Por España

por Rafael L. Bardají, 8 de abril de 2019

El próximo 28 de abril, no vote por un partido, vote por España. Tengo que reconocer que la frase no es mía. Se la he robado a Santi Abascal, quien la dijo el pasado sábado en Leganés, en un atestado evento de presentación de los números uno al Congreso. Y se la pido prestada aquí porque es la frase que debe guiar nuestro voto en las próximas elecciones. Por España. Puesto que nos encontramos ante un desafío que, mal encarado y tratado, puede acabar con la nación española tal y como la conocemos.

 

Y es verdad que el reto más urgente es parar el proyecto separatista que ha aceptado Pedro Sánchez quien podría estar dispuesto, según el plan Iceta, a dejar que Cataluña rompiese con el resto de España en 10 años. Una década donde permitiría que el odio separatista y su adoctrinamiento anti-español se afianzasen impunemente para alcanzar su objetivo de mayoría rupturista. Porque, no nos engañemos, si no se combate el separatismo, éste tiende a apoderarse de todos los espacios.

 

Pero no es menos cierto que las otras opciones del mal llamado bloque constitucionalista son demasiado tibias y acomplejadas para plantar cara de manera eficaz al separatismo. Por no hablar de combatir la ideología progre y de izquierdas a la que se han rendido. Y eso vale tanto para Ciudadanos, cuyo líder se pregona como el futuro presidente, como para el PP, cuyo presidente parece verse ya instalado en la Moncloa.

 

1.280. No se olviden de esa cifra. 1.280 son los días que Pablo Casado sirvió como vicesecretario del PP a las órdenes de Mariano Rajoy. Sí, el mismísimo presidente del gobierno del “Luis, sé fuerte”, el del diálogo con los separatistas, el del 155 blandurrio y de la espantá al bar de la esquina antes de presentar su dimisión, convocar elecciones y luchar para evitar dejar a España en manos de Sánchez, que fue lo que finalmente hizo. Pues bien, en esos 1.280 días, ni la más mínima crítica a la línea oficial, ni el menor gesto de desacuerdo. Sólo ahora, cuando ve que su liderazgo peligra porque no consigue hacer despegar a su partido en las encuestas, es cuando se alza aparentemente bravío. Pero ni con esas. Ya sabemos que camina sobre una hoja demasiado fina entre el marianismo reciente y el aznarismo marchito. Pero cuando quiere descalificar a sus contrincantes de Vox por su falta de experiencia, alguien debería recordarle que la suya no es precisamente la mejor. Pudo haber dicho en su momento todo lo que dice creer ahora, pero no lo hizo. Y su silencio dócil le hace cómplice de una de las mayores traiciones a España y los españoles de nuestra historia democrática.

 

La derecha es cobarde porque se niega aceptar sus errores. Aún peor, se ha convertido en una parte tan integrada en el sistema que no puede plantear verdaderas opciones de renovación por mucho que las cacareen. Se las va la fuerza en los mítines. Un ejemplo, ahora que el dirigente popular anda vanagloriándose por los platós de haber frenado la propuesta de Vox en el pacto de investidura del sorayista Juanma Moreno: Vox le propuso a los negociadores del PP acordar un recorte del 20% del gasto público destinado a los partidos políticos y otras organizaciones, como sindicatos. También propuso un recorte en las ayudas electorales y en el presupuesto de la asamblea andaluza. Pues bien, se negaron en redondo porque de algún lado “tendrían que recuperar lo gastado en la campaña electoral”, en palabras de uno de ellos. Al parecer dos millones, frente a los 100 mil euros con los que Vox se jugó su representación. No tienen vergüenza y hay que decirlo. No pueden plantearse seguir viviendo alegremente de los impuestos que sacrificadamente pagan españoles. Vox viene a plantear un modelo de sociedad donde los partidos políticos no sean el centro sobre el que todo gira y sin los que nada es posible. De ahí muchas de las descalificaciones. Por puro miedo.

 

La derechita cobarde que tanto ha soliviantado a algunos es, en realidad ya, una derecha marchita, sin atractivo, seca y moribunda. Incapaz de defender la vida, escudándose tras una pantalla judicial como si las leyes no fueran obra de sus diputados; alejada de cualquier posición moral por el miedo al qué dirán las encuestas; débil en sus planteamientos y atados a las promesas de su eficacia como gestores económicos. Pero no es la economía, sino España, lo que está en juego.

 

La número uno del PP por Cataluña, Cayetana Álvarez de Toledo, decía hace unos días que por qué Vox no se disolvía. La respuesta no puede ser más que otra pregunta: ¿por qué no se disuelve el PP, particularmente en aquellas circunscripciones donde sus malas políticas -y que vienen de muy atrás- le han dejado sin opciones? A los zombies no hay quien los resucite. Gracias a Dios hay otra España, la España viva, consciente de los peligros que nos acechan, pero que los afronta con valentía y ganas. Que combate a los separatistas hasta en los juzgados -no como otros- y que cuestiona la tiranía cultural de la izquierda porque de verdad cree en los españoles, hombre, mujeres, niños y abuelos; porque defiende la institución que es al columna vertebral de toda sociedad, la familia; porque sabe de las injusticias y tropelías que se cometen en aras de una pésima ley de violencia de género; que rechaza los privilegios que se conceden a extranjeros que entran ilegalmente en nuestro suelo y que merman los recursos públicos que podían destinarse a mejorar la calidad de vida de los españoles; que sabe que es una obligación y no una locura poder defenderse -y defender a los suyos- en caso de ataque y agresión en su propia casa; y que cree en el orgullo de ser español y sabe que nadie nos va a resolver nuestros problemas, ni la OTAN, ni la ONU, ni la Unión Europea; en suma, los españoles por España. Por España. Ni más, ni menos.