Sobre el voto útil

por Óscar Elía Mañú, 11 de marzo de 2019

De repente, la democracia y su futuro en España parecen anclarse en la figura del voto útil: sólo él parece salvarnos del abismo socialista. El voto útil no es un voto ni en conciencia ni un voto comprometido, sino un voto meramente instrumental. Desde este punto de vista, los doctrinarios del voto útil parecen tenerlo claro, y así nos lo transmiten: primero, sitúan como el objetivo más elevado la expulsión de Pedro Sánchez de La Moncloa; segundo, para ello es necesario que cada escaño disponible para tal fin sume en la columna adecuada, sin perderse en el recuento votos valiosos; tercero, es necesario por lo tanto que los votantes entiendan que no votar a un partido “aglutinador” constituye una inutilidad. Sólo el voto al PP, en el campo de la derecha, es un voto útil. 

Creo que las tres afirmaciones son falsas.

Respecto a lo primero, no es cierto que para un votante conservador el objetivo en 2019 deba ser expulsar a Pedro Sanchez del Gobierno. Si el problema fuese Sánchez, la cuestión sería sencilla: expulsarlo sería acabar de un plumazo con los problemas que nos aquejan. No parece tan fácil. Si Pedro Sánchez es más el síntoma que la enfermedad de un problema mayor y más profundo, entonces lo único útil es abordar de verdad esa enfermedad; y lo más inútil votar pensando sólo en el síntoma. ¿Se trata de desembarazarse del actual presidente o de abordar las fallas profundas de la sociedad española que nos han llevado a él? Si la respuesta a la última pregunta es afirmativa, entonces nada más inútil que votar con el mero objetivo de expulsar a Sánchez.

Ahora bien, esta inutilidad es justo la que ha caracterizado durante décadas a la derecha española. La tan alabada expresión de Aznar, de buscar un partido que aglutinase “todo aquello que esté a la derecha del PSOE” se ha mostrado inútil a largo plazo, y ha precipitado los problemas. Definirse por el adversario a la larga implica definirse sólo respecto a él: respecto a sus ideas, iniciativas y conducta política. Éste ha sido el problema de la derecha española, y tiene razón Pedro Sánchez cuando se lo recuerda a cada momento: el PP siempre ha acabado aceptando aquellas iniciativas que la izquierda pone sobre la mesa, desde las leyes de Género a las del aborto, desde la de Memoria Histórica a las fiscales. El voto útil, el mal menor, han nutrido durante años a los partidos de la derecha española, que lejos de construir un programa propio se han sentido más cómoda en la superficialidad de la mera alternancia política. El voto útil ha ocultado la incapacidad del PP por lograr programas propios y no dependientes del paso político progresista: le pasó a Aznar, le pasó a Rajoy, y parece pasarle a Casado.

El error es mayúsculo. Lo útil no se mide en relación con el contrario: lo útil se mide en relación con la bondad y la factibilidad de las propias ideas. La sustitución de un partido por otro puede ser perfectamente inútil cuando no implica cambios fundamentales…especialmente cuando son necesarios cambios fundamentales. De hecho, cuando un político apela al voto útil, podemos estar seguros de que, en términos de gran política, ese voto va a ser inútil del todo. El peor enemigo de la alternancia y de la alternativa es el voto útil. 

En cuanto al segundo punto, es evidente que las reglas en una democracia representativa son las electorales: la ley de hierro del reparto de escaños por circunscripciones se impone a los partidos, que pierden o ganan escaños en virtud de pocos votos que a posteriori parecen desperdiciados.  Este argumento presenta no pocos problemas: en primer lugar, los doctrinarios del voto útil fían todo a las encuestas, origen de cualquier cálculo, pero no parece tener mucho sentido basar el voto en ellas cuando se muestran cada vez más fallidas: según la doctrina del voto útil, ni VOX hubiese sacado 12 diputados, ni hubiese habido cambio de Gobierno en esa comunidad. 

Por otra parte, si el voto útil lo marca la mayoría en vez de las ideas, si es el entorno electoral el que define mi voto ¿en qué comunidad, región, ciudad, barrio, distrito debe el partido con menos votos rendirse ante el mayoritario? Si las encuestas sitúan a VOX por encima de PP en algunos barrios de Madrid como Almagro o Gaztambide, la doctrina del voto útil  señala la necesidad de que los votantes del PP voten a Rocío Monasterio. Si las encuestas sitúan a VOX como primera fuerza en Madrid, ¿el voto útil del PP debe ser para el partido de Abascal? ¿Qué calle, distrito o circunscripción marca el origen del cálculo? 

Hay además algo de antidemocrático en la doctrina del voto útil. Para el partido más votado, el único voto útil es sólo el que afianza y mantiene su escaño; para el partido que aspira a ser más votado, cada voto es útil para lograr la mayoría que desbanque al primero. El juego democrático constituye precisamente el cambio de mayorías, y el hecho de que el voto de los electores implique que un partido sustituya a otro: que un partido con más empuje sustituya a otro porque éste ya no sirve de expresión del ciudadano. Esto es la democracia, salvo que ahora ésta dependa de la opinión de sociólogos, analistas y asesores en comunicación. 

Con todo, es quizá la tercera afirmación de los doctrinarios del voto útil la más grave: la afirmación de que del voto de cada cual depende de manera directa la expulsión de un presidente o la investidura de otro. Hay cierto engaño en depositar en el votante un poder que él no posee. Lo que el 28 de abril votará el elector no es a un presidente: es a aquel diputado o senador que mejor represente sus valores, inquietudes, miedos o esperanzas. El verdadero voto útil es el que mejor representa al ciudadano; el más inútil, aquel que se emite forzadamente para beneficio de alguien alejado de él, y dictado desde gabinetes de comunicación, empresas demoscópicas o medios de comunicación. Cuando se pierde de vista que el voto es del ciudadano, de sus deseos, metas, esperanzas o miedos, se pierde de vista el sentido de la democracia.