Nueva percepción del islamismo en el Magreb, ¿está Europa preparada para hacerle frente?

por Marcos R. Pérez González, 20 de marzo de 2006

El triunfo del movimiento terrorista Hamas en las recientes elecciones palestinas parece haber escandalizado a una parte de la clase política europea, al estimar que los peores presagios se habían cumplido definitivamente en el estancado conflicto israelo-palestino. Así, un grupo terrorista de carácter islamista ha puesto en jaque a más de un Gobierno europeo que se ve de este modo ante la perentoria duda entre rechazar a Hamas por lo que es, terrorismo islamista, o negociar con un Gobierno soberano palestino salido de las urnas. Lo que nadie ha parado a pensar es que la ideología islamista y el terrorismo islamista está más cerca de Europa de lo que parece.
 
No hace falta fijarse en Oriente Medio. De hecho, en el Magreb también se está produciendo un auge y evolución permanente del islamismo, sin que a nadie parezca preocupar en los estamentos políticos bruselienses y mucho menos en los Estados ribereños del norte mediterráneo. Las dudas mostradas ante la respuesta que debe darse al islamismo también han quedado de manifiesto tras la polémica de las caricaturas del profeta así como con relación a las políticas migratorias que deben adoptarse en Europa, en particular frente a la inmigración musulmana. Estos interrogantes no pueden por menos que plantearnos una duda en torno a la reacción que adoptaría  Europa si tuviera que tratar con posibles regímenes islamistas en el norte de África o simplemente frente a la existencia del islamismo, en ascenso en esa región mediterránea ¿Está Europa preparada para ello?
 
Los últimos acontecimientos muestran las incoherencias de la política exterior de la Unión  Europea en general y la de los Estados miembros en particular, frente a estos problemas, algo que comienza a ser inquietante para el futuro de Europa Occidental.
 
Una región inestable plagada de incertidumbres
 
Ciertamente, una mirada retrospectiva por los años transcurridos entre la independencia de los Estados magrebíes y la situación en la que se encuentran en la actualidad, muestra la existencia de una serie de problemas comunes a todos ellos, problemas de índole variada pero en cierto modo compartidos, si bien con ritmos de aparición diversos a lo largo de los últimos cincuenta años, pero reveladores de una serie de incertidumbres que pondrían en entredicho las bondades de su proceso de modernización, generalmente alabadas desde la Unión Europa. Y son esas incertidumbres las que deberían catalizar una reacción desde la UE algo distinta a la actual, basada por lo general en una condescendencia excesiva hacia regímenes políticos de carácter no democrático, una cooperación al desarrollo con una escasa proyección social en las áreas donde va destinada, desmesurados programas de ayudas económicas mal gestionados y con objetivos mal definidos y, por último, unas políticas migratorias que han tenido en cuenta aspectos irrelevantes como el interés multicultural y no el económico y laboral, generando flujos de extranjeros descontrolados con problemas de integración evidentes en todos los países de la UE, como los hechos se empeñan en demostrar a diario.
 
El Magreb se ha constituido en una zona de creciente inestabilidad por diversos motivos, siendo en la actualidad los más relevantes tres de ellos, a saber, las dificultades operadas en los procesos de transición a la democracia, aún sin finalizar en ninguno de los Estados miembros de la UMA y en alguno de ellos aún sin comenzar, la lentitud en el desarrollo de sus economías, con algunos matices entre cada uno de los cinco países y por último, la aparición hace dos décadas de corrientes islamistas fuertemente implantadas en la región. A ello se podrían añadir otros elementos más, en particular el elevado crecimiento demográfico operado en sus sociedades y una cierta resistencia al cambio social, quizás condicionado por ese auge islamista así como a las fuertes tasas de analfabetismo reinantes, altas en Mauritania y Marruecos, moderadas en Argelia y Libia y algo más bajas en Túnez.
 
El panorama que ofrece la región es desolador, tanto más si nos fijamos en los regímenes políticos que adornan estos países, desde monarquías teocráticas como la marroquí, dictaduras con posos de totalitarismo como Libia, regímenes autoritarios de partido único en el caso tunecino, directorio militar en el caso mauritano y sistema multipartidista controlado desde el partido dominante en Argelia.
 
La gran variedad en las formas en las que se estructuran los sistemas políticos en el Magreb implica igualmente una distinta aparición y estructuración del islamismo, que seguirá avatares diversos en cada uno de los Estados en función de los condicionantes políticos y sociales reseñados.  De éste modo, el culto a la personalidad del guía de la revolución en Libia, impide cualquier tipo de protagonismo a los movimientos islamistas, si bien es cierto que el régimen totalitario libio ha hecho de la cuestión islámica una de sus señas de identidad.
 
En el caso tunecino, la represión orquestada desde el partido desturiano hacia la oposición ha hecho hasta el momento inviable la presencia política del islamismo, que no la social y a diferencia de Argelia, donde el islamismo fue ganando terreno en los años setenta, accedió al poder en algunos municipios en los ochenta y ganó las elecciones presidenciales en los noventa, con el desenlace ya conocido. La imposibilidad de combatir el islamismo, su arraigo en la sociedad argelina y los graves problemas de terrorismo sufrido por Argelia, han hecho inevitable la generación de un proceso de paz negociado, amparado bajo un supuesto pacto de Estado que ha permitido la reinserción social y política de muchos islamistas así como su presencia institucional.
Finalmente, Marruecos y Mauritania también han sido presas de la aparición del islamismo y de las incoherencias políticas para hacerle frente. Así, en Mauritania, a pesar de los intentos de algunas asonadas militares por instaurar un régimen islamista con preeminencia de la ley coránica, lo cierto es que la mayor parte de los directorios militares han reprimido los movimientos islamistas por constituir una fuerte oposición a la propia dictadura. Quizás el cambio más relevante se haya producido durante el año 2005, tras el último golpe militar, ya que se ha permitido la presencia institucional del islamismo por la nueva junta militar creada.
 
Por último, el caso marroquí también responde a la idiosincrasia del país y su estructura política, en la medida en que el islamismo aún siendo reprimido en tiempos de la dictadura de Hasan II, también fue instrumentalizado desde el Majzén para contraponerlo al auge de la izquierda revolucionaria en el país, circunstancia que acabará generando una fuerte implantación social del mismo así como una progresiva institucionalización en un régimen parlamentario controlado desde el Palacio a través de los procesos electorales.
 
El resultado de estos procesos ha sido variado y no está exento de incertidumbres ya que por ejemplo en Túnez, no se sabe con precisión cual puede ser el peso real del islamismo en la sociedad tunecina en la medida en que dicha ideología aún no tiene acceso a las instituciones representativas del Estado.
 
En Argelia y Marruecos sí se conoce, en el primer caso debido a que el islamismo ganó por mayoría absoluta las elecciones de 1991 y porque en la actualidad, el Gobierno del FLN argelino ha permitido la presencia del islamismo no sólo en las instituciones representativas sino en el propio Gobierno, habiéndoles cedido algunas carteras ministeriales. En el caso marroquí, también se sabe que el islamismo es mayoritario en la sociedad marroquí y también lo sería en el Parlamento si las elecciones no estuvieran intervenidas.
 
De momento el PJD, principal partido islamista, no posee ninguna cartera ministerial, aunque es posible que finalmente sea integrado en el próximo gobierno salido de las urnas, en el 2007, siempre y cuando acepte las reglas del juego político palaciego, algo que parece haber sido aceptado por la nueva ejecutiva de este partido. Queda por saber si las otras dos formaciones políticas islamistas que tienen previsto presentarse a las elecciones del 2007, lograrán, primero ser autorizadas a presentarse a los comicios y después restar votos al PJD, circunstancia que podría marginar definitivamente al islamismo en las instituciones marroquíes por efecto de su división y atomización parlamentaria.
 
Por último, nos quedan las incógnitas en Mauritania y Libia, en el primer caso porque no sabemos aún si habrá elecciones libres en aquel país o no y cuanto va a durar el régimen instaurado por esta junta militar, y en el caso de Libia debido a las incoherencias en las que incurre a menudo el régimen personalista de Gadafi, cerrando el paso a la participación política de otros actores sociales.

No sería justo finalizar este breve repaso sin hacer referencia a dos regiones próximas al Magreb, Egipto y la zona saheliana. Respecto al primero, las dificultades para instaurar un régimen multipartidista y democrático no son muy diferentes al resto del Magreb, a pesar de la tímida apertura realizada en los últimos comicios electorales y que como era de esperar, han puesto de manifiesto la importancia creciente del islamismo en la sociedad egipcia, en concreto a través de la formación política estructurada en torno al grupo de los Hermanos Musulmanes, partido que parece ser mayoritario. En el caso del Sahel y los países que lo conforman, en particular Senegal, Malí, Níger, Burkina Faso, Chad y Sudán, todos de mayoría musulmana con excepción de Sudán, la debilidad numérica de sus poblaciones, de nuevo con la excepción del Sudán, la separación con el Magreb a través de un desierto físico y demográfico constituido por el Sahara, la disparidad de regímenes políticos y la existencia de conflictos de carácter civil en muchos de ellos, hace inviable cualquier tipo de proyección estratégica del islamismo sobre el Magreb y mucho menos sobre Europa, circunstancia que no debe obviar un hecho, como es la existencia de grupos terroristas islamistas en la zona así como un islamismo sociológico ya implantado en estos Estados.
 
¿Debe Europa temer al islamismo magrebí?   
 
La proyección del islamismo en el seno de Europa tiene ya una larga trayectoria histórica, suficiente para hacer un análisis en torno a los problemas detectados y los que están por venir.
 
Así, en primer lugar, la primera vía de penetración de la ideología islamista provendrá de los propios contingentes poblacionales de corte musulmán emigrados al viejo continente, también bajo ritmos de aparición diversos en los distintos Estados europeos y de procedencia variada, asiática en el caso de Gran Bretaña, turca en el de Alemania y magrebí en el resto, con algunas excepciones constituidas por el Islam saheliano y del África negra así como el procedente del Medio Oriente.
 
En segundo lugar, la consideración del islamismo como una corriente perseguida en numerosos Estados islámicos ha permitido un acogimiento cuando no condescendencia con algunos líderes del movimiento islamista que consiguieron asentarse en Europa, desde donde trabajan en la propagación de su doctrina allende las fronteras europeas y como era previsible, en el interior de la Unión Europea. Este aspecto es especialmente sensible, en particular teniendo en cuenta los dilemas morales y políticos que padece la Unión en el tratamiento de esta cuestión, como ponen de manifiesto por ejemplo, las recientes dudas planteadas en torno a la financiación de un grupo terrorista como Hamas.
 
En tercer lugar, el islamismo se ve favorecido por las redes de colaboración creadas entre las comunidades islamistas asentadas en Europa y las existentes en sus países de origen. Así, las conexiones entre el terrorismo islamista padecido en Europa y el existente en el Magreb, en particular en Argelia y Marruecos, son evidentes, a tenor de las investigaciones realizadas por los cuerpos de seguridad, entre ellos los españoles. La facilidad de las células para camuflarse y para penetrar en Europa es pasmosa, como evidencian los problemas de los servicios de información europeos para realizar un seguimiento a estas personas, lo cual no quiere decir que no haya forma de controlarlas.
 
Finalmente, la maleable concepción de la política exterior común en Europa, con su tradicional apuesta por el entendimiento, la tolerancia y por qué no, el apaciguamiento, como fórmula para lograr unas buenas relaciones de vecindad y de cooperación, impiden elaborar proyecciones estratégicas algo más realistas y que tengan en cuenta conceptos como la seguridad, la estabilidad o la simple defensa de valores y principios políticos propios de la Democracia y de Occidente.
 
Las negociaciones con un Gobierno islamista en Turquía es un buen ejemplo. Quien crea que la turca es una sociedad que comparte todos y cada uno de los principios políticos y morales que han cohesionado las sociedades europeas y han permitido su desarrollo social y económico así como la creación de instituciones democráticas en su seno, confunde la realidad con la ficción, lo cual no quiere decir que en el futuro Turquía no evolucione como lo han hecho los Estados Europeos. La permanente distinción entre islamismo moderado y radical es otro prejuicio muy extendido en Europa y su estamento político, circunstancia que favorece la aparición de todo tipo de oportunistas que aprovechan la ocasión para legitimar sus ideas políticas, por lo general muy alejadas de las tradiciones democráticas existentes en Europa.
 
Ver a una de las principales representantes del islamismo marroquí, como es Nadia Yassin, pasearse por las universidades europeas dando conferencias sobre la lucha por la Democracia en Marruecos no deja de ser pintoresco, situación similar a la del PJD, principal formación islamista marroquí, que no tiene empacho en defender la Democracia y a la vez la aplicación de una legislación basada en la Sharia y que está intentando presentarse ante Occidente, primero como un partido político “islamista moderado”, y en segundo lugar, como defensor de las prácticas democráticas, aunque luego no tengan ningún complejo en afirmar que Marruecos debe ser un Estado confesional, por supuesto islámico.
 
El caso de Tariq Ramadán también ejemplifica la situación que se vive en Europa, esta vez desde el ámbito universitario, circunstancias toleradas, cuando no amparadas bajo una maleable interpretación del concepto de “libertad”, en éste caso ideológica o de pensamiento ¿Debe Europa temer el islamismo en general y el magrebí en particular? La pregunta no es baladí, en especial a tenor de los datos recién comentados así como algunas decisiones que se están tomando en algunos Estados europeos como España o recientemente en Francia, donde la impotencia de su Gobierno ha quedado patente en varias ocasiones, en particular durante la guerra de Iraq, con las ambiguas posiciones adoptadas por el Eliseo para no ver perjudicada su imagen frente al mundo islámico o más recientemente tras las revueltas provocadas por grupos de descontrolados, la mayoría musulmanes, dato que se ha querido esconder con el fin de no provocar nuevos altercados que pusieran al Gobierno en una situación comprometida frente a la comunidad islámica francesa. El caso de España no es muy distinto, con el agravante de que se ha utilizado el temor al islamismo como arma política con indudables tintes electorales y siempre sin analizar el trasfondo de la verdadera cuestión, a saber, la existencia de una comunidad musulmana en rápido crecimiento y cuya mera existencia sirve de tamiz para filtrar grupos islamistas e incluso células terroristas, en particular procedentes de Marruecos y Argelia, como los hechos han demostrado con claridad durante la última década.
 
La debilidad extrema en la que se encuentra el actual Gobierno español es patente a tenor de las declaraciones de algunos miembros del Ejecutivo en las que se ensalzan las virtudes de la civilización islámica, se cuestiona el papel de Occidente frente al Islam, se condicionan las relaciones con el mundo islámico en base a estereotipos como la supuesta “amistad hispano-árabe” o se toleran críticas de Gobiernos musulmanes hacia la civilización Occidental con base en justificaciones políticas poco consistentes, con el fin de “no generar enfrentamientos”. La posición de España no es la única que puede rastrearse a lo largo y ancho de Europa, aunque sí es un buen ejemplo de los males que aquejan al continente, situación que de momento está comprometiendo la acción exterior española frente al mundo islámico y como no, de cara al colectivo musulmán inmigrado en España.
 
En el seno de las instituciones europeas la situación no es muy diferente a la ya comentada, pues por lo general se suele actuar con una cierta condescendencia frente a las posturas radicales asumidas por los colectivos islámicos en general y los islamistas en particular.
 
El reciente viaje del responsable de la política exterior y de seguridad común europea, el español Javier Solana, a determinados países islámicos, ninguno democrático por cierto, para explicar la posición del UE ante la crisis de las caricaturas y atemperar en cierto modo las reacciones que estos Estados musulmanes pudieran emprender, es un buen ejemplo de las incoherencias a las que nos referimos. La última visita a Marruecos del presidente del Parlamento Europeo, también español y socialista, Josep Borrell, es paradigmática, en la medida en que no tuvo ningún empacho en defender la inmigración magrebí como esencial para la UE en los próximos años, calificándola de “necesaria” y sin pensar en los graves problemas de integración social que comienza a ofrecer este colectivo en todos los países europeos, con evidentes fracasos sonados, como el francés o el británico y al que dentro de poco van a seguir el español y el italiano, si es que no han empezado ya a manifestarse.
 
La frivolidad con la que se trata esta cuestión es pareja al grado de despreocupación manifestado desde la UE frente al islamismo, mayoritario en las fronteras orientales y del sur de Europa y que tenderán a presionar sobre el viejo continente en algún momento aún sin determinar.
 
El caso de Irán o Siria, Palestina y Egipto pueden ser un primer síntoma de lo que se avecina. El posible triunfo del islamismo en Marruecos y Argelia sería la puntilla. Nada es eterno en política y en algún momento deberá pactar Mohamed VI con el islamismo, si es que no lo ha hecho ya.
 
En Argelia ya hay pacto de Gobierno y varios ministros son islamistas, no habiendo tenido ningún problema en prohibir la importación de vino desde Europa o los programas musicales en televisión por comprometer en exceso la ortodoxia islámica, ejemplos a los que habría que añadir la aprobación del proyecto para construir en Argel la mezquita con el minarete más alto del mundo o la reciente orden de cierre de las misiones educativas francesas en el país, por comprometer en exceso el proceso de arabización de la sociedad argelina, síntomas del peso que comienza a tener el islamismo en el momento en el que se le deja ejercer alguna parcela de poder en las instituciones.
 
En Marruecos las cosas no tienen por qué ser muy diferentes en la medida en que Mohamed VI necesitará pactar con el islamismo para perpetuarse en el poder, precisamente en un momento en el que se está poniendo en duda el sentido y finalidad de su figura en el ámbito de la religión, siendo rechazada su función de “guía de la comunidad islámica” y “máximo intérprete de los textos sagrados”.
 
En pocos años Europa puede ver comprometida la política que está desarrollando en la actualidad, sin pensar que la única vía para tratar con el islamismo es favorecer su destrucción y no la complacencia, que es precisamente lo que se estila desde Bruselas. No existe el islamismo moderado, existe el Islam y el islamismo y habrá que decidir pronto qué es lo que se quiere apoyar y tolerar, en especial teniendo en cuenta dos datos recientes que deberían servir de punto de partida para elaborar una nueva proyección exterior europea frente al mundo islámico en general y el magrebí en particular, a saber, el rotundo fracaso de la cumbre euromediterránea de Barcelona y los últimos datos publicados por Naciones Unidas sobre el incremento demográfico en la orilla sur del Mediterráneo, proyectando para el año 2050 unos 252 millones de habitantes frente a unos 180 millones en la ribera sur europea, aspectos que generan inevitablemente una segunda cuestión.
 
¿Está Europa preparada para hacer frente al islamismo?
 
En efecto, la cumbre euromediterránea de Barcelona es el claro ejemplo de los problemas a los que se enfrenta Europa en sus relaciones con el Magreb y el Medio Oriente. La ausencia de los principales líderes políticos de estos países islámicos no deja de ser meramente anecdótico en la medida en que su presencia en la cumbre apenas habría variado un ápice sus nulos resultados. Las declaraciones del ministro de Asuntos Exteriores argelino, Abdelaziz Belkhadem,  ejemplifica a la perfección las reticencias que muestran los Estados magrebíes en sus relaciones con Europa, al considerar “humillante” las presiones de la UE para realizar reformas políticas y económicas como contrapartida a las ayudas económicas prestadas, por cierto, multimillonarias. Si hay resistencias a las presiones europeas con Gobiernos en cierto modo colaboradores con Occidente, qué no pasará cuando el islamismo acceda al poder.
 
El caso de Palestina es un buen ejemplo del desconcierto que puede generar el ascenso del islamismo en el Magreb y Oriente Medio. Los modelos de cooperación y gestión conjunta del gobierno entre los partidos tradicionales y el islamismo es incipiente, como el caso argelino y puede que el marroquí próximamente. La imposibilidad de lograr una definición del concepto terrorismo, otro fracaso de la cumbre, muestra una vez más las dificultades para acercar posturas ideológicas entre el norte y el sur del mediterráneo ¿Se imaginan a las Democracias europeas negociando con regímenes islamistas el concepto de terrorismo, islamista o no? Este ejercicio de abstracción es conveniente plantearlo, al menos por el simple hecho de elaborar cuestiones que podrían surgir a medio plazo. Miremos una vez más a Palestina y Hamas.
 
Las altas tasas de incremento demográfico, superiores a las económicas con excepción del caso argelino, debido a la producción de hidrocarburos, al igual que en Mauritania, no dejan mucho margen de acción para las políticas de cooperación al desarrollo en estos países. El dinero es insuficiente, está mal repartido, tiene escaso impacto en aquellos segmentos sociales más necesitados y generalmente es desviado a otro tipo de actividades, en la medida en que no se condiciona la ayuda a la realización de proyectos concretos.
 
El incremento poblacional conlleva por un simple efecto estadístico, el correlativo aumento e implantación de la ideología islamista en la sociedad magrebí y ello es así en la medida en que la propia sociedad magrebí es eminentemente conservadora en términos religiosos, la religión islámica sigue siendo la pieza angular en la estructuración de estas sociedades, la presencia del Islam en las relaciones sociedad-estado es primordial y la confesionalidad de los Estados imprime un carácter religioso a todos los aspectos de la vida social y política. Hay muy escaso margen de acción para escapar de la presión constante que la religión islámica ejerce en la sociedad magrebí, elemento esencial para comprender la facilidad para la implantación y extensión de la ideología islamista, al margen de otros aspectos como la pobreza, la animadversión a la política occidental frente al Islam o la simple atracción de la ideología islamista para algunos sectores poblacionales. Ello explicaría la facilidad con la que prende y se expande esta ideología radical entre la población musulmana, al margen de algunas acciones violentas que pretenden atemorizar a la sociedad magrebí. En Argelia el islamismo se expandió sin violencia y sin ella ganó unas elecciones, con el trágico desenlace conocido. En Marruecos, Mauritania y Túnez pasa exactamente lo mismo, el islamismo gana terreno a las ideologías políticas tradicionales, en un proceso que parece ya inevitable aunque en el fondo sí tenga solución.
 
Si negociar con un régimen islamista sería ya de por sí complicado, la gestión de los flujos migratorios plantea innumerables problemas, pues a nadie se le pregunta al entrar en Europa sobre su ideología o confesión religiosa. Enumerar todos y cada uno de los problemas generados en los países de la UE por los colectivos islamistas, camuflados entre los contingentes poblacionales de religión islámica, sería tedioso, al igual que el estudio de sus reivindicaciones, por lo general contrarias al espíritu liberal que impregna las democracias europeas de momento, circunstancia que no ha impedido que en algunos países, como Francia, se haya tolerado un código legal basado en el estatuto personal para algunos segmentos sociales como el musulmán de origen marroquí.
 
Tarde o temprano, habrá que plantearse la idoneidad o no de la inmigración islámica hacia Europa y por qué no, su restricción en cierto modo. Parece que en Francia se pretende dar un primer paso en la nueva legislación de inmigración, a través de procesos de selección de inmigrantes o restringiendo los procesos de reagrupación familiar. Holanda y Alemania también comienzan a elaborar medidas que fuercen al inmigrante a una mayor integración social en los países de destino, acciones que chocan frontalmente con las medidas adoptadas en Estados que, como el español, proceden a regularizaciones masivas sin sopesar los riesgos de conflicto social que podría generar en el futuro esta medida.
 
 Las tímidas reacciones de Europa ante el auge del islamismo, tanto dentro como fuera de la UE, son de momento algo tibias, pero inevitables a medio plazo. En este sentido, para hacer frente eficazmente al islamismo sería conveniente poner en práctica algunas medidas relativas al control de la inmigración magrebí a la vez que se replantea la cooperación al desarrollo con programas que tengan un cierto impacto social, en particular en las capas sociales más desfavorecidas de los países emisores, las más débiles frente a la implantación de ideologías radicales. La UE debe responder con contundencia al islamismo, alejándose de políticas condescendientes como las practicadas con Irán y más recientemente Palestina, tras el triunfo de Hamas.
 
La diplomacia, que tanto gusta en Europa, también se puede endurecer. Mejorar la cooperación en materia de seguridad en el interior de la UE es esencial, como también lo es el endurecimiento de los requisitos de entrada a Europa así como los de permanencia, tal y como se ha hecho en Estados Unidos. El islamismo también se genera como oposición a regímenes políticos corruptos, todos en el Magreb, y en la actualidad frente a Gobiernos dictatoriales o autoritarios, como todos los magrebíes en general. Tal vez sea un  buen momento para exigir cambios políticos en el Magreb o al menos ser menos tolerante con dictaduras como la marroquí o autocracias relativamente liberalizadas como Túnez. Pero sin lugar a dudas, lo que debe hacer la UE es plantearse ante todo una cuestión primordial, a saber, la concerniente al auge del islamismo y las posibilidades de hacerle frente y combatirlo, dentro y fuera de sus fronteras.  Al menos de esta forma se tendrá presente el problema y se podrán plantear posibles soluciones o políticas concretas en el momento adecuado. Da la impresión de que las decisiones de la UE se producen al compás en el que se producen los hechos.
 
Una buena estrategia requiere siempre el desarrollo de la capacidad de anticipación y también la prevención. Cuanto antes asuman esta premisa las instituciones europeas y los Estados miembros más fácil será hacer frente a la amenaza del islamismo, ya visible. Las decisiones adoptadas recientemente en la UE muestran una incapacidad manifiesta, ya no sólo para hacer frente al islamismo, sino incluso para determinar y definir a los posibles actores de un conflicto que comienza a manifestarse en un área regional como el Magreb y lo más peligroso, en el interior de Europa.
 
Tal vez la mejor forma de evitar el acceso y posterior control del islamismo en Europa sea a través de las cuatro vías de penetración comentadas anteriormente, y ello es así en la medida en que una intervención directa en los países magrebíes está descartada de antemano, no así el condicionamiento del cambio social en estos Estados, que sí es posible. De este modo, las políticas claves son la de inmigración, seguridad, cooperación al desarrollo y exteriores.
 
El islamismo posee tres características de las que carece la UE en la actualidad, a saber, un fuerte incremento demográfico, un gran potencial ideológico y algo importante, unos objetivos definidos con claridad y precisión. La Unión Europea padece una crisis demográfica desde los años ochenta del pasado siglo, posee valores políticos, éticos y sociales continuamente atacados desde el interior de la UE, está sufriendo una degradación de las prácticas democráticas en numerosos Estados, como España, circunstancia que favorece el asentamiento y expansión de doctrinas e ideologías radicales y finalmente, ha descartado una proyección estratégica que permita asegurar su defensa frente a cualquier hipotético enemigo, en este caso el islamismo.
 
En definitiva, una situación de debilidad que podría complicarse a corto plazo si se mantienen políticas poco consistentes y se incrementa la presión, tanto interna como externa del islamismo y los países que podrían sustentarlo o que ya lo hacen. Y el tiempo sigue corriendo en contra de la UE.

 
 
Marcos R. Pérez González es Sociólogo y Analista Internacional.