Navas de Tolosa: la mayor batalla de la Reconquista

por Jesús María Ruiz Vidondo, 9 de noviembre de 2011

 

1. Introducción


Una de las creencias fundamentales de los islamistas radicales de hoy en día consiste en creer que España debe ser parte de su futuro califato:ser de nuevo Al-Andalus. Y es que nuestro país es uno de los pocos lugares en los que los musulmanes han retrocedido y han sido derrotados, tras una época de expansionismo. Pues bien: el momento que los historiadores consideran como el fin del ímpetu expansionista musulmán en la Península, y el principio del fin de su presencia en España, es esta batalla de las Navas de Tolosa.


El año que viene se cumplirán 800 años de esta batalla, que cambió la historia de Europa. La carga de caballería de tres reyes españoles lo cambió todo. Fue un 16 de julio de 1212, lunes, cuando el ejército almohade de Miramamolín Al Nasir -que había jurado colocar la media luna en Roma- fue destrozado cerca de Despeñaperros. Al Nasir había proclamado la yihad contra los infieles, y a tal fin había cruzado con su ejército el estrecho de Gibraltar, resuelto a reconquistar para el Islam toda la España cristiana, antes de invadir una Europa debilitada e indecisa.


En la batalla se le enfrentaron las tropas de Castilla, de Aragón y de Navarra, además de toda una serie de europeos que llegaron ante la llamada del Papa. Enfrente, el potente ejército musulmán, estaba compuesto por tropas almohades, beréberes e hispano-musulmanas de toda al-Andalus; además se sumaba un cuerpo de arqueros kurdos, enviados por el califato de Bagdad al monarca almohade.


En ese momento, la situación en la Península Ibérica era la siguiente: el Norte, hasta la línea del Tajo, se dividía en cuatro reinos cristianos: León, Castilla, Navarra y Aragón. El Sur y Levante formaban parte del extenso Imperio Almohade, que no sólo comprendía al-Andalus, sino también Marruecos, Mauritania, Túnez y Argel. La actual Castilla-La Mancha era en buena parte una extensa frontera, prácticamente despoblada y jalonada por una serie de castillos defensivos, a la sazón en poder de los musulmanes. El rey de Castilla, Alfonso VIII, había sufrido unos años antes (1195), una grave derrota en Alarcos. Por si esto fuera poco, el único baluarte cristiano al sur del Tajo, el castillo de Salvatierra, -que había sido la segunda sede de los Caballeros de Calatrava- cayó tras una heroica resistencia en poder de al-Nasir, cuarto califa almohade, en el año 1211.

 

2. Antecedentes.


En el año 1031 el califato de Córdoba llegaba a su fin, y su territorio quedaba fragmentado en decenas de reinos de taifas incapaces de frenar la expansión hacia el sur de los reinos cristianos. Así que los almorávides fueron llamados a socorrer a los presionados soberanos islámicos. Eran intransigentes en la aplicación de las reglas coránicas y críticos con la relajación de costumbres en que, según ellos, habían incurrido los reinos de taifas. Llegaron a la Península Ibérica en 1086, logrando detener a los cristianos y unificando de nuevo Al-Ándalus.


Sin embargo, en la primera mitad del siglo XII el poder volvió a fragmentarse en la España musulmana, lo que aprovecharon los monarcas cristianos para reemprender el avance hacia el sur. En esta ocasión fueron los almohades, más radicales aún que sus predecesores, los que vinieron desde África a socorrer al islam. Hacia 1146, forzaron una progresiva unificación política bajo su cetro que obligó a los cristianos a retroceder de nuevo. El nuevo imperio se extendía hasta la actual Libia, y al frente del nuevo entramado político figuraba un califa que adoptó el título de Príncipe de los Creyentes: era Amir ul-Muslimin, que los cristianos rebautizaron como Miramamolín.

 

3. Los almohades


A comienzos del siglo XII aparece en el norte de África y en la zona del Magreb un imperio unificado en torno a diversas tribus de bereberes. Este movimiento tenía un claro trasfondo de profunda renovación religiosa del Islam, era una secta islámica reformista. Los almohades, “los unitarios” -en lengua árabe “los que reconocen la unidad de Dios”-, nacen en la actual Marruecos como reacción a la supuesta relajación moral de los almorávides, rechazando a los santones y defendiendo la unidad bajo Alá. Su fundador es el mahdib (el guía, el Imán que ha de venir) Muhammad ibn Tumart. Con la voluntad de volver al Corán, se enfrentaban a los almorávides: estos habían instaurado una rígida ortodoxia, pero no habían cambiado aquellas costumbres populares poco acordes con el Corán. Como curiosidad, antes de combatir se afeitaban la cabeza.


Desde el Atlas se extendieron por el norte de Marruecos con Abl Al-Mumin, que se proclamó califa, llegando a controlar Túnez. Se expandieron por España en el año 1147, a costa de los reinos de taifas almorávides, que intentaron resistirse: contando incluso con el apoyo de los reinos cristianos. Puesto que querían unificar las taifas almorávides utilizando como elemento de propaganda la resistencia frente a los cristianos y la defensa de la pureza islámica, su yihad se dirigió tanto contra los cristianos como contra los musulmanes. Al final tuvieron éxito: controlaron casi toda la España musulmana, y pusieron la capital hispana en Sevilla, aunque la sede central de su imperio siguió establecida en Marraquech. Llegaron a controlar un territorio que iba desde Lisboa hasta Trípoli, incluyendo la mitad de España. Detuvieron el avance cristiano en 1195, en la batalla de Alarcos.
 

A pesar de estos éxitos los almohades no lograron la adhesión de los nativos: la causa, la excesiva rigidez de sus planteamientos, la lejanía de Al-Andalus a muchas tradiciones bereberes, y la dureza con la que trataron a los almorávides vencidos. Esta desafección  acabó generando continuas tensiones internas. 


Pero entre tanto, la unidad política y religiosa se tradujo en victorias sobre los cristianos, que temían perder los territorios más preciados que tenían: Castilla era la más amenazada por los almohades. Y por la secesión de León -que había llevado a diferentes enfrentamientos entre los dos reinos cristianos- se decidió crear las órdenes militares de Calatrava, Santiago y Alcántara. Y se las alentó para combatir.


Como se ha comentado, en 1195 los almohades vencen en la batalla de Alarcos, y el ejército del rey castellano Alfonso VIII es casi diezmado. El vencedor, el califa Yusuf II, adoptó el nombre de Al-Mansur, el Victorioso; para conmemorar su triunfo mandó levantar la Giralda de Sevilla. Después, en 1197, se pactó una tregua de diez años que alivió la situación de Castilla. Tras la tregua volvieron las escaramuzas; era sólo cuestión de tiempo que se produjese una batalla de gran magnitud.Toledo estaba amenazada, al igual que los territorios aragoneses y catalanes de Zaragoza y Tarragona. Como consecuencia de la derrota se pierden las ciudades de Calatrava, Plasencia, Huete y Uclés. Alfonso VIII desde 1208 pactó una serie de alianzas con las coronas de Aragón y Navarra, pero esto no impidió que en 1211 Salvatierra cayese en manos musulmanas.


La importante plaza estaba sitiada por un ejército poderosísimo, dotado de grandes maquinas de guerra y asedio. El castillo de Salvatierra resistió sin embargo, durante dos meses. Aunque  al final sus defensores tuvieron que rendirse, aunque pudieron salir de la plaza y refugiarse en Castilla. Era septiembre 1211. La caída del castillo de Salvatierra en manos de los Almohades produjo una profunda emoción en toda la España cristiana y va a precipitar no sólo la unión de los Reyes españoles para defenderse de la amenaza musulmana, sino también, la predicación de una nueva Cruzada en occidente. Así es como el navarro Rodrigo Ximénez de Rada, Arzobispo de Toledo, salió para Roma (1212) con la finalidad de que el pontífice expidiese las letras apostólicas necesarias a la predicación de una Cruzada en occidente. Todo indica que luego recorrió Italia, llegó al Norte de Francia e incluso a Alemania y a su regreso, pasó por las regiones francesas del Mediodía, predicando en todas partes la Cruzada contra los Almohades. Fue en la Provenza y comarcas vecinas donde el Arzobispo de Toledo despertó gran entusiasmo.  De hecho, la nueva Cruzada no dejo de preocupar a Simón de Montfort, que ocupado en la suya propia frente a los Albigenes, temió que aquella le quitase combatientes. Tenía razón: la Cristiandad empezaba a inquietarse ante la amenaza almohade, y no fueron pocos los trovadores provenzales que se sintieron solidarios de la misión europea que suponía detener en España el empuje del Islam: Gravaudan la comparaba a las Cruzadas de Oriente.


Rodrigo Ximénez de Rada centró sus esfuerzos en esta cooperación, logrando del Papa Inocencio III la proclamación de una cruzada en España. Lo que significaba que ningún reino cristiano le atacaría (eso habría significado la excomunión), y además estimularía a cristianos de toda Europa a sumarse a la campaña. Por ello intervinieron varios obispos como los de Narbona, Burdeos y Nantes, ye importantes caballeros del centro y del sur de Francia. Se proclamaron con rapidez las indulgencias plenarias por toda Europa, causando especial efecto en Francia. En el otro lado, árabes, turcos, senegaleses y bereberes, movidos por el principio de la guerra santa, cruzaron el estrecho en enero de 1212 sumándose a las tropas de Al-Ándalus, dirigidas por Al-Nasir, hijo del vencedor de Alarcos.


Alfonso VIII ordenó a Ximénez de Rada, además de Arzobispo de Toledo Canciller del Reino y Primado de España, que predicara dicha Cruzada. Y lo hizo, con gran éxito. Y no sólo eso:  se ocupó directamente de la complicada logística de la operación. Mover un ejército de más de diez mil hombres durante un mes por La Mancha, despoblada y sometida al calor del  pleno verano no fuer tarea fácil.


Sin embargo,  pese al llamamiento de la Cruzada, no todos los reinos cristianos acudieron. Alfonso IX de León, primo y vasallo del rey de Castilla, se negó a prestar su ayuda y aprovechó la salida de las tropas castellanas hacia el sur para invadir la Tierra de Campos. Sancho el Fuerte de Navarra, también primo del rey castellano, tampoco quiso colaborar, pues era amigo de al-Nasir, que le había proporcionado grandes sumas de dinero. Todo lo contrario que Pedro II de Aragón, quien fue incondicional colaborador de Alfonso VIII y, junto a él, todos los nobles de su reino. A la concentración de Toledo llegaron además numerosos cruzados de toda Europa, especialmente del Mediodía francés, pero también de Alemania e Inglaterra. Son los llamados ultramontanos en la Crónica del Arzobispo. 


Así, durante la octava de Pentecostés se reunieron en Toledo caballeros y peones franceses, provenzales italianos y de otros países, en número que parece llegó hasta los 70.000. Entre los señores ultramontanos que accedieron figuraban, además de los Prelados citados, el Conde Centulo de Astarac, el Vizconde Ramón de Turena, encargado del abastecimiento de los Cruzados y de proveerles de armamento y caballos, ya que muchos venían sin ellos.  Cuando ya había en la ciudad numerosísimos cruzados extranjeros, llego a Toledo el Rey de Aragón, quien, con su brillante hueste de catalanes y aragoneses, plantó sus tiendas en la vega; con él llegaban Berenger, Obispo electo de Barcelona, y García, Obispo de Tarragona. Por causa de los preparativos para la reunión de su hueste, Alfonso VIII de Castilla solo pudo incorporarse a los demás Cruzados pasada ya la Pascua de Pentecostés. Sancho VII el Fuerte de Navarra  se retrasará aun más y se unirá al ejercito cristiano cuando este se encuentre ya en campaña.


El ejército había crecido. Sólo la hueste castellana de Alfonso VIII parece que sumaba más de 60.000 hombres; a sus tropas se añadían las catalanas y aragonesas de Pedro II; las ultramontanas; los caballeros de las Ordenes de Calatrava y Santiago, del Hospital y del Temple; y los portugueses, leoneses, gallegos y asturianos que fueron a Toledo por su propia iniciativa. Existen muchas fuentes diferentes sobre la cantidad de combatientes, es muy difícil saber cuántos soldados había en la realidad. Lo más fiable es que fuesen: 50.000 castellanos, 20.000 aragoneses y 30.000 franceses.


Entretanto, el Califa almohade Abu Abd Allah Muhammad al-Nasir se había preparado por su parte para hacer frente a los cruzados, reuniendo un gran ejército, que concentró principalmente en Sevilla y que debió de estar formado según algunas crónicas por unos 250.000 hombres; en verdad las fuentes más fiables hablan de 120.000. Este ejército se había puesto ya en marcha el 20 Junio hacia Jaén y Sierra Morena. Fue cuando los Cruzados abandonaron Toledo y se encaminaron hacia la frontera de al-Andalus.

 


4. La batalla


La batalla se libró el 16 de julio de 1212: fue la mayor de todo el período de la Reconquista, marca el fin del ímpetu expansionista del Islam, y el principio del fin de su presencia en estos territorios. Además, es una de las mayores batallas en Europa que se hayan producido durante ese período.


El desarrollo de la batalla aún sigue siendo muy controvertido dentro del mundo de los historiadores: casi cada provincia y cada comunidad autónoma han dado su versión diferenciada de lo que supone esta batalla en la historia de España. Hay historiadores que consideran que las Navas de Tolosa no fue tan fundamental en la historia de España, sin embargo, otros muchos historiadores afirman que esta batalla fue el fin del avance musulmán. Para los historiadores navarros es fundamental la actuación del rey Sancho VII de Navarra, otros afirman que la derrota de Al-Nasir no suponía una amenaza para el mundo cristiano. Historiadores aragoneses afirman que la fama de la batalla se debe a la manipulación propagandística de Alfonso de Castilla y del arzobispo navarro Ximénez de Rada.


Lo fundamental es lo más sencillo: tres reyes españoles batieron juntos en las Navas de Tolosa al ejército almohade.


El 19 de junio de 1212 salieron de Toledo las huestes cristianas; aunque pronto comenzaron las desavenencias entre los cristianos. Los cruzados franceses querían botín y no estaban interesados en aplicar las medidas que facilitasen la posterior ocupación, que era lo que pretendía el rey castellano. En su camino tomaron las plazas musulmanes de Malagón (la primera fortaleza que encuentran en su camino,  el 24 de junio pasando a todos sus moradores a cuchillo); y de Calatrava (tras ella se produce la ruptura y los cruzados franceses abandonan el ejército en dirección a Francia sin dejar de asaltar todas las juderías que encontraron por el camino, con sólo el obispo de Narbona y 150 caballeros franceses leales a la expedición. La fortaleza de Calatrava se toma el 1 de junio gracias al acuerdo entre Abén Cadis, guerrero andaluz, y los españoles del otro bando; éstos no querían perder sus fuerzas en pequeñas batallas, querían guardarlas y no perderlas en ataques pequeños. Abén Cadis pagó cara su rendición: fue degollado por el califa almohade.En Caracuel se les unió el ejército de Sancho de Navarra, con 200 caballeros y unos 8.000 hombres. No eran demasiados: las tropas españolas tenían en total 15.000 soldados a caballo. No fueron ni el rey de Portugal ni el de León, que último tomó ciudades castellanas, aprovechando la ausencia de Alfonso VIII.


Ante la posición estratégica de Despeñaperros en manos almohades, el avance del ejército cristiano parecía una maniobra suicida. Entre las deliberaciones cristianas, el rey aragonés Pedro II y el rey navarro Sancho VII 'El Fuerte' se inclinaban por retroceder para buscar un paso más seguro. Por el otro lado, el rey castellano Alfonso VIII se negaba convencido de que una retirada causaría una deserción masiva en el ejército cristiano. Finalmente, se decidió avanzar de frente hacia Despeñaperros. Aquí las crónicas narran un suceso providencial: un pastor de la comarca se ofreció a guiar al ejército cristiano por un paso que los almohades no podían atacar. El paso actualmente recibe el nombre de 'Paso del Rey', que desemboca entre las poblaciones de Miranda del Rey y Santa Elena.


El ejército cristiano lo atravesó sin dificultad y acampó en espacio abierto. Tras una breve escaramuza en el Puerto del Muradal, el choque definitivo se producirá junto al lugar llamado Mesa del Rey.


Los ejércitos cristianos llegan el viernes 13 de julio de 1212, y se producen pequeñas escaramuzas durante el sábado y domingo siguientes. El principal campamento almohade estaba en Baeza: sus fuerzas eran de 120.000 hombres, aunque otras fuentes exageradas hablen de 300.000. Entre las tropas almohades había dos cuerpos de élite: el de los agzaz, los arqueros turcos mercenarios, armados con un potentísimo arco compuesto, capaces de disparar en cualquier dirección, y montados en corceles pequeños, rápidos y manejables. Los agzaz habían venido de Egipto para luchar contra los almohades, pero al ser derrotados se unieron a los almohades. El otro cuerpo formado por subsaharianos, la guardia negra, armada con largas lanzas, era la guardia personal de Miramamolín.


El domingo 15, los musulmanes se presentaron en orden de batalla y provocaron a los cristianos para que atacasen. Los cristianos aguantaron, estudiaron a las fuerzas enemigas y prepararon minuciosamente la batalla. En la batalla de Alarcos las milicias situadas en las alas habían cedido ante el ataque almohade, así que esta vez Alfonso VIII decidió poner intercaladas tropas profesionales y órdenes militares. Las alas las confió a los mejores: derecha (Navarra) e izquierda (Aragón). El lunes 16 de julio a primeras horas del día se inicia el combate principal.


Diego López de Haro mandaba la vanguardia cristiana en la batalla. El centro estaba dominado por el rey castellano, y como se ha dicho, el rey de Aragón mandaba el ala izquierda, y la derecha el rey navarro. En primera línea estaban las respectivas vanguardias, con los ejércitos y costaneras en el centro y las zagas mandando las retaguardias. En cuanto a la disposición, había cuatro líneas en el centro: 1- Mandada la primera por Diego López de Haro; 2- La segunda con González Núñez de Lara con las órdenes militares; 3- la tercera con Felipe Díaz de Cameros; y 4- la última era la reserva con el rey y el arzobispo de Toledo. El final de la cuarta línea era fundamental, puesto que se sabía desde Tierra Santa que ésta debía ser ágil para movilizarse allí donde hubiese problemas.


En el bando contrario, los musulmanes instalan su campamento en el Cerro de las Viñas, con la infantería al frente y la caballería ligera en los flancos. El jefe almohade creía en la victoria por su superioridad numérica y por su táctica, que en principio era superior a la cristiana;  movilidad y retirada, hostigamiento continuo, y al final búsqueda de una brecha en las defensas de sus enemigos. A tal fin, detrás quedaba la caballería pesada almohade, con la zaga musulmana guardando el campamento del Califa.  El centro musulmán estaba formado por cuatro líneas: 1- tropas ligeras árabes y bereberes del desierto; 2- voluntarios de todo el Islam y andaluces; 3- la infantería almohade y los agzaz; y 4- la guardia de Miramamolín con 10.000, aguardaba en una colina, defendida por estacas y cadenas; de entre ellos, los más fanáticos guerreros, estaban atados armados con largas lanzas y enterrados hasta la media rodilla, preparados para luchar hasta la muerte. Se trataba de los Imesebelen, los desposados. 


Con las primeras luces del día 16 de julio de 1212 se pouso en marcha el avance cristiano, hostigado por una lluvia de flechas. Los almohades, que doblaban ampliamente en número a los cristianos, llevaron a cabo la misma táctica que años antes les había dado tanta gloria: los voluntarios y arqueros de la vanguardia, mal equipados pero ligeros, simulaban una retirada inicial frente a la carga, para contraatacar luego con el grueso de sus fuerzas de élite del centro y hostigarlos sin descanso. A su vez, los flancos de caballería ligera almohade, equipada con arco, trataban de envolver a los atacantes. Se trataba de idéntica táctica que en la batalla de Alarcos.


En el cerro de los Olivares, cerca de Santa Elena, los cristianos dieron el asalto ladera arriba bajo una lluvia de flechas de los almohades. Querían alcanzar el palenque fortificado donde Al Nasir había plantado su tienda roja y donde leía sobre su escudo el Corán. Como estaba previsto, a la vanguardia cristiana la comandaba el vasco López de Haro, que con jinetes e infantes castellanos, aragoneses y navarros, deshizo la primera línea enemiga, quedando frenada en sangriento combate con la segunda. Milicias enteras, como la de Madrid, fueron aniquiladas.


Al verse rodeados éstos por las fuerzas almohades, acude la segunda línea de combate cristiana.  Tras ella atacó la segunda oleada, con los veteranos caballeros de las órdenes militares como núcleo duro: pero sin lograr romper tampoco la resistencia almohade. Pero habiendo avanzado mucho, y rodeados por los enemigos, los cristianos comenzaron a sufrir una situación crítica: junto a López de Haro, a quien sólo quedaban cuarenta jinetes de sus quinientos, los caballeros templarios, calatravos y santiaguistas, revueltos con amigos y enemigos, se batían luchando hasta el final. Todo es insuficiente, la batalla parece perdida, varias veces durante la batalla parece que se vence y que se pierde. Rodeados, los cristianosno podían maniobrar: y ya no peleaban por la victoria, sino por la vida


Las tropas de López de Haro habían sufrido terribles bajas: sólo el capitán y su hijo, junto a Núñez de Lara y las Órdenes Militares resisten como pueden. Al ver retroceder a los cristianos, los musulmanes rompieron exultantos su formación para perseguirles: fue un grave error táctico, que los cristianos no desaprovecharon. Los flancos de la milicia cargaron contra los flancos del ejército almohade, estirados hacia el centro, igualándose ambos bandos en apuros. Fue entonces cuando según conocida anécdota, Alfonso VII, visto el panorama, desenvainó la espada, hizo ondear su pendón, se puso al frente de la línea de reserva, tragó saliva y volviéndose al arzobispo Ximénez de Rada gritó: «Aquí, señor obispo, morimos todos». Y picando espuelas, cabalgó hacia el enemigo. Los reyes de Aragón y de Navarra, viendo esto, se lanzaron al galope desde ambos flanco. Los tres reyes cabalgaron por las lomas de Las Navas, con su exhausta infantería gritando de entusiasmo mientras abría sus filas para dejarles paso.


Los tres reyes, con sus mesnadas -que eran lo más granado del ejército cristiano- se lanzaron por el centro que la caballería enemiga había dejado abierto al lanzarse tras los cristianos. Por si fuera poco, para los musulmanes se ha producido la retirada de los guerreros andalusíes como venganza por la muerte de Abén Cadis. La carga de los reyes y caballeros cristianos infunde ánimos que hacen renovar el brío de la infantería contra los musulmanes.
 

Según algunas fuentes, fue cuando el propio rey Sancho VII de Navarra aprovechó la ocasión y se dirigió directamente a la tienda de Al-Nasir. Los caballeros navarros, junto con parte de su flanco, atravesaron su última defensa. Después, el desastre musulmán: el ejército almohade se hundió, e inició una retirada a la desesperada con Al-Nasir a la cabeza. La victoria estaba ya del lado del bando Cristiano. En el momento que los arqueros musulmanes no pudieron maniobrar ante las líneas tan juntas, su táctica se vino abajo, y la carga de la caballería pesada cristiana se volvió imparable.
 

 

5. Las consecuencias de batalla.

En la batalla, 25.000 cristianos murieron; 50.000 fueron los muertos musulmanes. Tras la batalla los cristianos toman Baeza, Úbeda y Jaén, mientras el califa Al- Naris decapita a los príncipes andalusíes por su retirada del campo de batalla. Pero más allá de lo inmediato, la victoria en las Navas de Tolosa aumentó la presión cristiana sobre los musulmanes. Como consecuencia de esta batalla, el poder musulmán en la Península Ibérica comenzó su declive definitivo y la Reconquista tomó un nuevo impulso que produjo en los siguientes cuarenta años un avance significativo de los reinos cristianos, que conquistaron casi todos los territorios del sur bajo poder musulmán. La victoria habría sido mucho más efectiva y definitiva si no se hubiera desencadenado en aquellos mismos años una hambruna que hizo que se demorara el proceso de reconquista. La hambruna duró hasta el año 1225.


Al-Nasir nunca se repuso del desastre de las Navas. Abdicó en su hijo, se encerró en su palacio de Marrakech y se entregó a los placeres y al vino. Murió, quizá envenenado, a los dos años escasos de su enorme derrota. A partir de ésta se produjeron divisiones entre los almohades. Al final, ellos mismos serían derrocados por otras tribus bereberes opuestas.
 

Para la Cristiandad, los estandartes musulmanes se llevaron a Toledo, las cadenas a Navarra y el estandarte de Miramamolín fue a las Huelgas.


En términos militares, hay que tener en cuenta en primer lugar la importancia logística de un movimiento de tropas enorme para esa época, que recorrió cientos de kilómetros. En las Navas de Tolosa se puede ver la importancia logística: encontrar lugares para comer los hombres y beber los caballos no era cuestión menor, ya que el número de soldados fue superior a la media de los soldados que luchaban en Europa en diferentes batallas.


En segundo lugar, la clave del combate fue la adecuada ejecución de la carga sobre el centro musulmán, obligando a los musulmanes a no realizar sus técnicas de combate. La disciplina y el control de los cristianos ante el desarrollo de la batalla no fue asunto menor. Por otro lado, la estrechez del campo de combate favoreció a los cristianos.


Y sobre todo, las Navas de Tolosa demostraron que la unión de los reinos cristianos era rentable tanto en términos bélicos como en territoriales. La victoria dió a los cristianos el control del camino que iba de Córdoba a Toledo. Les demostró la posibilidad de derrotar a los musulmanes de manera inapelable.

 

Bibliografía.


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