Manuel Valls no es Napoleón

por Rafael L. Bardají, 24 de diciembre de 2018

Yo no se qué tiene nuestro país, tan lleno de políticos mediocres y fracasados que necesita importar un ex-primer ministro de Francia, derrotado por sus propios correligionarios socialistas y abandonado a todo esperanza en su país. Me es más fácil entender, no obstante, el hechizo que haya podido causar en Ciudadanos, un partido que más allá de su discurso anti catalanista, se mueve en una contradicción permanente, apoyando al PSOE en Andalucía, calculando mal su jugada para dejar caer a Mariano Rajoy, queriendo robar votos al PP a la vez que ocupar el espacio socialdemócrata que Pedro Sánchez ha dejado vacante... más tactos o que visión, en cualquier caso. 

 

Y digo que no me explico por qué Ciudadanos quiere encumbrar a Manuel Valls a alcalde de Barcelona. Yo no soy xenófobo y no tengo nada contra los extranjeros, pero también confieso UE nunca he llegado a entender eso de la doble nacionalidad. Sé que puede sonar a exagerado, pero teniendo en cuenta que Francia ha sido el único país que nos ha invadido, yo le preguntaría a Manuel Valls que, llegado el caso por absurdo que suene, de que Francia y España se declararan la guerra, ¿en qué bando combatiría? Porque esa es la raíz básica de donde tiene uno su corazoncito nacionalista: qué bandera se está dispuesto a defender. Y no olvidemos que el Sr. Valls ha sido diputado en la Asamblea Nacional gala hasta su renuncia el pasado mes de septiembre, cuando tras mucho meditarlo dio el paso, mental, político y geográfico, para presentarse a la carrera por las alcaldía de Barcelona. Nada que objetar legalmente gracias a ese absurdo europeo que permite concurrir a elecciones locales para cargos públicos a personas que a penas han vivido entre nosotros y que, con se puede comprobar en ciertas localidades del Levante español, a lo único que aspiran es a defender y mejorar a ¨los suyos¨.

 

No creo que esa sea el caso de Manuel Valls. Porque no estoy seguro de que tenga claro quienes son los suyos, sinceramente. De apoyar organizaciones pro palestinas que perseguían impedir la visita de Ariel Sharon a Francia, por ejemplo, pasó a convertirse en un furibundo creyente de Israel, tal vez por el influjo de se segunda esposa. De no querer estudiar en una facultad que fuese “de derechas”, pasó a expulsar sin misericordia a gitanos del suelo francés en un intento de ganar popularidad y recrearse como “el Sarkozy de izquierdas”, tal como le llamó la revista Times. De verse sucesor del Presidente socialista Hollande a frustrarse porque su otrora subalterno, el inefable y sonriente Macron, escurría el bulto y no le permitía estar en su equipo ganador. Si Valls fue alguna vez la gran promesa del socialismo francés, algo se torció para él definitivamente en ese país nuestro vecino del norte. ¿Tal vez en aquel momento que hizo campaña por el No a la constitución de Europa para luego votar Si?

 

Puede que, como repite el refrán, nadie es profeta en su tierra y Valls tenga reservado un mejor destino en Cataluña. Su padre, al fin y al cabo, fue un digno miembro de eso que se suele llamar la burguesía catalana hasta que decidió trasladarse a Francia para seguir su veta artística. Ahora bien, cuanto menos francés y más catalán se presente, Manuel Valls corre el riesgo de repetir su camino de espinos aquí en España. Su constante empeño en pontificar sobre quién es aceptable o no en el terreno político, ignora por completo -y con un fuerte desdén elitista- a todos los españoles que no piensan como él y que quieren votar a Vox, su aparente bestia parda. No hay día que no salga con alguna frase sobre cómo construir cordones sanitarios y por qué Albert Rivera, el líder de un partido en el que no milita que yo sepa, tiene que seguir sus consejos. Cada cual es libre de darlos, desde luego. Pero cuando uno viene de una trayectoria poco exitosa, quizá se debiera ser un poco humilde. Y ya se que la humildad no es el fuerte de los franceses, pero el Sr. Valls solo lo es a medias. 

 

Ahora bien, yo me pregunto, ¿por qué no se plantea seguir su carrera en Francia?, ¿por qué no lucha para ganarle el pulso al presidente Macron? Eso si que sería poderosamente atractivo. Yo no he conocido a ningún vecino que no creyera que era ciertamente superior a los españoles, catalanes incluidos. Ser Presidente de la Republique debe ser mejor que alcalde de una ciudad como Barcelona. ¿Será porque no le quieren? Y hay otra cosa que no deja de rondarme la cabeza: ¿cómo es posible que un ex-primer ministro socialista acabe en una candidatura apoyada por Ciudadanos y no haya conseguido el mismo entusiasmo entre sus compañeros de filas del PSC?

En fin, reconozco que la política española me produce mucha confusión y a lo mejor es verdad que deberíamos exportar a Mayor Oreja a la alcaldía de Berlín y a Marlaska a la de Estocolmo. Peor que Colau y Carmena es muy difícil poder serlo.