Operación Libertad Duradera: el debate sobre las opciones militares

por GEES, 2 de octubre de 2001

Introducción
 
Desde el 11 de septiembre, el Pentágono ha estado desplazando hasta la zona cercana a Afganistán tres grupos navales de combate, ha reforzado sus capacidades aéreas en la región del Golfo y ha buscado apoyo logístico para sus unidades de operaciones especiales en algunos de los países vecinos. Su objetivo: dotarse de un número amplio de fuerzas, diversas en su naturaleza, que le aseguren las capacidades y opciones militares suficientes para poder desencadenar una operación militar contra Bin Laden y sobre el régimen de Kabul, llegado el caso.
 
Así y todo, los posibles escenarios y acciones que puedan emprenderse, así como el momento de inicio de las mismas, siguen sin concretarse y todas las opciones, por tanto, siguen abiertas. La OTAN, que tan rápidamente invocó el artículo 5 de su Tratado fundacional para considerar el ataque del 11 como una agresión contra todos los miembros, se mantiene, sin embargo, al margen de los preparativos prebélicos, con la excepción de aquellos aliados, como España, quienes en virtud de acuerdos bilaterales con los EE.UU. les prestan apoyo de diverso tipo.
 
Los llamamientos a la paciencia del Presidente Bush, acompañados de la imagen de una guerra nada convencional, larga y cargada de riesgos, se contraponen al clima de la opinión pública norteamericana que, según todas las encuestas, demanda mayoritariamente una clara acción de represalia. Así, la necesidad estratégica de consolidar una gran colación internacional gracias a la moderación y dando tiempo al tiempo, choca con el requerimiento político de golpear cuanto antes.
 
El dilema estriba, para los dirigentes americanos, en encontrar una opción militar que no sólo satisfaga ambos requerimientos, sino que, además, sea eficaz para acabar con Bin Laden, su red terroristas y, sobre todo, sus posibles planes.
A continuación se describen algunos de los escenarios posible que se abren ahora a los Estados Unidos.
 
Las opciones militares
 
Con tres semanas de preparativos militares e intensa dinámica diplomática, Estados Unidos cuenta ya en el posible teatro de operaciones de Afganistán con un número suficiente para poder ejecutar algunas de las posibles acciones militares que les conduzcan bien a la captura de Bin Laden, bien a un castigo sobre el régimen talibán de Kabul. No obstante, la forma y el tipo de las que lleguen en la práctica a ejecutarse dependerá no sólo de las circunstancias concretas de este conflicto, sino también de la experiencia acumulada por las fuerzas armadas americanas en los últimos años.
 
A continuación, y extrapolando dicha experiencia concretas, se dibujan una serie de opciones, más o menos apropiadas, pero que podrían tener vigencia para la Operación Libertad Duradera.
 
1.- El Golfo bis
 
Siguiendo lo que en su día se llamó la doctrina Powell, y que consistía en la utilización masiva de fuerzas para aplastar al enemigo, los Estados Unidos podrían optar por una lenta acumulación de fuerzas en la zona con el propósito de, tras operaciones aéreas de castigo y de supresión de las defensas afganas, montar una invasión terrestre de envergadura.
 
Teóricamente no sería necesario amasar el más de medio millón de soldados con los que la coalición internacional se enfrentó a las tropas de Saddam Hussein en el 91, puesto que la resistencia talibán ni es numéricamente tan grande, ni cuenta con los medios modernos como los que entonces disponía Irak. Así y todo, la experiencia de los soviéticos durante toda su penosa presencia en Afganistán, una invasión podría requerir cerca de 100 mil soldados americanos.
 
El principal problema que se le plantearía al Pentágono en esta opción es de índole logística: cómo hacer viable el transporte de las tropas y de todos sus pertrechos. A diferencia de El Golfo, Estados Unidos no cuenta con el apoyo directo de los vecinos de Afganistán para esta operación, al menos de momento. No es solamente que la operación Tormenta del Desierto exigiese más de seis meses para poder desencadenarse, sino que cerca del 95% de cuanto en ella se usó llegó por mar a la zona, donde Arabia Saudí prestó todas sus facilidades. Sin la colaboración expresa, en este caso, de Pakistán, la invasión se vuelve muy compleja.
 
En segundo lugar, el terreno afgano juega tácticamente en contra de fuerzas regulares y es todo lo contrario a las arenas del desierto. Salvo que las fuerzas talibanes se rindieran desde el principio, las peculiaridades físicas de la geografía de la zona llevan a pensar en combates muy peligrosos, sobre todo, en las zonas montañosas, como muy bien recuerdan los rusos donde sufrieron tan incansables como cruentas emboscadas. Afganistán tiene una superficie el doble de Irak y en sus regiones montañosas la ocupación debería conseguirse gracias al uso intensivo de helicópteros y de fuerzas de infantería, todas muy vulnerables. La ocupación temporal de determinadas cotas, al estilo de Vietnam, no aseguraría la destrucción de la resistencia.
 
Por todo ello, y aunque esta opción hoy no sea factible, pues a Estados Unidos le faltan las necesarias tropas de tierra en la zona, no parece fácil que sea éste el curso de acción: generar las fuerzas al amparo de la coalición diplomática e internacional contra el terrorismo internacional. Si, a pesar de ello, el Presidente americano la considerara como su preferida, debería movilizar al doble de reservistas de lo que ha autorizado hasta ahora, y tendría que comenzar cuanto antes a contar con las instalaciones de apoyo cercanas a las fronteras afganas.
 
2.- Operación Desert Fox II
 
En febrero de 1998, fuerzas americanas y británicas lanzaron un ataque sobre Irak a base de bombarderos y misiles de crucero que duró tres días. Su objetivo, castigar a Saddam por su continuado obstruccionismo para con los trabajos de los inspectores de la ONU a la vez que la supresión de nuevas capacidades militares que Saddam había ido construyendo lenta y ocultamente desde el 91.
 
La acción fue intensa pero breve y se centró en la eliminación de infraestructuras críticas, como centros de mando e instalaciones de comunicaciones, incluyendo el propio Ministerio de Defensa en Bagdad. Su valor estratégico, no obstante, quedó muy empañado, al no poder traducirse públicamente el sentido de muchos de los objetivos ni lo alcanzado con su eliminación.
 
Una operación de este estilo es ya posible con las fuerzas embarcadas y los bombarderos en la zona. Los submarinos y cruceros desplegados al sur de Afganistán asegurarían un número amplio de misiles de crucero Tomahawk. El Pentágono podría ya desencadenar acciones de represalia limitadas pero capaces de destruir varios centenares de objetivos en tres días. El problema esencial no es tanto la carencia de objetivos de valor en Afganistán, sino que una acción de este tipo sólo acabaría con Bin Laden si se contase con su localización exacta y se le pudiera golpear antes de que se pusiera a resguardo. Destruir sus instalaciones fijas sería, como el mismo Presidente Bush ha dicho en recuerdo del bombardeo de los campos de entrenamiento ordenado por Clinton, 'golpear tiendas de 10 dólares, con armas de cien mil'.
 
En cuanto a la capacidad de ablandar la voluntad talibán con una acción tan limitada en el tiempo, parece poco realista, habida cuenta de la resistencia y aguante tras tantos años de guerra y la total ausencia de compasión hacia su pueblo.
 
Es más, una operación así ciertamente podría aliviar a la opinión pública que busca un castigo fácil y rápido, pero de no conseguir desbaratar la red de Bin Laden significaría que la amenaza terrorista seguiría más o menos intacta y que no se habría eliminado o reducido significativamente el riesgo de un nuevo atentado.
 
Por tanto, una acción aérea limitada sólo cobra sentido si se cuenta con la inteligencia que garantice que inexorablemente uno de los blancos suprimidos sea, con fiabilidad, Bin Laden y sus lugartenientes.
 
3.- Kosovo again
 
En marzo de 1999 la OTAN comenzó una campaña estratégica aérea contra Slobodan Milosevic encaminada a detener la limpieza étnica que éste llevaba a cabo en la provincia de Kosovo en detrimento de la población de origen albanés allí afincada. Lo que debía haber sido una acción de castigo y persuasión de pocos días se convirtió en una auténtica campaña de bombardeo estratégico que, durante más de 70 días, se lanzó a destruir no sólo las fuerzas yugoslavas, sino gran parte de las infraestructuras del país. El acuerdo de paz que se alcanzó al final, fue ambiguo, ya que no resolvía los problemas de fondo sobre una posible independencia de Kosovo, pero sirvió para minar lentamente la estabilidad política de Milosevic en Serbia.
 
Así y todo, cabe recordar ahora que se necesitaron cerca de 1.200 aviones y una flotilla de más de medio centenar de buques, y cerca de cuarenta mil salidas de combate, para persuadir a Milosevic de que abandonara sus planes para con la provincia de Kosovo. Y tampoco puede olvidarse que la escalada de violencia no sólo sirvió para desesperar a los dirigentes aliados, que no entendían el empecinamiento serbio, sino para generar un creciente descontento público hacia la OTAN cuyos pilotos, a resguardo desde la altura, a veces fallaban acabando con la vida de civiles inocentes.
 
Si, además, tenemos en cuenta que durante la guerra de El Golfo del 91 casi un millar de salidas (de un total de cien mil) tuvieron como misión principal acabar con Saddam Hussein, sin ningún éxito, la posibilidad de acabar con Bin Laden depende, como en la anterior opción, de contar con una muy buena inteligencia. Por otro lado, una campaña de bombardeo y destrucción de instalaciones y ciudades afganas, con la, con toda seguridad, creación de un éxodo de desplazados hacia los países vecinos, de ser aguantada por la opinión pública internacional, sería muy criticada por las naciones de la zona.
 
4.- Kosovo Plus
 
Durante la campaña de Kosovo el principal tema de discordia entre sus planificadores fue la necesidad de preparar una campaña de invasión terrestre, como fuente de disuasión, para forzar la concentración de tropas terrestres enemigas -y hacer, así, más fácil su ataque-, y para, finalmente, ocupar el terreno por la fuerza. Dada la ausencia de blancos verdaderamente estratégicos en Afganistán que destruir mediante la aviación, podría ser imaginable una operación conjunta en la que, tras intensos castigos aéreos y con misiles, fuerzas aerotransportadas ocupasen Kabul y otros centros urbanos importantes.
 
De hecho, los soviéticos lanzaron su primera oleada en diciembre del 79 sobre Kabul echando mano de grupos de operaciones especiales y de paracaidistas. Para hacerse con el control militar de Kabul sería necesario un millar de soldados, inicialmente, pero dependiendo de la duración de su permanencia en la zona, esa cifra debería ser reforzada hasta alcanzar cerca de 10 mil. El problema, entonces, no sólo sería su inserción sino, sobre todo, su posible evacuación si las circunstancias así lo recomendaran.
 
En cualquier caso, esta es una alternativa más eficaz de cara a lograr los objetivos estratégicos de esta guerra de nuevo cuño dado que el poder aéreo no se muestra como instrumento suficiente para lograrlos. El problema reside en el número de posibles bajas que podrían sufrirse y en la ausencia de un repuesto político a las autoridades actuales de Kabul. Esto último podría llevar a un deslizamiento temporal de la misión que exigiese mayor presencia terrestre, con todas las dificultades de todo tipo que ello implica.
 
5.- Hostigamiento a Bin Laden
 
Estados Unidos podría, por el contrario, optar por una campaña dilatada en el tiempo de hostigamiento a las fuerzas de Bin Laden, orientada a desbaratar sus instalaciones de apoyo y, con suerte, a su eliminación o captura. Lo que necesita, en términos de medios, está a su alcance, esencialmente comandos y unidades de operaciones especiales, tipo Delta o SAS británicos, así como los elementos aerotransportados de apoyo.
 
Habida cuenta de que se podría contar con la colaboración de la opositora Alianza del Norte para operar desde las zonas bajo su control, estas unidades podrían disfrutar de elementos de transporte aéreo, primero helicópteros y, una vez construidas las debidas instalaciones, aviones de despegue corto, es decir, los sistemas con los que acostumbran a operar.
 
Se trataría en suma de una guerra de guerrillas contraterrorista, apoyada en elementos avanzados de inteligencia, sobre todo gracias a los satélites y comunicaciones en tiempo real, y basada en un alto ritmo de operaciones (optempo) y con gran movilidad de teatro, de tal forma que se mantuviese al enemigo confuso y sin capacidad de reacción significativa.
 
De actuar así, se estarían poniendo en práctica todas las ideas más innovadoras que se han discutido en los últimos años bajo la llamada Revolución de los Asuntos Militares. El mayor problema es su duración, en ausencia de un golpe de suerte temprano que diera y acabara con Bin Laden, y la escasa visibilidad pública, por lo que no se contentaría los deseos de la opinión pública de un castigo evidente, a pesar de su posible efectividad.
 
6.- Hostigamiento al régimen talibán
 
Operación más sencilla que la anterior, ya que se basa en las mismas unidades y sistemas, pero sus objetivos son más fáciles de localizar y atacar, al ser instalaciones fijas o de escasa movilidad. No obstante, es presumible que para no exponer innecesariamente a las tropas propias, algunos de los ataques se realizase mediante misiles o bombardeos.
 
La clave aquí es el tiempo y la intensidad de las acciones, así como el límite temporal de la campaña. Si se toma el ejemplo actual de Irak, las fuerzas americanas y británicas golpean de cuando en cuando a unidades iraquíes para sentar el principio de su presencia y de control sobre las actividades militares ilícitas de Bagdad. Posiblemente, una campaña de tan baja intensidad tuviera que ser precedida por una acción inicial de castigo más robusta y llamativa.
 
Las complicaciones de una campaña así pertenecen más al ámbito político y estratégico que al operacional, para el cual las fuerzas desplegadas en la zona se bastan y, aún más, a un coste relativamente razonable (en torno a los mil millones de dólares al mes). Efectivamente, un hostigamiento sostenido sólo puede agravar más las ya de por sí míseras condiciones de vida de la población, levantando problemas de refugiados para los países limítrofes y, con toda seguridad, el resquebrajamiento de la coalición internacional. Máxime si no se presentan resultados evidentes. A tal respecto no se puede olvidar, por ejemplo, la petición de la UE a los Estados Unidos: que los ataques sean discriminados y específicos y que tengan una efectividad clara.
 
El valor ejemplificador para otros países que cooperan o alimentan a grupos terroristas sería relativo y sólo cobraría fuerza si el régimen de Kabul resultara desestabilizado. Esa es una opción que este tipo de campaña podría favorecer si se combinara con la ayuda a las fuerzas opositoras.
 
7.- Ataque contra todos
 
Bin Laden no es el único terrorista con alcance global aunque ahora sea el número uno de los mismos. Por eso, algunos altos oficiales de la administración americana defienden la necesidad de aprovechar el momento para golpear también más allá de Afganisfán, a países como Sudán, Yemen y, sobre todo, Irak.
 
No sería la primera vez que se lanzan ataques simultáneos, como ya ocurrió en 1998 contra Sudán y Afganistán, sólo que esta vez deberían resultar más eficaces y exigir el empleo de fuerzas más allá de los misiles de crucero.
 
No es solo que la lucha antiterrorista sea impensable de ganar desde el aire, como mostró trágicamente la experiencia de Somalia, sino que este escenario plantea serios problemas para mantener unida la voluntad de gran parte del mundo árabe en torno a la lucha contra el terrorismo mundial.
 
En cualquier caso, no es de descartar, dependiendo de lo positivo que resulte una acción contra Bin Laden y los talibanes, que en el futuro pudiera lanzarse una nueva operación contra Saddam Hussein.
 
8.- Apoyo directo y sustancial a la Alianza del Norte
 
Hoy por hoy, en el fragmentado panorama de la oposición a Kabul, sólo la Alianza del Norte puede considerar una alternativa viable. Cuenta con el terreno y los medios. Si se decidiera acelerar su campaña contra los talibanes, no obstante, Estados Unidos podrían ayudar con material, instructores y, muy particularmente, inteligencia, que hiciera más efectivas sus acciones armadas contra el gobierno talibán. Con la experiencia de Bosnia, es presumible que también se autorizaran acciones de apoyo táctico por parte de aparatos americanos a fin de asegurar el control del aire.
 
Esta opción podría, además, combinarse a corto plazo con la de búsqueda y captura de Bin Laden, no es cara y no supone asumir grandes riesgos en términos de pérdidas humanas. Sólo que países como Pakistán difícilmente podrían aceptar un nuevo Gobierno en Kabul basado en la Alianza del Norte, contra la que han luchado por medio de los talibanes.
 
Conclusión: el valor de las acciones militares
 
Los objetivos apuntados por el Presidente americano -captura o eliminación de Bin Laden y castigo sobre el régimen de Kabul- son los suficientemente amplios, al menos combinados, como para dar vigencia a numerosas opciones bélicas, como hemos visto. Aún peor, se pierde el objetivo estratégico último de cualquier acción que quiera trascender la simple represalia, a saber, reducir las posibilidad de un nuevo ataque terrorista contra los Estados Unidos y el mundo occidental en general. Ese debe ser, de hecho, el rasero por el que medir toda victoria en esta nueva guerra contra el terrorismo internacional, donde no valen concesiones a las pasiones públicas o el espectáculo mediático.
 
Acabar con Bin Laden es un objetivo legítimo, pero tan importante como ese es desmantelar su red de terrorismo Al Qaida y otros grupos de índole similar. La o las opciones militares que finalmente se escojan no deberían perder de vista ese objetivo último.