Larga vida al califato

por Rafael L. Bardají, 3 de noviembre de 2017

Publicado en Actuall, el 2 de noviembre
 
Cuando la policía de Nueva York registraba el camión alquilado por el terrorista islámico de origen uzbeco, Sayfullo Saipov, además de cuchillos varios, lo que se encontró fue una nota manuscrita que decía “Larga vida al Estado Islámico”.

Puede parecer una paradoja puesto que el llamado Estado Islámico ha perdido sus principales enclaves tanto en Irak como en Siria, donde está a punto de ser expulsado de las ciudades que controlaba, incluida su capital, Raqqa.

Y, sin embargo, la nota dejada por Saipov, puede estar cargada de verdad. Por una sencilla razón: aunque el Estado Islámico sea derrotado y su proclamado Califato deshecho, su ideología, la ideología de la yihad contra infieles, apóstatas y demás herejes, puede que no pierda fuelle. Al contrario.

En los momentos inmediatos al atentado de Manhattan, dos ideas peligrosas volvieron a saltar a los medios de comunicación.
La primera, que el atentado era obra de un lobo solitario; la segunda, que el atacante era un perturbado mental.

Son dos ideas que los europeos llevamos oyendo en los últimos años por boca de nuestros dirigentes, unos líderes muertos de miedo y dedicados sobre todas las cosas a no ofender a las minorías musulmanas en suelo europeo.

Da igual que así se confunda a la población en general y que se diluya la amenaza real que pesa sobre todos nosotros. Como si por no hablar de ella dejara de existir.
La idea del “lobo solitario” es engañosa porque proyecta la imagen de alguien que, en la oscuridad de un cuartucho, armado con un ordenador o smartphone, se dedica a buscar inspiración y manuales para convertirse en un terrorista. Casi nunca ha sido ese el caso y nuestras autoridades lo saben.

El conductor “loco” que atropelló mortalmente a más de 80 personas en Niza, al final ni estaba tan loco ni eran tan solitario y la policía pudo detener a una docena de colaboradores. La red de apoyo a los jihadistas de las Ramblas superaba con creces al comando que perpetró los ataques.

Es más, la policía de Nueva York y el FBI ya andan tras la pista de un segundo sospechoso. Y han interrogado ya a la esposa de Saipov quien, como otras tantas familias de jihadistas, rehúyen decir la verdad sobre lo que sabían de sus maridos, hermanos o hijos.

La idea del “lobo solitario” es, además, peligrosa, porque poniendo el acento en el proceso de autorradicalización del individuo, deja al margen toda la infraestructura que, de hecho, le permite hacer plácidamente ese viaje de la normalidad a la yihad.

En el caso de Saipov ya sabemos que un antiguo compañero suyo, taxista en Ohio, sabía de su radicalización apenas llegar a suelo americano, dejándose ver signos evidentes, como la barba, y las expresiones de odio hacia Israel y la vida americana.

Tras su mudanza a Florida, Saipov tampoco pasó desapercibido y el iman de la mezquita a la que asistía tuvo que recriminarle su interpretación “equivocada”, esto es, fundamentalista, del Islam.

Según la demanda que la fiscalía ha interpuesto contra él, Saipov llevaba cerca de un año planeando su ataque y lo había llegado a ensayar hasta en dos ocasiones, la última la víspera del mismo atentado.

Si lo políticamente correcto no reinara también en la política antiterrorista , tal vez este atentado se hubiera podido evitar.

Hubiera bastado un seguimiento de Saipov desde que llegó a Estados Unidos tras ganar esa abominación que es el sistema de “visas por diversidad”; o un más estrecho control de las mezquitas. Cosas que no se hacen por no ofender. Esa es la verdad.

Pero la realidad es que los yihadistas nunca están solos. Se apoyan en familiares y amigos, en líderes religiosos, en mezquitas y también en redes criminales. Y es ahí y no en otra parte donde la inteligencia debe actuar con intensidad.

Me resulta muy difícil de creer que el Islam, como religión, produzca un número tan elevado de locos… lo que produce son fanáticos dispuestos a morir matando en nombre de su guerra santa. La segunda gran idea es que este tipo de ataques, realizados con medios comunes y al alcance de cualquiera, son llevados a cabo por desequilibrados mentales o lunáticos que nada tienen que ver con el Islam. Idea tan descabellada como falsa e injusta con las víctimas. Puede que desde la perspectiva y psicología occidental, Saipov, como tantos otros, sean un desequilibrado. Pero tanto y no más que nuestros etarras que mataban por doquier.

Porque si algo queda claro en las biografías de los yihadistas es que pesa mucho más la religión, su Islam, que cualquier perturbación mental. Saipov ya ha declarado desde el hospital que no se arrepiente de nada y que lo hizo para castigar a los infieles. El grito habitual de “Allahu Akbar”, Alá es el más grande ( y no simplemente grande como se empeñan en decirnos), no está asociado a ninguna patología y me resulta difícil, muy difícil, de creer que el Islam, como religión, produza un número tan elevado de locos.
 
No, lo que el Islam produce son fanáticos dispuestos a morir matando en nombre de su guerra santa. No son enfermas que requieran de nuestros cuidados, son extremistas a los que hay que eliminar. 

Por tanto, si de verdad queremos prevalecer en esta guerra que están librando contra nosotros, nuestros valores, instituciones y forma de vida, no basta con combatir a los terroristas. Hay que combatir también la ideología que los inspira y guía. Y para eso hay que poner en marcha medidas urgentes en una doble dirección: de rearme propio, nuestro, y de contención de la amenaza.

Por ejemplo, es bochornoso que ciertos supermercados y marcas corten la cruz de los edificios que usan para su publicidad, a fin de hacerlos más atractivos a los musulmanes.

Es bochornoso que la enseñanza del Islam en las escuelas esté equiparada a la del cristianismo.

Una cosa es enseñar historia de las religiones y otra muy distinta llevar a niños a mezquitas para que aprendan a arrodillarse ante Alá. El burka y los burkinis tienen que ser desterrados de nuestros espacios públicos, por ofensivos, discriminatorios y antidemocráticos.

En fin, tenemos que ser conscientes de que nuestra sociedad, por muy abierta que sea, necesita de ciertos límites salvo que se quiera dejar que se desdibuje por completo y acabe por extinguirse.

Y no hay nada de vergonzoso en afirmar que es superior a la que traen consigo los musulmanes. No seremos perfectos, pero al menos no permitimos el matrimonio con menores, ni la ablación de clítoris, ni la esclavitud, ni la poligamia o la pederastia.

Somos una sociedad hecha por el catolicismo, particularmente España que nace como nación de la lucha contra los moros invasores.

En el terreno de la contención, también debemos aprender del caso de Saipov. Ciudadano americano gracias a una lotería que prima la diversidad. Pues bien, quien no es capaz de controlar sus fronteras, es a lo que se expone. Y dentro de lo que cabe, los neoyorquinos han tenido suerte.

Saipov era un amateur. Si en su lugar hubieran estado los yihadistas que atacaron la sala Bataclan en Paris, el atentado habría sido mucho más letal.
Y esto me lleva al comienzo del artículo. La derrota del Estado Islámico augura una nueva oleada de yihadistas buscando refugio en suelo europeo. La mayoría entrenados y bien curtidos en las lides de la guerra y sedientos de venganza.

Que el ejército de El Assad deje escapar de Raqqa a centenares de guerrilleros del Estado Islámico no es una buena noticia. Salvo que nuestras autoridades cambien de estrategia, mucho menos temo que los atentados por ataques en nombre del Estado Islámico no harán sino crecer a nuestro alrededor. No tendría que ser así. Lástima que ningún político europeo hoy tenga lo que hay que tener para frenar el yihadismo.