Regreso al futuro

por Rafael L. Bardají, 15 de abril de 2021

Yo quiero regresar al futuro. No ese futuro que nos prometían a finales de los años 60, de coches voladores, viajes al espacio, comida en cubitos que se expandía en el microondas y ropa orgánica que salía de tubos dentífrico, ciudades llenas de jardines verticales y basuras con olor a rosas. No. A ese futuro idílico nunca llegamos ni nunca llegaremos. Es más fácil que acabemos en algo más parecido a la Naranja Mecánica, aquella película de Kubrik en la que bandas, violencia, sexo y tratamientos experimentales se fundían en la oscuridad del cine. Yo me contentaría con llegar al futuro que los españoles nos prometimos al final del franquismo y arranque de la transición: una España tolerante, sensata, abierta y próspera; una España donde las mayorías respetan a las minorías, pero éstas no se imponen al sentir mayoritario de la población; una España de igualdad de oportunidades y de igualdad entre los sexos, sin discriminación de ningún tipo y sin criminalización de ninguno de ambos géneros; una España donde los empresarios pueden cumplir con su función de crear riqueza y los trabajadores dispongan de la posibilidad de progresar a través de su esfuerzo personal; una España en la que la familia sea el pilar esencial de nuestra sociedad; una España, en fin, que cuenta con un proyecto nacional, la fuerza y los objetivos de sumar en el mundo defendiendo nuestros intereses nacionales a la vez que promoviendo la colaboración, el entendimiento y la cultura democrática.

 

Pero al igual que sucedía en la mítica trilogía de Robert Zemeckis, Regreso al Futuro, en algún momento nuestra línea temporal ha sufrido un shock interno y vamos camino de un universo paralelo en el que todo anda patas arriba, donde el sentido común ha sido sustituido por los disparatados caprichos de unos pocos a quienes la mayoría, los españoles y España les importan un bledo. El problema estriba en dónde fijar ese punto de desvarío en el que la distopía secuestró nuestro futuro de bienestar y concordia. La terapia a aplicar para volver a una España sana no será la misma si uno sitúa ese trágico momento en el Pacto del Majestic, el “no sé si España es una nación, ni me importa” de Zapatero en el Senado, el 15M, aquello de “no podría dormir con Podemos en el gobierno” de un Sánchez para quien la verdad es algo efímero y transitorio, la conquista del cielo desde Galapagar por Pablo Iglesias, la quietud impasible de Mariano Rajoy, las exculpaciones de Pablo Casado, las traiciones de Inés Arrimadas o el “es que van provocando” en relación a Vox y su deseo y derecho de poder expresarse allí donde la ley se lo permite. Como en Vallecas.

 

Durante años, el principal problema de España ha sido el separatismo, primero vasco y luego, más hábil y dinámico, el catalán. Sin embargo, hoy, la mayor amenaza a España es el rumbo estatalista y totalitario marcado por el gobierno de Sánchez e impulsado desde Podemos y sus satélites comunistas. El socialcomunismo busca la voladura de los referentes democráticos de España, vaciar sus instituciones, controlar a su población, impedir la oposición a sus designios, inculcar su proyecto ideológico a nuestros niños, y asegurarse la buena vida de la que disfrutan sus dirigentes, aunque el resto de los ciudadanos luchen por llegar a fin de mes, estén en el paro y tengan que sufrir las colas del hambre.

 

Por eso estoy convencido de que esta es la hora de enfrentarse con todas nuestras fuerzas a esta amenaza real que representa el Sanchizmo-Iglesismo. Y por eso es tan importante que, en las elecciones autonómicas de Madrid, el social-comunismo sea derrotado. Gabilondo, a quien sus jefes nacionales no dejan de contradecirle día sí y otro también, se ha convertido en el candidato de la mentira tranquila, la suelta con pausa y naturalidad, pero no por eso es menos mentira: su “no gobernaré con Podemos” no sólo ya lo gastó en su día Pedro Sánchez, sino que sabe que le resulta imposible si de verdad cree que puede llegar a formar gobierno.  Los de Arrimadas ni están ni se les esperan y los de Más Madrid son menos de los mismo que Podemos. No, los números no sostienen lo que afirma. Depende de Iglesias. Y lo sabe.

 

Pablo Casado ha dicho que “votar a Ayuso es votarme a mi para presidente de gobierno”. Pero también miente. Por muchas razones. La más pueril y que él conoce de primera mano es que Ayuso cae mucho mejor que él a la gente. Punto. Ya quisiera que quien apoye a Ayuso le vaya a apoyar a él en unas generales. Pero hay otra razón de peso: todo apunta a que Ayuso va a depender de Vox para poder formar gobierno. Cuánto es difícil de calcular, pero mi apuesta es que más de lo que las encuestas al uso enseñan. Casado ya hizo su elección estratégica hace tiempo: volver al centro (del que nunca se había marchado, dicho sea de paso), seduciendo a los votantes de C’s y renegando públicamente de Vox, de quien no quiere oír ni hablar. En Cataluña lo tenía difícil, pero superó con creces todas las visiones más pesimistas: no se llevó ningún escaño de Ciudadanos y perdió parte de los suyos. No sé cómo se plantea cuadrar el círculo de Madrid denigrando a Vox pero dependiendo de su apoyo.

 

El voto útil que pide el PP, no es un voto útil para la presidenta de Madrid, sino para el liderazgo de Pablo Casado. Así es la política de nuestros días, que se mueve entre una red de continuas mentiras y las pedradas y amenazas. Se asume que el españolito de a pie todo lo asume y digiere. Que la ministra de Trabajo y ahora vicepresidenta tenga el valor de afirmar que “el comunismo es igualdad y libertad” es solo una muestra del desdén que nuestras élites tienen por los de abajo. Pero en lugar de mudarse a sus soñadas Venezuela, Corea del Norte o China, se quedan aquí aferrados a sus sueldos e indemnizaciones. Sueldos e indemnizaciones que salen de nuestros bolsillos, no lo olvidemos, que Hacienda somos todos, los que pagamos y quienes hacen lo que quieren con nuestro dinero.

 

La derrota del socialcomunismo y todas las enfermedades que encubre sólo puede venir con un 4M en el que la España de bien triunfe. Y eso pasa por callar a los fascistas anti-fascistas, al socialismo chupóptero y a la socialdemocracia del PP. Ojala que este 4 de mayo pase a la Historia como el 2 de mayo 2.0.