La verdadera alarma
por Joseph Stove, 23 de diciembre de 2010
Todos tenemos capacidades limitadas y tener conciencia de ello muestra de sensatez. Esto puede ser asumido por los individuos; que lo sea por la sociedad es más dudoso, como afirmo Pareto en cuanto a las conductas “lógicas” y “no lógicas” de los seres humanos. Para el sociólogo italiano, la acción “no lógica” es irreductible en sociedad. Lo que ocurre en sociedad, tanto en épocas de progreso como en otras de decadencia, -sea ésta libre o despótica, pobre o próspera- sólo está en parte influenciado por decisiones racionales de sus dirigentes.
Admitir lo anterior no es obstáculo para mantener el ideal del buen gobierno, esfuerzo que pugna por reducir al mínimo posible los efectos de la predominante naturaleza “no lógica “de la sociedad. Se supone que el político, que según los clásicos tiene que ejercer un “arte”, debe de ejercer la previsión como parte de la prudencia que debe guiar su actividad, tanto de gestión como de liderazgo.
Gobernar implica buscar una visión de la realidad lo menos distorsionada posible; priorizar los problemas calibrando su impacto y urgencia; a la vez que garantizar el funcionamiento de la estructura estatal. Cuando la función de gobierno se ejerce en un permanente sobresalto, asistimos, como mínimo, a la constatación de que quien ejerce el poder político es deficitario en capacidad "artística" para ello.
El caos del pasado puente de la Constitución es un hecho lamentable, pero más que nada, es un síntoma del grado de decadencia alcanzado por la sociedad española. El suceso sólo fue posible por la concatenación de una serie de circunstancias sin las cuales la voluntad de unos pocos no hubiese sido suficiente para producir el caos generado. En primer lugar hay está la percepción generalizada de impunidad y la connivencia con ella. Partiendo de la ausencia de castigo en la reiteración de delitos comunes, se puede pasar a la generalizada corrupción del “ladrillo”, o el desmedido e incontrolado gasto de gestores públicos, hasta llegar a las declaraciones públicas y comportamientos -por cargos autoridades públicas- de palmaria rebeldía en cuanto a la aplicación de sentencias del Tribunal Constitucional. En este ambiente, los delitos cometidos con ocasión de huelga se llevan a la una especie de composición voluntaria, o justicia privada, como baza de negociación. En estas circunstancias, no es de extrañar que un pequeño gremio, capaz de producir una grave alteración en el funcionamiento de la actividad de la sociedad, y que es consciente de que la autoridad administrativa competente en la materia no posee la capacidad de gestión que se le supondría, tiren por la calle de en medio, y se ejerciten impunemente para defender sus intereses. En segundo lugar, la declaración del estado de alarma y la movilización de los controladores, como remedio al caos generado el día 3 es un caso paradigmático de una forma de gobernar a golpe de “urgencias”, que implica no prever las emergencias, sino reaccionar en cada momento con lo que se tenga más a mano. Esa forma de gobernar puede identificarse en todos los aspectos en lo ocurrido durante este mes.
Cuando el incendio de Guadalajara en 2005, se puso en evidencia las carencias de capacidades para este tipo de catástrofes, agravadas por la compartimentación autonómica. Se recurrió a las Fuerzas Armadas, creando la Unidad Militar de Emergencias. No se intentó reestructurar a nivel nacional la capacidad de protección civil, sino que se mantuvo la desagregación de elementos autonómicos -con el consiguiente gasto-, y se creó otro instrumento, “militar por supuesto”. En tercer lugar, se trata del ejercicio del gobierno paternalista. La crisis económica, junto con las subvenciones, nos muestra el paradigma de este tipo de gobierno. Se trata de un paternalismo infantiloide, que consiste en negar lo desagradable, contentar a los díscolos de la cuerda gubernamental, castigar ejemplarmente a los traviesos de la otra cuerda, penalizar a los indefensos y presentar los problemas como fenómenos naturales inevitables como el pedrisco o las mareas. Si para arreglar el problema de los controladores ha sido necesario declarar el estado de alarma, para hacer frente a la crisis financiera va a ser necesario establecer el estado de “aseo general”, higiene de todo tipo, ya que la militarización del Banco de España estaría mal vista. Y eso que así se garantizaría que no faltara ni un euro, pero cundiría la alarma en el Banco Central Europeo y entre los socios comunitarios.
Mientras la sociedad española, dirigida por su clase dirigente, vuelca su frustración sobre los controladores aéreos, los verdaderos problemas del país siguen al albur de las circunstancias. El tema de los controladores, en un país normal, sería de corto recorrido. Entronizar, propagar y mantener el debate público de si son galgos o podencos es estéril e indecente. España tiene encima una oscura perspectiva de futuro que está relacionada con el bienestar y la seguridad de su población en el presente y en el futuro. Esa es la verdadera causa de una más que justificada alarma, y a eso deben de dirigirse las energías de la nación. Es hora de la sensatez y el coraje. Sensatez para darse cuenta de cual es la situación, y coraje para actuar en consecuencia. Se deben priorizar los problemas y entre los de mayor perentoriedad figura el del buen gobierno. Hay que evitar un fallo colectivo; ya avisados, el único culpable sería la sociedad española.