Mugabe y Obiang, dos amigos unidos por la pobreza y la represión

por Ana Camacho, 23 de diciembre de 2008

El brote de cólera que ya se ha llevado por delante la vida de miles de personas en Zimbabue en las últimas semanas tenía todos los elementos por haber pasado como un nuevo episodio de esa misteriosa maldición que, periódicamente, azota aquí y allá el continente africano. Podría haberse convertido en un nuevo pretexto para una campaña solidaria muy a tono con los aires navideños que, a pesar de la crisis, ya soplan por las calles del mundo opulento. Si alguien busca un nuevo pretexto para autofustigarse por tener la suerte de haber nacido en el primer mundo mientras mil millones de personas en el planeta sufren la pobreza extrema y el hambre, el primer ministro británico, Gordon Brown le ha quitado la posibilidad de que sea con una donación de alimentos o medicinas a este país del África austral: Zimbabue no necesita de la caridad internacional sino, simplemente,  librarse del mal Gobierno de un dictador enloquecido que ha llevado el país a la ruina con unas políticas populistas de efectos letales cuyo único objetivo era perpetuarse en el poder.
 
Cuando Gordon Brown dice que Mugabe tiene las manos manchadas de sangre, no se refiere sólo a la represión policial con la que el presidente de 84 años está intentando silenciar a la oposición política que ya no se resigna al fraude electoral. Fraude del que el dictador se ha valido para no compartir ni un ápice de su poder absoluto desde que, aunque en 1990 no tuvo más remedio que aceptar el multipartidismo. Gordon Brown, siguiendo la pauta iniciada por su antecesor Tony Blair, incluye en el grueso balance de asesinatos políticos de Mugabe a las víctimas del hambre y sus daños colaterales, entre ellos esta nueva epidemia de cólera.
 
La versión oficial en Harare ha venido explicando las causas de la hambruna que ha preparado el terreno al estallido de la grave epidemia con la crisis alimentaria provocada por la subida de los precios de los bienes básicos, la sequía y otras desgracias de origen externo como la injusticia en el reparto de la riqueza entre norte y sur y la debacle de las finanzas internacionales. Pero en Londres creen que no hubiese alcanzado cotas tan dramáticas si no fuese por las descabelladas políticas con las que el presidente Mugabe inició en 2000 una reforma agraria que ha hundido la producción de un país en otros tiempos floreciente hasta el punto de ser el granero de la región.
 
La sequía, la crisis financiera y la injusticia mundial por supuesto que tienen su parte de culpa en el drama de Zimbabue. Aún así queda por explicar por qué, con la misma injusticia y parecidas condiciones meteorológicas que en 2000, la producción agrícola del país ha ido cayendo hasta 2007 un 50%, haciendo desaparecer los productos básicos de los estantes de las tiendas del país. La política de control de precios, dicen los detractores de la reforma en la propia Harare, ha rematado la situación con una hiperinflación que ha logrado su récord mundial (del 165.000% en febrero pasado a 2,2 millones % del pasado julio) y un 80% de desempleo. El resultado es que, de ser un país exportador de alimentos, Zimbabue tiene hoy 4 millones de sus habitantes dependientes de la ayuda humanitaria y la mayor parte de los que aún no viven de la limosna internacional se ven obligados a saltarse al menos una comida al día. Según datos recientes de la ONU, el número de necesitados de ayuda humanitaria para sobrevivir va ya camino de alcanzar los 5,1 millones, es decir, el 45% de la población[1]. Lo normal es que ni siquiera en África la población se resigne ante una situación que ha hecho caer la esperanza de vida a los 36 años, por lo tanto no hay ningún misterio en cómo la desesperación y el pillaje han convertido el país en un polvorín a punto de estallar.
 
Ya este verano, durante la cumbre de la FAO celebrada en Roma, Mugabe fue expulsado  de la reunión al ser señalado como ejemplo de lo que “no hay que hacer en términos de política agrícola y alimentaria” para luchar con eficacia contra el azote del hambre. Uno de los que así se pronunciaron, respaldando la acusación del gobierno británico, fue el portavoz del Departamento de estado norteamericano, Tom Casey quien también añadió: “No conozco a nadie que haya estudiado esta cuestión y que no piense que la situación trágica en Zimbabue sea la responsabilidad de políticas desastrosas, no sólo en el terreno agrícola, que el régimen del presidente Mugaba ha seguido y puesto en marcha. Creo que tiene mucho que contestar a su propia gente”.
 
Se le respondía así a un dictador que intentó en la reunión hacer valer su aureola de líder progresista, héroe de la guerra contra el colonialismo y la lucha contra el apartheid primero en su casa (la entonces Rhodesia del Sur) y luego, al convertirse en primer presidente de la independencia de Zimbabue, liderando la alianza de los países de la Línea del Frente en ayuda de los pueblos hermanos y vecinos que permanecían bajo el yugo del colonialismo y la política racista de minorías blancas.
 
Como si los tiempos de la guerra fría no hubiesen pasado, Mugabe quizás contaba con estos activos para lograr apoyos progresistas contra el imperialismo occidental al que acusa de intentar forzar un “cambio ilegal” de régimen con la imposición de sanciones que, dice él, son las responsables del empeoramiento de la maltrecha economía del país austral. Su dedo acusador señaló en especial a la antigua madre patria británica a la que acusa de utilizar su poder en la escena internacional para castigarle por las expropiaciones realizadas a 2.000 granjeros blancos que han sido la piedra angular de la reforma con la que se enorgullece de haber contribuido a “aumentar el poder de la mayoría negra”.  Según Mugabe, Londres no le perdona haber acabado con un fleco pendiente de la descolonización que le ha permitido corregir el desequilibrio que suponía la posesión por la minoría blanca del 32% de todas tierras cultivables.
 
Lo que no dijo Mugabe es que, no compartir su certeza de que la reforma ha sido un éxito y no alabar la clarividencia con la que “300.000 familias sin tierra son ahora orgullosos propietarios de tierra”, puede costar la cárcel e, incluso la vida. Mugabe está tan orgulloso de su proyecto que puede tomarse como una traición a la patria que se diga en público que el problema de la reforma agraria estriba en la precipitación con la que puso en marcha las expropiaciones y que los “orgullosos” nuevos propietarios de las tierras, generalmente próximos al poder, tienen tan poca experiencia en el cultivo que ni siquiera respetan las fechas propicias para la siembra.
 
Con tanta susceptibilidad, ni siquiera la necesidad de intentar disimular ante la comunidad internacional le impidió a la policía de Mugabe, justo mientras él intentaba exponer en Roma los logros de su régimen, meter entre rejas al líder de la oposición Arthur Mutambara por haber publicado en un periódico un artículo crítico con la mala gestión económica y la violencia con que las fuerzas de seguridad arremeten contra todo sospechoso de no militar a favor del régimen. En su ausencia también aprovecharon para detener a Morgan Tsvangirai, el líder del Movimiento para el Cambio Democrático, el partido más afectado por el último fraude electoral del régimen, que quizás se había hecho ilusiones de que la primera salida del presidente tras la consulta fuese una buena oportunidad para denunciar el asesinato de 58 militantes de su formación y la huida del país de otros 25.000 partidarios.
 
Aunque en Roma pareciese que Mugabe era el único dirigente político capaz de competir en satrapía con el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad, en la propia África hay varios ejemplos de extrema pobreza y hambrunas provocadas por el mal gobierno y las cleptocracias que proliferan. Justo por esas fechas, por ejemplo, Kal Silverstein, buen conocedor de la actualidad guineana, recordó en la prensa de EEUU que hay un dictador africano aún peor que Mugabe: su amigo Teodoro Obiang, presidente de Guinea Ecuatorial que, por cierto, también asistió a la cumbre de la FAO sin que nadie dijese ni mu.[2]
 
El Gobierno de Zapatero así como la mayor parte de los políticos españoles no comparten la afirmación, está claro[3]. Cuando toca hablar de Guinea Ecuatorial, el único país africano que tiene el español como idioma oficial (si no contamos al Sáhara bajo control del Frente Polisario y que forma parte de una unidad territorial pendiente de descolonización), los miembros de su Gobierno se limitan a alabar los avances democráticos de Teodoro Obiang Nguema al que sus compatriotas llaman El Jefe o el Número Uno. Al Gobierno del PSOE no le debe parecer que haya relación entre el mal gobierno con el que Obiang ha convertido las cajas del estado en su propia cuenta corriente y la situación que el pasado julio denunció el representante en Malabo del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el nigeriano Liman Kiari Tinguiri, cuando aseguró que el país sigue figurando entre los menos avanzados, con una de las tasas de mortalidad infantil más altas del planeta (206 de cada 1.000). 
 
En el Ministerio de Exteriores que dirige Moratinos deben de estar convencidos de que el drama en el que se halla sumida la población de Guinea es el resultado de una de esas crueles maldiciones que, tal como se suelen explicar en los medios de comunicación, aparecen cíclicamente como si las siete plagas bíblicas hubiesen decidido tener en este continente su especial campo de entrenamiento. Desde esta perspectiva deben de analizar en Moncloa la gran vergüenza que supone que la probabilidad de supervivencia de la gran mayoría de los guineanos no sobrepase el umbral de los 40 años porque, como señala el PNUD, el 57% de la población sigue sin tener acceso a agua potable ni instalaciones sanitarias con los niveles adecuados para curar males que se curan con un simple antibiótico. Otra consecuencia de estas carencias apuntada por UNICEF: el 20% de los niños muere antes de llegar a los cinco años de edad.
 
Los datos son tremendos pero la culpa de que no haya ni agua potable, ni atención sanitaria decente, ni alcantarillado también deben de creer en Moncloa que sea cosa de la indomable espiral de la pobreza africana y las insuperables secuelas de la brecha entre países del norte y del sur. Sin embargo, según datos de la Agencia Central de Inteligencia estadounidense (CIA), Guinea tenía en 2007 un Producto Interior Bruto per cápita de 44.100 dólares, comparable al de Suiza, Canadá o Reino Unido. El PIB per cápita del país es el cuarto del mundo y en 2007, según el Banco Mundial, Guinea Ecuatorial contaba con uno de los 60 mayores ingresos per cápita del mundo, con cantidades diez veces superiores a los de sus vecinos subsaharianos. Algo no cuadra.
 
Desde que en 1991 se puso en marcha la explotación de las enormes riquezas petroleras lo que ya se conoce internacionalmente como el Kuwait de África, se ha convertido en uno de los 30 primeros productores mundiales de petróleo, el tercer productor en el África subsahariana, por detrás de Nigeria y Angola.
 
Por ahora el negocio petrolero suma alrededor del 90% de la economía del país y es el responsable propulsor de ese espectacular crecimiento del 16% en los últimos quince años señalado por el PNUD. Además, el país exporta casi 1.000.0000 de metros cúbicos de madera tropical al año, tiene una gran riqueza minera y está a punto de redondear su título de gran productor de petróleo con una igualmente prometedora producción de gas. Eso sin contar con los ingresos del narcotráfico que tantas veces ha sido sorprendido en las valijas de los diplomáticos de Obiang.
 
Conclusión: Guinea Ecuatorial no es de natural tan pobre como uno se imagina un lugar donde el 60% del apenas medio millón de habitantes vive con menos de un dólar al día. No lo era en tiempos de la colonia, cuando se decía que Guinea no había tenido la suerte de sus vecinos y que allí no había petróleo y, simplemente con su producción en cacao y café de gran calidad la entonces provincia española tenía la segunda mayor renta per cápita del continente, por detrás de Suráfrica. ¿Por qué lo iba a ser ahora? No ha habido sequía, ni guerra civil que justifique tan abrupto cambio. El país sigue siendo tan fértil como entonces sólo que ahora ya hasta el 95% de los bienes básicos (yuca, tomates, plátanos, cebollas, patatas, etc.), los tienen que importar del vecino Camerún.
 
El por qué a pesar del maná petrolero los guineanos se mueran de diarrea, tifus, cólera y malnutrición, salió a la luz en 2005, con un informe del subcomité de investigaciones del Senado de EE.UU sobre las actividades del Banco Riggs en Washington, el mismo que fue investigado por el blanqueo de fondos del fallecido dictador chileno Augusto Pinochet. [4] Con esta investigación se hizo público el sospechoso movimiento en las cuentas que el presidente Teodoro Obiang y su entorno familiar habían abierto en la sede de la entidad en Washington en 1995 para apropiarse de los ingresos del petróleo proporcionados por las multinacionales estadounidenses (la Exxon Mobil Corporation factura en la actualidad alrededor del 75% de la producción del país).
 
Según este informe, de un saldo inicial de 100 millones de dólares, la cuenta de Obiang había pasado en apenas ocho años a los 700 millones de dólares. Un resultado notable (el del ahorro de la familia) teniendo en cuenta la pasión con que Teodorín, hijo del dictador guineano, colecciona coches de alta velocidad de 1,5 millones euros el ejemplar, o adquiere, al igual que otros familiares, mansiones en los puntos más glamurosos del planeta. Como denunció Global Witness, una de las organizaciones en armas contra la corrupción en los países pobres, sólo la mansión que Teodorín compró en Malibú le costó 34 millones de dólares.
 
Además, en aquellos años del comienzo de la explotación del petróleo, los ingresos todavía no habían logrado ni por asomo las cifras actuales: en 1991 la producción petrolera comenzó con unos 7.500 barriles diarios de los que se ha pasado, según datos oficiales, al medio millón de barriles diarios. Los ingresos de 3 millones de dólares que esta explotación aportó en 1993 se fueron disparando hasta tocar los 210 millones en 2000 y al menos 700 millones en 2003.
 
De acuerdo con datos del Banco Central de Estados Africanos, Guinea Ecuatorial exportó en 2007 petróleo por un valor de 4.300 millones de dólares, aunque estos cálculos suelen hacerse siempre a partir de una producción oficial estimada en entre 400.000 y 500.000 barriles diarios que podrían estar muy por debajo de la verdadera: uno de los métodos más habituales entre los cleptócratas africanos en países ricos en recursos consiste en maquillar la contabilidad limitando la producción que, en este caso, parece supera ya los 800.000 barriles diarios.
 
Como ha explicado  Global Witness el mal que padece Guinea Ecuatorial es la llamada “enfermedad holandesa” que suele atacar a países del tercer mundo con enormes riquezas en hidrocarburos o en recursos mineros cuya explotación bastaría para sacar a sus poblaciones de la pobreza. El mal gobierno y el saqueo de sus Gobiernos no sólo suele dar al traste con esta lógica sino empeorar las condiciones de vida de las poblaciones por varias razones: las enormes fortunas que los dictadores acumulan a costa del saqueo de los ingresos les dan buenas razones para atornillar la represión que asegura su permanencia en el poder. Además, los fáciles y enormes ingresos generados por el pillaje hipnotizan a los gobernantes con los fáciles ingresos del petróleo y les hacen dar la espalda a las actividades económicas que no forman parte de ese negocio.
 
Ello explica el retroceso experimentado por Guinea Ecuatorial en el Índice de Desarrollo Humano (IDH)  del PNUD. Si en 2002 ocupaba la posición 111 de 177, en 2004 el empeoramiento de la esperanza de vida y la elevada mortalidad infantil le hicieron retroceder hasta el puesto 120.  El descenso continúa y ya ha alcanzado el puesto 127 situando los niveles de pobreza de los guineanos a la altura de los de países tocados por el azote de sequías o guerras como Ruanda, Eritrea o Níger. Las secuelas del sufrimiento que se respira tras estos números, recuerda Global Witness, favorecen el brote de inestabilidad e, incluso guerras civiles entre los que no nunca tienen suficiente y las víctimas de la injusticia o, simplemente, los grupos rebeldes dispuestos a ocupar el puesto de los cleptócratas en nombre del bien común para luego emular su ejemplo. Las guerrillas que están floreciendo en la región petrolera del Delta del Níger (Nigeria) o en el Chad, son un buen ejemplo de ello.
 
El problema está afectando tan seriamente a la estabilidad y la paz en el continente que, desde el Banco Mundial, numerosas ONG, multinacionales petroleras (que ven como el polvorín, cuando prende fuego, se vuelve en su contra) y Gobiernos occidentales, se están tomando muy en serio que el compromiso solidario, además de las ayudas alimentarias y financieras, se incardine en la lucha por la democratización y el buen gobierno de los países pobres. Algunas de sus recetas, defendida en el marco de la campaña Publica lo que pagas en la que participan más de  se centran en la defensa de la transparencia en los balances de las empresas que tratan con los cleptócratas tanto para la explotación de los recursos como para la gestión de sus cuentas corrientes. En esta línea de lucha por el desarrollo, colaborar con la opacidad que encubre el desvío a paraísos fiscales de los ingresos del estado forma parte de la complicidad contra los responsables de hambrunas, guerras civiles y violaciones de los derechos humanos.
 
¿Y que hace el Gobierno español al respecto?
 
Podría hacer mucho, teniendo en cuenta que el presidente Zapatero se ha comprometido a dar ejemplo al mundo sobre cómo se hace una política exterior, solidaria, “comprometida” y “progresista”. Desde que dijo esta aquello de “Marcaré el rumbo y daré voz a la política exterior”, la batalla contra el hambre se convirtió en el eje de la política exterior de esta legislatura[5]. Hasta el cantante Bono, le felicitó este otoño por este empeño durante la celebración de la Asamblea General de la ONU en Nueva York, con tanto entusiasmo que le pidió que lidere la lucha contra la pobreza en la Unión Europea. 
 
Sólo las cifras de las cuentas de Obiang manejadas por el informe Riggs ilustran por qué Guinea puede correr la misma suerte que Zimbabue y por qué el dictador y su familia están dispuestos a todo tipo de brutalidad con tal de seguir controlando las cuentas del estado: desde torturar y asesinar a opositores a clavar tenedores en la vagina de sus mujeres. Sin embargo, en sus páginas también se hacen varias referencias a cómo la investigación sobre Obiang se topó en varias ocasiones con la negativa a colaborar de entidades bancarias españolas como el Santander, a las que conduce el rastro de las trasferencias operadas por la familia Obiang a través del Riggs. Se perfila así un reto ideal para un Gobierno que no pierde la oportunidad de fustigar los males del capitalismo y de la voracidad del mundo financiero.
 
En el plano político, el ejemplo británico, ex potencia colonial pisando muy fuerte para ejercer su papel de interlocutor con especiales vínculos históricos, culturales y económicos con Zimbabue, debería servir para plantear varias reflexiones sobre la calidad de la política solidaria del actual gobierno socialista.[6]
 
En la reunión de la FAO en Roma, sin embargo, quedó claro que Zapatero tiene una idea muy distinta de cómo hay que ayudar a los pobres: discurso de mea culpa muy autofustigatorio de ciudadano del mundo bien alimentado, mostrando su consternación hacia la tacañería de algunos países de la OCDE -entre ellos el Reino Unido- que “en una coyuntura tan dramática como la actual han decidido reducir su ayuda al desarrollo”; promesa solemne de que España dará el ejemplo a estos tacaños y contribuirá a aliviar los sufrimientos de los más necesitados del planeta con 500 millones de euros y aplausos entusiastas a las intervenciones de los participantes, incluida la de Teodoro Obiang. Es más para que no hubiese dudas de que él no ve ningún problema en Guinea, mientras su colega británico bramaba por la detención de los opositores en Zimbabue, Zapatero mantenía entre rejas en Navalcarnero al dirigente opositor Severo Moto[7].

 
 
Notas

[2] “Africa’s Worst Dictator: No, it’s not Mugabe”: www.harpers.org/archive/2008/05/hbc-90002908
[3] Diputados en Guinea. Papelón español: www.gees.org/articulo/5546/29
[4] Informe del Senado de EEUU sobre el caso Riggs publicado por  Asodegue:
[5] José Luís Rodríguez Zapatero: En interés de España: una política exterior comprometida: www.realinstitutoelcano.org/wps/portal/rielcano/contenido?WCM_GLOBAL_CONTEXT=/Elcano_es/Zonas_es/Imagen+de+Espana/00027
[6] http://enarenasmovedizas.blogspot.com/2008/06/diplomacia-solidaria-de-corto-alcance.html