Setenta años del "Día de la infamia"
por Enrique Navarro, 7 de diciembre de 2011
Hoy, siete de diciembre de 2011, se conmemora el setenta aniversario del denominado “día de la infamia” como lo calificara el presidente Roostvelt. Ese día, sin previo aviso y en medio de una mesa de negociación, Japón atacó Pearl Harbour con el inequívoco objetivo estratégico de aniquilar la flota americana en el Pacífico y dejar vía libre a la expansión japonesa en el continente. Solo la suerte quiso que los portaviones estuvieran lejos de Hawai en aquellos momentos.
Hasta 1941, el Pacífico era una ingente y tranquila masa de agua e islas donde no ocurría nada importante. Los países ribereños de la costa asiática apenas contaban en la escena internacional mientras que la industria americana se volcaba en la costa Atlántica.
Realmente la guerra del Pacífico se inició a comienzos de los años treinta con la brutal invasión japonesa de China, que ocasionó más de quince millones de muertos y que ha sido uno de los mayores genocidios de la historia. Las potencias aliadas en lugar de adoptar una decidida acción militar para parar a Japón, optaron por una política de embargos y la consecuencia de esta acción fue el ataque sorpresivo a Pearl Harbour. Esta fue una prueba más de que las contemplaciones producen resultados funestos en la esfera internacional.
Por primera vez en la historia, los cinco continentes estaban en la misma guerra y se fraguaron alianzas militares entre países separados por miles de kilómetros, que apenas disponían de los buques o el caballo o una deficiente línea de telégrafo para comunicarse.
El ataque a Pearl Harbour constituye una de las hazañas bélicas más notables de la historia militar contemporánea. Entre vientos de guerra mover una flota de gran envergadura con portaviones y buques de apoyo y lanzar un ataque en territorio estadounidense sin ser detectados a cuatro mil millas, no solo fue cuestión de acierto fue, sobre todo, la consecuencia inmediata de una gran dejadez por parte norteamericana, confiada en alcanzar un acuerdo justo para evitar la guerra con una potencia que estaba masacrando China en esos mismos momentos. En el ataque a Pearl Harbour, 18 navíos y cinco acorazados fueron hundidos en apenas dos horas gracias al convencimiento norteamericano de que nada iba a pasar y que no era necesario adoptar una posición defensiva en la principal base del Pacífico.
Las contemplaciones y la inmadurez norteamericana ante los conflictos internacionales llevó a que incluso la senadora Ranking votara en contra de declarar la guerra a Japón, después de haber sufrido el ataque. Hasta entonces Estados Unidos apoyaba con reservas a las potencias aliadas en Europa frente a Hitler, a la espera de si debería negociar con una Europa Nazi. La fuerte posición del Reino Unido y de su primer ministro que siempre supo que la guerra con Japón era inevitable le convencieron de aguantar hasta que dicho evento ocurriera. En cierta manera el principal error del eje fue abrir el frente del Pacífico, porque ese fue su final.
La guerra del Pacífico costó la vida a cinco millones de militares con batallas como Guadalcanal o Leyte donde los muertos se contaban por millares diarios. La extrema crueldad de los combates convenció al presidente Truman de utilizar la bomba atómica para acelerar el final del conflicto inaugurando la era nuclear.
Es un día para el recuerdo y también para repasar las lecciones aprendidas y procurar actuar en consecuencia.
Por una parte, el Pacífico se convirtió desde ese momento en el área de mayor crecimiento económico mundial hasta llegar a hoy donde sus países ribereños agrupan más de 2/3 de la economía mundial. Hoy el Pacífico es el área de mayor comercio internacional y todos los países ribereños están volviendo las espaldas al Atlántico y a las alianzas forjadas a su alrededor. El problema del Euro ya es una cuestión marginal en la economía mundial.
Las contemplaciones ante países amenazantes solo conducen a una situación peor. Japón podría haber sido detenida en 1933, pero entonces todos pensaron que era un mal menor frente a un conflicto militar. En 1941 las dimensiones del conflicto llegaron a una magnitud inimaginable. Un Occidente timorato causó la muerte y la desolación de millones de personas.
Ante las nuevas amenazas como Irán, solo cabe una acción decidida para evitar que podamos tener un nuevo Pearl Harbour pero esta vez con bomba atómica. Si Irán tiene el convencimiento de que puede mejorar su posición estratégica con el uso de la bomba, lo hará sin duda, porque no tiene otro sentido embarcar a un país en el actual desarrollo nuclear. Japón no era en 1941 un país gobernado por locos, sino que tenía una clara ambición estratégica y no dudo en aplicar todos los recursos en conseguir sus objetivos, aún a costa de atacar a la principal potencia mundial. Hoy otros harían lo mismo sin dudarlo si llegan a tener el convencimiento de que la respuesta será timorata.
Cuanto más amenazantes son los países más fácil le resulta encontrar aliados, Rumania y Tailandia durante la segunda guerra mundial son dos buenos ejemplos. Las nuevas potencias amenazantes que disponen de arsenal nuclear y que no tienen los controles democráticos están encontrando aliados, bien sea por necesidad o por comunalidad de intereses, pero el eje del mal tiende a crecer en el marco de las contemplaciones occidentales.
Las instituciones democráticas suelen ser débiles a la hora de vender a sus ciudadanos soluciones bélicas y prefieren contemporizar para evitar un descalabro electoral. Sólo los grandes líderes tienen una visión estratégica y están dispuestos a motivar a sus ciudadanos; pero hoy en día carecemos de líderes y este sí que constituye el mayor problema de Occidente en la actualidad.
El 11 de septiembre de 2001 como el 11 de mazo de 2004, fueron también días de la infamia y, sin embargo hoy, muchos, como ocurrió con la senadora Jeanette Ranking, están convencidos de que con paciencia y diálogo, estas afrentas podrán superarse y que tendremos un futuro más seguro y pacífico. La lección que hoy recordamos nos demuestra que esto es una pura ilusión.