Populismo y soberanismo
Un fantasma recorre Europa y buena parte del mundo: el fantasma del populismo. Nadie sabe muy bien lo que es ni cómo definirlo, pues poco tienen que ver el Frente Nacional con Podemos, Alternativa para Alemania (AfD) y López Obrador o el Movimiento 5 Estelle italiano con el Partido de la Libertad de Geert Wilders. Y es que, en realidad, el calificativo de “populista” se usa para descalificar a todo aquel que no piense como uno, es un arma política de deslegitimación, no una descripción o un encasillamiento político. Son los partidos tradicionales y los partidarios de un mundo sin fronteras quienes más recuren al término como insulto.
Yo no sé si a Pablo Iglesias, de la élite de chalet en la sierra de 600 mil euros, le gusta o le viene bien que le califiquen de populista, pero creo que los que no somos de izquierdas, sino conservadores, no deberíamos aceptar que se nos insulte gratuitamente. Yo, desde luego, no soy populista, pero si soy soberanista. Quiero decir, no creo en soluciones mágicas ni en las propuestas supuestamente “realistas” de partidos como el PP que, en realidad, más que soluciones son el problema. Pero sí creo que una institución histórica y básica ahora y para el futuro, para la prosperidad y la seguridad, es la nación y todo lo que ella conlleva. Como la defensa activa de sus fronteras. Quien no está dispuesto a garantizar la integridad e impermeabilidad de las fronteras nacionales, es que no cree ni en la nación ni en los vínculos del ciudadano con ella.
Yo también creo en la identidad nacional como el cauce más sofisticado e integral para realizar el bienestar económico y social de un grupo social. De hecho, si miramos a nuestro alrededor, vemos lo que han producido los globalistas: por arriba, una mercantilización de todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida, todo se compra, todo se vende, todo es una cuestión de precios; y, por abajo, una creciente tribalización. Tradicional en las sociedades donde no habían desaparecido, post-moderna en el mundo occidental avanzado, Esto es, segregación por ideología, sexo, afinidades, edad, etc. Pero ser español no puede ser una cuestión utilitarista ni una moda. Pero a eso es a lo que van los partidos tradicionalistas o clásicos, a la disolución del ser español para pasar a ser europeo, ciudadano del mundo, o individuo de múltiples nacionalidades sin vinculación clara con ninguna. De hecho, nuestra querida democracia ha provocado el efecto de desespañolizar a España y los españoles. Desde la izquierda y con la aquiescencia de una derecha acomplejada. Gran mérito histórico. Y, sin embargo, el sentimiento nacionalista, por irracional y pasional que se juzgue, sigue ahí, sólo que ahora está en manos de los separatistas anti-españoles, porque las nociones de nación, nacionalidad, patria y patriotismo, han sido erradicas del vocabulario del imaginario social de la sociedad española. Urge recuperar los vínculos y los valores, que enraízan a un pueblo con su tierra y sus instituciones, de lo contrario, vamos de cabeza al abismo.
La identidad nacional también supone una discriminación positiva de los nacionales, “nosotros”, frente a los demás, “ellos”, de la que no hay que avergonzarse. Siempre ha sido y es bueno que siga siéndolo. Porque si ser español sólo conlleva responsabilidades, lo que se genera es una valoración negativa de la nacionalidad. Siempre me he preguntado por qué en los aeropuertos españoles no había un carril de entrada y salida para españoles, como sucede en muchos otros países. Y cuando las autoridades se han atrevido a hacerlos, pasamos como ciudadanos de la UE. Qué ocasión desperdiciada. Por no hablar de asuntos más dolosos, como son las políticas de ayuda a los emigrantes, legales e ilegales, donde se ha impuesto la discriminación positiva hacia ellos y negativa a hacia los españoles. Sin una política de España y los españoles primero, no se favorecerá nunca recuperar el sello y la identidad nacional.
Y el Estado nacional puede que esté en crisis, pero no es una crisis producto de una evolución natural. Es el resultado de aplicar unas determinadas políticas diseñadas, abierta o calladamente, a mermar su poder, sus instituciones y sus señas de identidad. Por eso creo que se puede combatir esta tendencia y que, de hecho, se debe combatir para poder garantizar nuestra prosperidad y seguridad en los años venideros. Cualquier otra alternativa es mucho peor. Y por eso no me avergüenzo de que me llamen soberanista. Para entreguistas ya están los de siempre.