Pepito Grillo

por Rafael L. Bardají, 19 de mayo de 2023

Si a un español cualquiera se le diese a elegir entre la figura de Pepito Grillo, aquel insecto vestido de frac que sólo insistía en ser bueno, estudiar y trabajar, y Pinocho, la marioneta cuya ansia era jugar y pasárselo bien, estoy seguro de que elegiría a este último. Normal para una sociedad lúdica y materialista que prima la satisfacción sobre el esfuerzo y el sacrificio. 

 

La izquierda lo sabe bien porque lo que siempre promete es un paraíso terrenal, de Marx con su sueño de una sociedad sin la obligatoriedad de trabajar a Colau y sus okupas o Pam y sus obesos. Que ese paraíso terrenal, en realidad, sólo lo logre para su casta es otro problema. Pero está claro que si se ofrece el oro y el moro mucha gente caerá en el ensueño, aunque acabe teniendo mucho del moro y nada del oro. Puede parecer una tontería, pero vivir de promesas, por muy irrealizables que sean, tiene una clara ventaja al discurso conservador que siempre subraya la necesidad de hacer bien las cosas, trabajar con esfuerzo, reprimir el impulso de la satisfacción rápida y asumir una buena dosis de sacrificio. Entre ser libre, irresponsable y feliz como un niño o comedido, responsable y sacrificado como un adulto, la opción está clara.

 

En política, como en la guerra, ser consciente del tablero de juego es vital. La izquierda ve en Pinocho el final feliz de alguien que ha disfrutado y que, al final, se salva convirtiéndose en un niño de verdad. Sus pecados no afectan al feliz final. De ahí cánticos a pasarse toda norma por el forro (mientras no afecte a su poder); la derecha puede ver la redención de un locatis en un ser dispuesto a ayudar a su padre y asumir sus deberes finalmente. Lástima que unos y otros sólo sepan de la historia la versión dulcificada de Walt Disney, porque en la versión original de Carlo Collodi, el creador del cuento, Pinocho acaba ahorcado de una encina por sus malas compañías. De final feliz, nada de nada.

 

¿Y todo esto a qué viene, se preguntarán? Pues a que en la política española actual hay mucho de Pinochismo, por desgracia. De los malhechores de la izquierda no creo que haya que hablar, porque todos somos conscientes de su naturaleza. El PP sufre del síndrome de Geppetto, resignación de quien todo lo ve perdido frente al orden de la izquierda y que sólo aspira a cambiar lo justo para que su marioneta vuelva al redil familiar, pero siga de madera porque no concibe un futuro mejor para su criatura. En términos prácticos, que el PP defiende una mejor gestión de lo público dentro de los márgenes establecidos por la izquierda, sin plantearse desmantelar más que lo que le impida su buen hacer económico. 

 

Por el contrario, Vox ha pretendido desde su nacimiento combatir en la guerra cultural iniciada por la izquierda contra los valores que han sustentado nuestro mundo y a España. Un poco como Pepito Grillo en su papel de voz de la conciencia. El problema, después de todos estos años de estar ahí, infatigablemente, es entender que el juego ha cambiado y no sólo que el tablero se ha movido. Ya no estamos en una guerra cultural, estamos en una guerra civil “fría” en la que la izquierda en el gobierno quiere imponernos sus condiciones y para lo cual está dispuesta a hacer lo que le sea necesario, desde el asalto a la independencia del poder judicial, a la sumisión de los grandes medios de comunicación, a la intimidación, cancelación y persecución de todo cuento le moleste, con camisetas del hermano de Isabel Ayuso, menciones en el Senado a AlvisePérez o amenazas de ilegalización de la empresa Desokupa. Son las chekas virtuales lo que están creando y, si lo necesitan, las harán de cemento y grilletes, como en el pasado que han revivido.

 

Los humanos siempre tendemos a creernos la opción más benigna porque es lo que se ha preferido desde los tiempos de Casandra, condenada por los dioses a anunciar la verdad y que nadie la tomara nunca en serio. De ahí que los venezolanos dijeran que nunca se convertirían en una Cuba con petróleo y que los españoles, entre caña y caña, pensemos que no nos aguarda el destino de Venezuela.

 

Cuando Santiago Abascal presentó su nueva ejecutiva en 2018 en el teatro de La Latina y tuve el honor de ser miembro de ella, me dirigí a todos los congregados afirmando que allí comenzaba la Covadonga 2.0 por lo que no puedo más que alegrarme que Vox decidiera arrancar su campaña para este 28 de mayo en la propia Covadonga. Lamentablemente estamos en 2023 y no en marzo del 2018 y en estos años, a pesar del gran avance de Vox en términos de representación institucional, apoyo popular y extensión geográfica, hoy estamos más cerca de Paracuellos 2.0 que de la toma de Granada. En los años 80, mi profesor Richard Pipes publicó un libro sobre la URSS titulado “Sobrevivir no es suficiente” en el que explicaba cómo las tensiones internas del socialismo soviético le empujaban al expansionismo imperialista. Pues bien, frente al expansionismo del socialcomunismo español, sobrevivir no es suficiente. Hay que vencer. Yo le deseo a Vox los mejores resultados en estos comicios porque España se está jugando su destino. Este año electoral no es un año cualquiera.