Lamentables vaguedades

por Mark Steyn, 26 de septiembre de 2007

¿Sabe usted la parte de las películas de intriga en la que ha tenido lugar el cuarto o quinto asesinato y la policía está comparando las pruebas para ver qué patrones puede identificar?
 
¡Ahá! Eso está muy bien para el mundo de fantasía de Hollywood, pero, en el mundo real, las fuerzas del orden son lo bastante inteligentes para saber que no deben seguir ese camino. Digamos que usted detiene a un puñado de tipos que planean volar el Parlamento y decapitar al Primer Ministro. ¡Guao! ¿Quién haría tal cosa? ¿Quiénes son estos tipos?
 
“Todos son residentes de Canadá y en su mayoría, todos son ciudadanos', decía Mitch McDonell, comisario auxiliar de la policía montada del Canadá.
 
¿De modo que toda esta gente que planea reducir a escombros el Parlamento de Canadá estaba residiendo en Canadá? ¿Algo más que pueda reducir el campo un poco más?
El comisario auxiliar McDonnell pensaba que no: 'Representan una muestra genérica de nuestra comunidad' continuaba. 'Algunos son estudiantes, algunos trabajan, algunos están parados”.
 
Un caso notable. Contra más miras a estos tipos - Mohammed Dirie, Amin Mohamed Durrani, Yasim Abdi Mohamed, etc - menos parecen tener en común. Algunos son estudiantes, algunos trabajan, algunos están parados, algunos deletrean “Mohammed” con dos emes, algunos con una, algunos lo tienen como nombre, algunos como apellido, algunos lo tienen como nombre de pila. La muestra no se amplía mucho más que eso.
 
Y lo que respecta a la jihad, lo mismo va la escena policial de Toronto. Cuando 9 ciudadanos mueren en un solo fin de semana de julio, que el cielo prohíba que sugiramos que estas muertes estén vinculadas a algo más específico que la más amplia muestra de las muestras genéricas. Examinando el recuento de cadáveres, Michael Bryant, fiscal general de Ontario, exigía inmediatamente que el gobierno federal reforzase el registro de armas, faltándole sólo hacer aún más totalmente total la prohibición total de armas ligeras.
¿Es Bryant una especie de prototipo animatrónico primario? ¿El equivalente político al muñeco Ken que habla, capaz solamente de un puñado de generalidades robóticamente registradas? En lugar de “Come on, Barbie, let's go party', el fiscal general recurre a su nuevo eslogan a la primera de cambio: 'Sin armas, no hay funerales”.
 
¿De veras? Un día, en el futuro no demasiado distante, habrá un solo propietario legal de armas vivo en Canadá -- un granjero octogenario de Terranova que aún tendrá la escopeta del abuelo. Pero sin duda, Bryant le culpará de las 20 muertes por arma de fuego de ese fin de semana. A pesar del elogio reflejo de los políticos vagos, sigue sin haber relación entre la posesión legal de armas y las cifras de asesinato. En realidad no es cierto. Si usted examina el Top Ten de los países con las cifras de homicidio más bajas, al menos la mitad de ellos tienen las cifras de posesión de armas más elevadas del mundo: Suiza, Noruega y Finlandia tienen más armas que Canadá, pero cifras de crimen más reducidas.
Tipos llenos de matices reconocen que ni las consabidas armas canadienses ni las cifras más modestas de armas ligeras canadienses registradas legalmente tienen algo que ver con el crimen de bandas de Toronto, y sugieren en su lugar que necesitamos poner orden en las armas que entran desde el país del cowboy sin ley al sur. Bien, podríamos intentarlo, supongo. ¿Qué nivel de escrutinio aventura usted que sería necesario para asegurar una frontera porosa que se extiende a lo largo de miles de millas de la que depende la economía del 90% de los canadienses? Los canadienses se están quejando ya de la incrementada frecuencia de las inspecciones de los viajes de compras al sur, pero si usted quiere instaurar una enorme barrera roja a lo largo del paralelo 49, adelante.
Y, cuando haya calculado las cifras de ese proyecto, tal vez valga la pena preguntar al alcalde de Toronto y al fiscal general de Ontario porqué no pueden tener con los ciudadanos de una democracia madura la cortesía de tratar honestamente la cuestión. No existe ninguna epidemia de crimen 'canadiense' o epidemia de crimen 'de Ontario'. Hay un problema dentro de cada muestra cerrada de la sociedad de Toronto (y es probable que ningún comisario asistente de la policía montada lo diga nunca). Innocent Madowo, 'un ex periodista de Zimbabue que reside en Toronto', escribía una columna el otro día titulada 'El azote de nuestra comunidad' - 'nuestra' significa 'negra'. Pero comete una injusticia para con su comunidad. Sería más cierto decir que el crimen violento es el azote de la comunidad de las Indias Occidentales, y más cierto aún decir que es el de la comunidad jamaicana. En contraste con la Suiza o la Noruega infestadas de armas, Jamaica tiene una de las cifras de homicidio más elevadas del planeta, y exporta sus patologías a dondequiera que la diáspora jamaicana se asiente. En Gran Bretaña, al igual que en Toronto, el crimen con arma de fuego es en gran medida un problema de bandas jamaicanas -- 'Rastas', como las llaman. La única diferencia es que el Reino Unido ha implementado al enésimo grado todas las políticas que Michael Bryant quiere decretadas aquí, con el predecible resultado de que los polis prefieren hostigar al irritable granjero de la escopeta sin licencia antes que ocuparse de la tarea más exigente de ir detrás de los rastas Uzi en mano.
 
En el Toronto Sun el otro día, Michael Coren mencionaba algunas de las características particulares de la Sociedad jamaicana: 'Los niveles de familias sin cabeza de familia en los centros urbanos del país son sobrecogedores. Esta cultura ha sido trasplantada a Canadá', escribía observando que, a cambio de señalar lo obvio, será condenado como 'racista'. En la práctica, no hay nada de malo en nacer con un color concreto de piel, que encabeza una cultura disfuncional en la que los modelos masculinos o bien brillan por su ausencia, o son criminales, o carecen más benignamente de escrúpulos. La raza es inmutable, pero la cultura no. No mucho antes de que naciera mi primer hijo, pregunté a una joven jamaicana que trabajaba para mí en Londres si su padre había estado presente a su nacimiento. Ella se echó a reír. '¿Está de broma?', dijo. 'No estaba presente 10 minutos después de la concepción'. Estas ciertamente no son las cualidades que Colin Powell, hijo de inmigrantes jamaicanos, asociaba a su comunidad. 'Los negros americanos en ocasiones califican a los americanos originarios de las Indias como creídos y arrogantes', escribe en su autobiografía. 'Esta impresión, imagino, se deriva del impresionante historial de logros de los originarios de las Indias. ¿Qué explica ese éxito?
Por una parte, los británicos pusieron fin a la esclavitud en el Caribe en 1833, bastante más de una generación antes de que América lo hiciera… Informaron a mis ancestros de que ahora eran ciudadanos británicos con todos los derechos de cualquier súbdito de la Corona. Eso era una exageración: aun así, los británicos sí establecieron buenas escuelas e hicieron obligatoria la asistencia. Ocuparon los peldaños inferiores del servicio civil con negros. En consecuencia, los de las Indias tenían la oportunidad de desarrollar actitudes de independencia, auto responsabilidad y autoestima”.
 
La 'autoestima' se valora hoy, pero completamente desvinculada de la 'auto responsabilidad'. En un club londinense el mes pasado, un ex campeón británico de los pesos pesados pedía educadamente a tres jóvenes que respetasen la prohibición de fumar. Le dispararon en la cara a bocajarro. Él les había 'faltado al respeto'. Al igual que en Toronto, los autores materiales eran negros y por tanto eran las víctimas. Es fácil que los medios canadienses sucumban a la complacencia, como dice Michael Coren, de la charlatanería sentimentalizada sobre niños de cuatro años atrapados en el tiroteo. ¿Pero qué va a hacer al respecto? En términos prácticos, el progre blanco corroído por la culpa preferirá seguir culpando a los paletos blancos propietarios de armas y aceptar implícitamente la muerte aleatoria por arma de fuego intra jamaicana simplemente como otro rasgo más del conmovedor mosaico multicultural, de la misma manera que aceptamos la inhalación como una tradición nativa antigua practicada en la tundra antes incluso de que el primer innu abriera el tanque del primer Honda Civic allá por 1478. En ningún caso, la 'compasión' progresista o la maleabilidad multicultural parecen hacer nada por la clase designada como víctima.
 
 En cuanto a aquellos de la derecha sin corazón, nadie está proponiendo limitar o contener la inmigración procedente de Jamaica. Hasta escribir esta oración parece vagamente ridículo en una democracia occidental avanzada. Pero supongamos que el alcalde y todos los demás aciertan y todas las armas utilizadas en los crímenes jamaicanos con armas de fuego son introducidas de contrabando desde Estados Unidos. ¿Qué es más fácil de confinar? ¿Un vecino enorme con el que compartimos una frontera terrestre que discurre a lo largo de una masa continental? ¿O una isla pequeña rodeada de agua? Ni en Canadá ni en Gran Bretaña ni en ninguna parte es políticamente factible proponer que los jamaicanos quizá deban ser objeto de escrutinio especial de inmigración. Hace 40 años, se aceptaba en Canadá, Estados Unidos y Australia que las naciones soberanas tienen el derecho a gestionar las políticas de inmigración a su discreción -- es decir, no tener ninguna obligación de admitir a nadie, ellas podían seleccionar y elegir a quién admitían.
Hoy, es igual y ampliamente aceptado que las políticas de inmigración discrecionales son discriminatorias e indefendibles: si vas a dejar que entre gente, entonces todas las 200 naciones o así sobre la faz de la tierra son igualmente válidas -- eslovenos y saudíes, japoneses y jamaicanos. Orientar la política de inmigración en favor de determinadas fuentes sería racista.
 
Me pregunto cuánto tiempo durarán estas vaguedades. Un reciente estudio de los sujetos terroristas detenidos en Gran Bretaña entre 2001 y 2005 revelaba que 1 de cada 4 era admitido en el país en calidad de asilado. Se incluye, por ejemplo, a Muktar Said Ibrahim, uno de los cuatro hombres que intentaron infructuosamente inmolarse en el metro de Londres dos semanas después de la masacre del 7 de julio. En otras palabras, los jóvenes aceptados y asilados en Gran Bretaña agradecen a su anfitriona la hospitalidad intentando matarla. ¿Se hará algún cambio a los protocolos de inmigración? ¿O aceptarán simplemente los británicos que un cociente terrorista-refugiado de 1 / 4 simplemente forma parte del privilegio de ser una sociedad socialdemócrata progresista? Igual que aceptamos que permitir que algunas partes de Toronto en la práctica asimiladas por Kingston, Jamaica, es el precio que pagamos por ser capaces de felicitarnos a nosotros mismos por nuestra tolerancia ilimitada sin fronteras.

 
 
Mark Steyn es periodista canadiense, columnista y crítico literario natural de Toronto. Trabajó para la BBC presentando un programa desde Nueva York y haciendo diversos documentales. Comienza a escribir en 1992, cuando The Spectator le contrata como crítico de cine, Más tarde pasa a ser columnista de The Independent. Actualmente publica en The Daily Telegraph, The Chicago Sun-Times, The New York Sun, The Washington Times y el Orange County Register, además de The Western Standard, The Jerusalem Post o The Australian, entre otros.
 
 
© Mark Steyn 2007