprovisionamiento de crudo[vi].
 
Según el proceso político avanzaba la Corona fue cediendo competencias a las instituciones creadas por la nueva Constitución y pasando a ocupar una posición política más acorde con el modelo de monarquía democrática. La nueva clase política asumió el “legado de Franco” en lo referente a las relaciones con el Mundo Árabe, considerándolo un activo de la política exterior española. Sin embargo, resultaba complicado mantener una política con la carga retórica e histórica del Franquismo. Según la terminología de la época, la aproximación al Mundo Árabe había sido una “política de sustitución”. Se estaba con ellos porque no se podía  mantener una relación normal con Francia, Alemania o Inglaterra. Se hablaba de “tradicional amistad” para disimular un encuentro de interés coyuntural, porque a todas luces el ámbito “tradicional” estaba en Europa, de donde los españoles se sentían parte y a donde querían incorporarse lo antes posible. Para poder seguir manteniendo esa relación era necesario someterla a un “lifting”, a un cambio de imagen. Así una política fundada en el aislamiento de España y en el carácter reaccionario del Régimen de Franco se transformó, de la noche a la mañana, en una causa progresista. Para una clase política escasamente liberal, donde el centro-derecha tenía todavía un fuerte componente franquista y un fuerte complejo de falta de legitimidad democrática, y donde la izquierda todavía andaba bajando del monte del radicalismo, la Liga Árabe emergía como una institución renovadora, con sus denuncias del neocolonialismo y sus flirteos con la Unión Soviética.
 
La defensa de la causa árabe encontró en el cuerpo diplomático español a su principal valedor. No había en ello una mayoritaria atracción por la historia o la cultura árabe, de hecho son muy pocos los diplomáticos españoles que conocen la lengua árabe o se sienten sinceramente atraídos por su cultura; ni una actitud antisemita o antisionista. Si nuestros diplomáticos asumieron el papel de lobby pro-árabe fue por puro interés. Valoraban el margen de maniobra que esta relación preferencial les proporcionaba en su trabajo cotidiano y no deseaban perderla.
 
Pero no todos eran activos. La aceptación del “legado” tenía también un componente de inseguridad. La democracia, como antes el Régimen de Franco, se sentía incapaz de hacer frente a los retos que le planteaba el Mundo Árabe y trataba de sortearlos mediante políticas de pacificación. En aquellas fechas cuatro eran los problemas fundamentales:
 
1.  La economía española necesitaba una reestructuración en profundidad para adaptarse al nuevo escenario económico y, sobre todo, al deseado ingreso en la Comunidad Europea. La emergencia de un sindicalismo libre y la aparición de potentes fuerzas de izquierda dificultaban la aplicación de políticas de reestructuración. El alza de los precios energéticos, unido a la escasez en el aprovisionamiento, suponía un nuevo obstáculo para la modernización de nuestras estructuras económicas y el enraizamiento de la democracia. Si España, como era normal, reconocía diplomáticamente al estado de Israel cabía la aplicación de sanciones en forma de cortes en el suministro. Si, por el contrario, se mantenía firme en la defensa de los intereses árabes en el mundo, podía esperar compensaciones, como de hecho ocurrió, en forma de garantías de suministro y precios ventajosos.
 
2.  El Reino de Marruecos no ha cejado en su reivindicación de Ceuta y Melilla. De hecho, el anterior monarca alauita vinculó su recuperación al proceso de negociación sobre Gibraltar. Marruecos contó con el apoyo de las monarquías conservadoras árabes, los estados más próximos a España, durante la crisis del Sáhara, y no había dudas de que volvería a ocurrir lo mismo si Hassan II planteaba en firme la crisis de las dos ciudades. Un acercamiento a Israel podría tener consecuencias inmediatas sobre este delicado asunto.
 
3.  En el marco de la crisis del Sáhara, la Organización para la Unidad Africana aceptó en 1977 incluir en el orden del día la reivindicación de la descolonización de las Islas Canarias. Libia y Argelia apoyaban al MPAIAC y el tratamiento del tema. La diplomacia española maniobró y buscó el apoyo de los regímenes árabes moderados para bloquear la demanda, un apoyo que se perdería en caso de reconocimiento del estado de Israel.
 
4.  El gobierno español valoró en todo momento la posibilidad de que el terrorismo palestino se instalara en España, como ya lo había hecho en otras capitales europeas, incrementando el nivel de inseguridad creado por ETA.
 
Visto en perspectiva, resulta evidente que salvo en el caso del petróleo la utilidad de la “tradicional amistad” ha sido limitada. Una política de firmeza podía haber tenido resultados más eficaces, además de liberarnos de un permanente chantaje que resulta inaceptable para un estado como España.
 
Partidos y mentalidades
 
La España de la Transición era una sociedad muy inmadura en cuanto a su visión de la política internacional. Había posiciones muy distintas, pero que no coincidían con los grandes partidos políticos[vii]. Había una corriente que, en un sentido vago, podríamos denominar “liberal”. Se caracterizaba por una defensa de la democracia liberal, por su deseo de una pronta incorporación de España a las instituciones occidentales de las que había sido excluida y su apoyo a la apertura de la economía. Una segunda corriente, que denomino sin ánimo crítico “tercermundista”, recogía a los que, desde la derecha o desde la izquierda, Adolfo Suárez o Fernando Morán, rechazaban el modelo liberal. Suárez especulaba con la posibilidad de que España entrara a formar parte del Movimiento de los No Alineados, mientras que Fernando Morán teorizaba sobre ello. En un caso desde la tradición nacionalista en otro desde la socialista, buscaban la superación de la democracia liberal y no veían con buenos ojos un modelo económico abierto. Todos ellos trataron de transformar en “progresista” el discurso Franquista de la “amistad tradicional” con el “Mundo Árabe” y de la “Hispanidad” con las repúblicas latino-americanas.
 
Estas corrientes estaban presentes en ambos partidos, aunque evolucionaron de muy distinta forma en cada uno de ellos, como veremos más adelante. En líneas generales las simpatías proisraelíes estaban más presentes en la corriente “liberal”, como las pro-árabes se encontraban en la “tercermundista”.
 
En el ámbito liberal-conservador las dos corrientes chocaron durante los años de la Transición, para dar paso a una clara hegemonía liberal. El debate sobre el ingreso de España en a OTAN fue determinante. La fortísima campaña socialista en su contra, los ambiguos compromisos adquiridos por González y el planteamiento del referéndum afirmaron en la derecha parlamentaria una clara identidad atlantista, reforzada por la rectificación socialista y la plena incorporación en la Alianza Atlántica. En el plano económico, las experiencias británicas y norteamericana habían convencido de la necesidad de una mayor liberalización de la economía española y de la propia Unión Europea. El éxito de las reformas económicas de los gobiernos Aznar y el protagonismo español en la elaboración de la “Agenda de Lisboa” asentó la fe en el liberalismo.
 
Los liberal-conservadores tenían principios claros en política exterior, pero no mucho más. Aparentemente no sentían necesidad de una doctrina internacional, que pusiera orden en el conjunto de su acción exterior. Los distintos partidos políticos que se han sucedido en este espacio político se han caracterizado por disponer en sus filas de un elevado número de altos funcionarios, que tendían, y tienden, a delegar en el Ministerio de Asuntos Exteriores el diseño y la ejecución de la política exterior. Apenas si tenían especialistas en plantilla. Se limitaban a echar mano de diplomáticos que actuaban siguiendo el guión del propio Ministerio.
 
Tanto Alianza Popular como el Partido Popular asumieron, como algo natural, la política pro-árabe fuertemente arraigada en el Ministerio sin mayor crítica. Continuaron favoreciendo relaciones privilegiadas con regímenes detestables o con formaciones como al-Fatah, a pesar del uso corrupto de la ayuda internacional, incluida la española; de apoyar al grupo terrorista vasco ETA o del ejercicio cotidiano del terrorismo.
 
En el ámbito socialista las dos corrientes convivieron durante los gobiernos González. La “liberal” se hizo fuerte en el Gobierno, mientras que la “tercermundista” ganó la batalla en el Partido y en los medios de comunicación afines. A diferencia de lo que ocurría entre los liberal-conservadores, los socialistas sentían necesidad de establecer tanto una doctrina de política internacional como un programa de acción. Y ello por dos razones fundamentales. En primer lugar, querían cambiar tanto la política exterior de España como, en conjunción con otras fuerzas, el orden internacional y sentían la necesidad de tener una visión clara de la situación y un guión de los pasos a dar. En segundo lugar, y también a diferencia de los liberal-conservadores, porque entendían que la política es un ejercicio de comunicación con los ciudadanos, donde la clave del éxito partidista reside en imponer su cultura política, su marco de referencia de principios y valores, sus análisis sobre la naturaleza de los problemas y las vías de resolución.
 
La convivencia de dos corrientes implicaba el ejercicio de una diplomacia de compensación. Si en clave liberal se desarrollaba la reconversión industrial o se lograba un buen entendimiento con Estados Unidos, era necesario, en beneficio de los restantes, hacer gestos de simpatía hacia la dictadura castrista, el sandinismo o la Organización para la Liberación de Palestina. El Partido Socialista mantuvo vivo el mito revolucionario y defendió su legitimidad en los ya citados casos cubano y nicaragüense como en el de los movimientos nacionalistas árabes, a pesar de la violación de los derechos humanos, de la corrupción y del terrorismo. Mientras tanto, González mantenía una consciente distancia de los dirigentes socialistas de la II República, incluido Indalecio Prieto, trataba de recuperar para la izquierda la tradición radical representada por Manuel Azaña y asaltaba impunemente el patrimonio del institucionismo gineriano, siempre distante del mundo partidista y muy contrario al antiindividualismo socialista.
 
Para los “liberales” socialistas Israel tenía un atractivo especial, algo que no ocurría en el ámbito liberal-conservador. Era un modelo socialista ejemplar, una muestra de la tradición socialista europea y una experiencia marcada por el hecho capital del Holocausto. Todo ello les llevaba a conocer, comprender y simpatizar con Israel, pero sin perjuicio de los intereses nacionales recogidos en el legado franquista. Por el contrario, para los “tercermundistas” Israel era una anomalía y una fuente de problemas. El mundo palestino representaba los valores que el socialismo español debía apoyar:
1. Principio revolucionario: rechazo al orden internacional heredado.
2. Antiliberalismo: rechazo a la hegemonía norteamericana y al proceso de globalización.
3. Equidistancia entre los dos grandes bloques, lo que implicaba un mayor acercamiento a la Unión Soviética y un distanciamiento de Estados Unidos.
4. Pacifismo a la carta: crítica al uso de la fuerza por parte de los estados y reconocimiento de la legitimidad de su utilización  por parte de grupos revolucionarios.
 
Tras el 11-S
 
La percepción de Israel se ha visto afectada por la emergencia de un nuevo entorno estratégico y por un conjunto de circunstancias que han modificado la imagen de las autoridades y formaciones políticas palestinas entre los españoles. El hecho más relevante es sin duda el 11-S norteamericano, con su versión española del 11-M. En ambos casos pudimos ver como una corriente musulmana, el islamismo, utilizaba el terrorismo para atacarnos. Muchos en España quisieron creer que el atentado de Madrid era una consecuencia directa de la Guerra de Iraq, con la consiguiente utilización política. Sin embargo, tras la retirada de las tropas dos nuevos intentos fallidos, uno contra la Ciudad Olímpica barcelonesa y otro contra la Audiencia Nacional, dejaban bien a las claras que su estrategia está muy por encima del papel jugado por el Gobierno Aznar en ese episodio. Su odio contra nosotros no distingue entre liberales y socialistas.
 
Mientras los españoles asumían, en mayor o menor medida, que unos musulmanes radicales nos quieren destruir, en Palestina se producía un proceso de acelerado desmontaje del mito Arafat. El triunfo de la candidatura islamista de Hamas ha sido explicada como consecuencia de la corrupción de Arafat y de sus seguidores, del mal gobierno y de su incapacidad para hacer avanzar el proceso de paz. El mito revolucionario asumido por la izquierda española se hacía añicos, dando paso a una formación terrorista, simpatizante de los responsables del 11-M.
 
En Irán otra corriente islamista, en esta ocasión chiíta, hacía saltar todas las alarmas de la diplomacia europea y de Naciones Unidas. Lo que al principio fue condenado como un nuevo caso de belicismo norteamericano al final fue confirmado por la Agencia Internacional de la Energía Atómica: Irán estaba desarrollando un programa nuclear secreto, violando el Tratado de No Proliferación Nuclear. El problema ya se encuentra ante el Consejo de Seguridad, donde la diplomacia europea se esfuerza por lograr una salida negociada. Los programas de misiles y nuclear iraní representan una amenaza directa sobre Europa, carente de sistemas antimisiles suficientes. Con Irán la amenaza islamista deja de ser sólo terrorista para convertirse en nuclear.
 
La crisis de las viñetas, aparentemente de menor importancia que el programa nuclear iraní, ha tenido un efecto más importante en la toma de conciencia europea sobre la amenaza islamista. Las formaciones liberal conservadoras y una parte de la izquierda rechazaron el chantaje de las manifestaciones y quema de embajadas y proclamaron la primacía de la libertad de prensa así como la exigencia de reciprocidad: no tenían derecho a quejarse aquellos que desprecian las restantes religiones en sus medios de comunicación y que fuerzan la emigración de judíos y cristianos en un proceso de limpieza religiosa.
 
El debate sobre las viñetas ha venido a engrosar otro más antiguo pero de mayor calado, el relativo a los problemas de integración de parte de la comunidad musulmana. En España la población de origen magrebí es pequeña, pero su índice de crecimiento es alto. Poco a poco se van formando barrios de mayoría musulmana semejantes a los existentes en otras ciudades europeas, con los mismos problemas que antes se dieron allí. Los recientes sucesos del extrarradio de París, generalizados a otras muchas ciudades galas, aparecieron ante muchos como un aviso de lo que podía ocurrir en España si se cometían errores semejantes a los realizados por la administración francesa. Los sondeos publicados en el Reino Unido sobre la posición de su población musulmana en torno a los atentados sufridos en Londres a manos de islamistas, en los que una parte significativa decía comprender lo ocurrido al tiempo que demandaban la aplicación de la sharía, reflejaba así mismo el fracaso del modelo británico de integración, refrendado por el reciente atentado fallido contra varios vuelos procedentes de Heathrow y en dirección a Estados Unidos. Para los españoles el problema de la amenaza islamista no es un problema lejano sino nacional, más aún cuando los terroristas del 11-S eran personas afincadas entre nosotros, que en algunos casos disfrutaban de ayudas estatales y participaban en la vida política nacional.
 
Esta toma de conciencia sobre la amenaza islamista coincide con la llegada de Hamas al gobierno palestino y la retirada unilateral israelí de Gaza, a pesar de las evidentes dificultades políticas a las que tuvo que hacer frente el entonces presidente Sharon. Ante la sorpresa de muchos, el durante décadas odiado Sharon aparecía en nuestros medios de comunicación como un político responsable. Tras su enfermedad han sido muchas los medios que han publicado largos artículos elogiosos del “legado de Sharon”, algo inconcebible años atrás. La ruptura del Likud, la formación de Kadima, el anuncio de la próxima retirada unilateral de parte de la Cisjordania y el apoyo mayoritario de la ciudadanía israelí a la “estrategia de desenganche” situó a Israel en una posición mucho más favorable ante la comunidad internacional.
 
Este conjunto de hechos recientes han provocado un importante efecto en las formaciones políticas españolas, hasta el punto de modificar las actitudes mantenidas en decenios anteriores.
 
El Partido Popular, desde su experiencia en la lucha contra ETA, rechaza cualquier compromiso con los gobiernos y las formaciones extremistas. En el ámbito nacional exigen la aplicación de una política no definida que fuerce la plena integración en nuestro marco constitucional de las comunidades musulmanas, rechazando de plano un modelo multicultural que pueda favorecer, como en el Reino Unido, la existencia de estados dentro del estado, o como en Francia, de grupos que rechazan los valores republicanos. Hay entre sus cuadros, medios de comunicación próximos y votantes una hasta la fecha desconocida comprensión de los problemas de Israel, que en absoluto proviene de una simpatía prosionista[viii], sino de su sentimiento de solidaridad con una democracia amenazada. Unas primeras muestras de esta nueva actitud las encontramos en declaraciones de dirigentes populares, empezando por José María Aznar, un conferenciante habitual en Israel, en los editoriales de periódicos como ABC y La Razón, y en cadenas de radio como la COPE. Esta nueva posición, que no sabemos hasta qué punto se va a consolidar, no implica posición alguna sobre cuáles deberán ser las futuras fronteras de Israel. Hay, en general, una comprensión hacia las posiciones de Kadima y hacia la estrategia de desenganche, el “legado de Sharon”.
En el campo socialista la corriente “tercermundista” se impuso en el control del Gobierno, tras las elecciones generales de marzo de 2006. La simpatía por los movimientos radicales de carácter antiliberal resulta evidente, pero no es extensible al islamismo. El apoyo a gobiernos como el de Castro en Cuba, Chávez en Venezuela o Evo Morales en Bolivia sólo tendría equivalencia con formaciones nacionalistas árabes, en estas fechas en franco declive. Los islamistas no despiertan simpatías entre nuestra izquierda, por muy antinorteamericanos que sean, pero la preocupación que despiertan no lleva a una actitud de firmeza. Bien al contrario, ante la amenaza que plantean los ayatolás iraníes o los islamistas palestinos la opción que defienden es buscar vías de entendimiento, con la esperanza de que apunten en otra dirección. La España de Zapatero tratará de evitar que la Unión Europea imponga sanciones a Irán o que retire su aportación económica a la Autoridad Palestina. Un ejemplo de esta actitud la encontramos en la carta firmada conjuntamente por Rodríguez Zapatero y Erdogan, los dos principales promotores de la Alianza de Civilizaciones, a propósito de la crisis de las viñetas[ix], en la que se solicitaba mayor respeto hacia el credo musulmán, sin exigencia de contrapartida alguna. Los europeos debemos mantener un trato exquisito a los musulmanes, a costa de la libertad de prensa, pero los musulmanes no tienen que hacer lo mismo, ni siquiera deben dejar de perseguir a judíos y cristianos hasta el punto de forzar su emigración.
 
Esta opción “pacificadora” despierta preocupación entre sus cuadros y simpatizantes, lo que se refleja en sus medios de comunicación. Hay miedo a que los valores constitucionales, o los propios y característicos del socialismo español, se disuelvan en una sociedad multicultural, en la que determinados sectores musulmanes se nieguen a aceptar los valores que están en la base de la democracia española, provocando una crisis cultural que ponga en peligro tanto nuestro modelo de convivencia como el proceso de construcción europeo. Hay preocupación por el auge del islamismo en Oriente Medio, con su correlato de proliferación de armamento de destrucción masiva y terrorismo, lo que les lleva a una mayor disposición a adoptar políticas de firmeza.
 
En este marco, la política hacia Israel se concentrará en rechazar el aislamiento de la Autoridad Palestina mientras los islamistas continúen controlando el Gobierno; exigir la aceptación de Hamas como interlocutor, aunque el movimiento islamista no reconozca su derecho a existir y continúen los actos terroristas; y el rechazo al proceso unilateral de retirada de Cisjordania y establecimiento de nuevas fronteras.
 
El reciente conflicto israelí-libanés ha confirmado esta posición diplomática. El gobierno español rompió la posición común europea manteniendo una posición comprensiva hacia Hizbolah y muy crítica hacia la acción militar israelí, hasta el punto de dañar gravemente las relaciones bilaterales.
 
Conclusiones
 
Tras algo más de tres decenios de democracia en España, la política hacia el Mundo Árabe comienza a sufrir cambios importantes, derivados de un conjunto de circunstancias. El legado de la “amistad tradicional” estaba basado en el puro interés. Sin embargo, pasado el tiempo ya no resulta tan evidente que en la balanza de lo que se da y de lo que se recibe España salga beneficiada. A este hecho hay que sumar el debate ideológico desarrollado a partir del 11-S y la proclamación de la Guerra contra el Terror. Las posiciones sobre cuáles deben ser los fundamentos de la política exterior española son hoy más distantes que nunca antes de la muerte del general Franco, lo que afecta tanto a la política hacia el Mundo Árabe como hacia Israel. En las relaciones entre España e Israel se mantiene la dependencia respecto de la política española hacia el Mundo Árabe, pero la naturaleza de esta relación ha cambiado. Si en el origen lo que se primaba era el margen de acción diplomática y los beneficios económicos, ahora nos encontramos ante una opción regional, no ya meramente española, en la que los europeos o la comunidad atlántica debe definir una estrategia general ante la amenaza islamista y en la que unos apuestan por la firmeza y otros por la pacificación. Cada una de las opciones tiene unos efectos inmediatos sobre Israel, que van desde la solidaridad hasta el abandono a su suerte.
 
Una de las novedades más significativas de los últimos años es el efecto de problemas propios del ámbito interior sobre la política exterior. La emigración, muy particularmente la ilegal, las dificultades de integración de parte de la población musulmana y el terrorismo islamista están propiciando el crecimiento de un sentimiento de arabofobia, al que vienen haciendo referencia nuestros sociólogos. La reflexión nacional está influida por las experiencias de otros estados europeos, lo que tiende a agravar más que a moderar estos sentimientos. La apuesta socialista por facilitar la regularización de estos emigrantes, por atraer su voto y por establecer una sociedad multicultural puede exacerbar estos sentimientos racistas y provocar una crisis en el socialismo española. Lo sucedido en Francia en las anteriores elecciones presidenciales, en las que el Partido Socialista no llegó a la segunda vuelta ante el auge de Le Pen con antiguos votos socialistas, es un ejemplo a tener presente.

 
 
Notas

[i]  He desarrollado este tema con más detalle en PORTERO, Florentino Franco aislado. La cuestión española (1945-1950) Ed. Aguilar. Madrid, 1989.
[ii]  Para un detallado estudio de las purgas realizadas por el régimen de Franco en la carrera diplomática consultar CASANOVA, Marina La Diplomacia Española durante la Guerra Civil Ministerio de Asuntos Exteriores, 1996. 331 págs.
[iii]  PORTERO Op. Cit. Pags. 282 y ss.
[iv]  Para conocer la política israelí hacia el régimen de Franco en los primeros años de la postguerra mundial consultar  REIN, Raanan  “La negativa israelí: las relaciones entre España e Israel” (1948-1949). Hispania, 172 (1989) págs. 659 a 688.
[v] Para un análisis de la política árabe de España ver ALGORA, María Dolores Las relaciones hispano-árabes durante el aislamiento internacional del Régimen de Franco (1946-1950) Madrid. Ministerio de Asuntos Exteriores, 1996.
[vi]  LISBONA, José Antonio España-Israel. Historia de unas relaciones secretas. Temas de hoy. Madrid, 2002 Págs. 175 a 177 y 188 a 191.
[vii]  Este tema lo he desarrollado con mayor detalle en “Política de seguridad española, 1975-1988” en TUSELL, Javier, AVILÉS, Juan y PARDO, Rosa eds. La política exterior de España en el siglo XX Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 2000. Págs. 473 a 510.
[viii]  Como es el caso de las formaciones nacionalistas vascas y catalanas, que ven en Israel el ejemplo de una nación que no perdió su identidad a pesar de siglos de dispersión y que, gracias a su esfuerzo e inteligencia, logró recuperar parte de su territorio original.
[ix]  ERDOGAN, Recep Tayyip & RODRÍGUEZ ZAPATERO, José Luis “A call for respect and calm” International Herald Tribune 6 February 2006.